
1
Voluptuosa Mapalina1
se encarama
en la basta exuberancia,
reconozco mi sabor sobre tus aguas.
Esencia se revela y te engalana.
El Pasillo se ha instalado en La Quebrada.
La danza del líquido vital que pasó,
recoge todas las memorias arcanas.
—¡Levántese ya, Claudia! ¡Le cogió la menguante para hacer los oficios de la casa! —
gritó Dioselina mientras lavaba la vajilla de la cocina, haciendo ruidos como chirridos
para que nadie más durmiera o nadie más escuchara el diálogo con el agua mientras
la-grima por sus mejillas se desplaza—. ¿Quién me despertará a mí? ¿Cuál es el
motivo de cada día para los ojos abrir? Si a naiden importo, naiden se preocupa por
mí.
Le sube volumen a la radio destartalada, cuya dificultosa sintonía tararea una muenda
entre miembros de una casa. Luego algo de plancha trajo a canto y siguió lavando:
—Como “Dios no castiga ni con palo ni con rejo”, yo nunca les pego a mis engendros.
En mi casa a nadie se maltrata de mi parte. Yo soy quien sufre vejámenes.
Son culpables los padres más crueles
que jamás merecieron ser hombres 2.
—Desde la preñada dijo que se iba a jornalear por La Rochela y no sé qué pasó en
el trayecto, pues le encontraron muerto en la masacre de La Arboleda. Me dejó con
uno de los gemelos, la vaca Carmela y una cosecha a la deriva, más esa inválida
próxima a nacer. El otro par de chinos abortados fueron producto de la rutina y de
no saber cómo es que una se cuida… ¡¡¡Claudia Esperanza!!!, ¡¡¡espero ya estén
lavados todos los tendidos de cama!!!
2
Hasta allí quedó la composición onírica de la niña, que por poco se despierta hecha
muchacha. Y a los trotes, con el fondo del chorro de agua de la cocina de la casa,
más bullosa que la radio y los diálogos internos de su madre, agarra una bamba con
sus dedos huesudos y tembleques en pinza, haciendo un solo crespo con las dos
manos que, de enrollar y enrollar, volvió bollo para asegurar en su cabeza.
Sentarse en la cama, no abrir los ojos, ponerse los lentes antes de las chanclas y de
ir a cepillarse los dientes. Encontrarlas al revés, boca abajo; adivinar que su madre
las volteó la noche anterior ante un concierto de Perros en llanto y alaridos.
Ni con la ducha pudo calmar su corazón. Se abstuvo de lavar su largo pelo porque
ahí sí, eso era sumarle al trancón.
La viruteada exacta de cada tabla, volver a barrer, pasar la cera con la curia de un
lienzo, quitar el papel de las esquinas. Al oler la pared, percatarse de la perfección
de su quehacer.
Brillar, brillar, brillar. Con los pies, con el trapero, con su aliento y el olfato; al exhalar
bota el sobrante del delirio sin escape. La prueba es andar descalza sin hallar nimio
ripio en su planta.
Tender las camas con la devoción de volver al sueño añejo. Sentir entre los pliegues de la cobija la ola pequeña de aire trayendo a esa extraña mujer sentada en la semilla de agua. Preguntarse si algo le clamaba.
Nuevamente el mismo vozarrón fuerte:
—Si serás “más terca que una mula”, Claudia: ¡arreglaste el piso sin antes haber sacudido y barrer esquinas: y el techo de telarañas invadido!
—Pero, mama, para eso necesitaría ayuda de mi primo Camilo, para que me mueva la silla o intercambiar de papeles en el oficio.
—No me importa, se sabe que día de por medio se hace el oficio completo. ¡No hay tutía que valga ante el plan del aseo! ¡Y aquí se hace sin miramientos lo que yo ordeno!
Como empezando a aprender de cero, conociéndose los rincones de alturas que la tenían temblando de miedo a caer al suelo:
—Ahí sí, hoy sí, ¡oysí! El alto y seña es que si caigo, me caen; si me pego, me pegan.
Siente pedazos de piel más tiernos, seguro son los del bebé nuevo de la tía Clara; pelos del Gato del vecino que se entra por las noches y de su Perra que le huelen a color oro y habano con rojo; pestaña de Camilo: hace el pedido de deseo juntando sus dedos. Otra vez la pinza salvadora: pulgar y anular sosteniéndose fuerte para que la pestaña decida en cuál quedar. Eligiendo entre dedos, el de su primo y el propio; respetando su lugar, distingue que la pestaña se quedó allá, él gana y su deseo se cumple a medio camino.
Quisiera seguir diferenciando los restos de seres de ese polvo al que hacen alusión en las reuniones de los jueves de su mamá; pero el grito arañador de oídos vuelve el corazón a acelerar.
—¡Ya es hora de pasar al patio a alimentar las bestias y a ver si ya pusieron las puercas! ¡A ver! ¡La vi, Claudia Esperanza! ¡Usted siempre pasándose de holgazana!
No hubo otra alternativa que obedecer, así quedara inconcluso el piso, y mamá pasara por alto de nuevo que Claudia no puede ver si las puercas pusieron, pues otra sensibilidad atañe ante ese acto de parir, un parir para morir:
—¡Qué mal! Un todo sin un sentido y ya no doy más— dice Claudia, velando no ser descubierta, evitando otro juzgamiento de parte de su mamá por lloriquear.
Justo antes de abrir la puerta del patio y sentir a su Perra hociqueando desesperada las chanclas entre las hendijas de los cuartos de guaduas pintadas, vueltas corral con alambre dulce y puntillas de metal, recordó un valioso motivo: era su mal llamado lazarillo. Mal nombrado porque, primero, se trataba de una Perra. Y si bien llegó a casa como pago por un voto de su tío Filomeno en las elecciones para alcalde, con el fin de tenerla siempre como animal de apoyo, su mamá se la quedó abajo vigilando.
3
Y subía y subía,
el viento la conmovía.
En la cima de la montaña:
agua, nubes caídas, mojadas.
Viaje interior:
en un respiro,
lo más hondo de Morrón.
Extendiéndose el aire entre cordilleras
próximas a estallar nuevamente:
las montañas son aguas milenarias alzadas.
Eso se dijo en la microsiesta que se pegó con la cabeza sobre su Perra cerca a La Quebrada, mientras salieron a dejar la aguamasa en la manga La Retirada.
No alcanzó a tocar a la mujer que sobre la semilla seguía sembrada, alargando como bifurcándose dos poderosos brazos de agua. ¿Acaso buscaba abrazarla? ¿O una danza? Cualquiera de las dos, caería de perlas a esa niña de caricias tan escasa.
Cerró sus ojos con fuerza y, del escalofrío, en una respiración sintió levitar en ascensión acuífera sobrenatural. Esa fina esquirla de granizo entre el párpado le hizo la ilusión óptica de juntarse todos los colores como en el arcoíris. Sentía la placidez del ambiente proporcionado en ese juego abrazador.
Elevada sobre un hongo, se fue de viaje por el pueblo a sentir los paisajes desde el cielo. ¡Vaya fortuna!: advertir desde arriba las prominencias de los seres que con ella moran, pasar por el monte de Flaminga; estremecer su interior con el aullido de los Monos mientras jugaban entre las ramas de los 5 dedos entrelazadas con las de los Yarumos; y el deleite del aroma a Laurel ondeando sobre el resto de río, aún recuperable.
Saltó sobre pompones de Hortensias, puenteando la Pringamoza y el Quiebrabarrigo recién nacido. Los Guaduales la acariciaron en su vaivén. Hasta cosquillas sintió y se rio. Le distrajo el olor a dinosaurio, un Helecho milenario que completó la estancia para resguardarse del fuertísimo calor, compresor de su sien hasta el borde de un desmayo.
Al día, porque la noche no contaba, Claudia disponía de media hora de tiempo libre después del almuerzo y luego debía regresar a garitiar a las fincas aledañas, pese a que para eso la podía reemplazar Ramón —a regañadientes y preparándose para los castigos de su madre—. A lo que nadie se le medía era a llevarle la comida a la Loca del Corredor.
4
Desde que la niña tiene uso de razón, la única del pueblo que había logrado conversar con la Loca era Claudia. Una tarde emparamada —toda ella se hizo agua, completa escaramuza en su cuerpo, no conocía a sus vellos tan erectos— llegó con la comida regada. Ni así se quitó los lentes.
Estaba con Ismael a un lado suyo —en el derecho, es donde más hábil se localiza el arrullo de su cola—. Ismael la llevó por un atajo, pues por la principal hubo un derrumbe que no les permitiría caminar en terreno seguro o medio estable para pisar. Claudia la abrazó agradecida por llevarla al destino fijado, acariciando su ondulado y coposo pelaje. Agachándose al nivel de sus rodillas, cerró más fuerte sus ojos conectando con el agua de fondo corriente, el deseo de estar juntas por siempre. Sus lágrimas se confundieron con las gotas de agua que recorrían los cachetes como una avalancha de marea salada y de la lluvia habiendo superado la parte ácida.
Ya no tenía sentido llegar con la comida servida entre los hilos de la lonchera y la bolsa agujereada. Temía estar entrando a la hipotermia que aterrorizaba el mito de quitarse las enaguas; sin embargo, le pareció importante siquiera darle la cara a su comensal.
La Loca descubrió que Claudia no podía ver nada al divisar infructuosa la hoja de plátano sobre su cabeza como si lloviera todavía —siendo que los árboles se estaban escurriendo y las aves retomaban sus cánticos—, con un tembleque rebelde ante los rayos del sol asomándose entre la niebla creciente hacia el cielo con más espacio para ser nube: primó la sensación de su ser en la penumbra de un aguacero con hielos.
Solo hasta esa tarde cruzaron palabras:
—¿Cuál es tu sueño? —preguntó la Loca del Corredor.
—Irme lejos, pero estoy atrapada. Quisiera fluir como lo hace el agua.
La Loca vio la flacura de Claudia, que, si bien se justificaría por su altura, adicional a la resequedad de sus labios, desató la percepción de una desnutrición mucho más extrema que la propia, siendo que se abastecía de una ínfima ración diaria. Además, su palidez la hacía ver tan ajada como un papel reciclado.
—¿Qué te gusta comer?
—Lo que sea que me den.
Ante las pocas palabras de la muchacha y sin tener qué ofrecerle, la Loca del Corredor por último preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Realmente no sé cuántos años tengo, nunca me los celebran. Creo que, cuando me tuvo mama, ella tenía 14. Hace unas cuantas semanas le oí mentar en medio de regaños que ella era más sabia porque ya cargaba con más de cuarto de siglo a sus espaldas: “¡Yo que la crie con estas tetas negras!” —es como remata, jactándose de su experiencia.
Después de un silencio incómodo, la niña agregó:
—Pensándolo bien, lo que más me gusta es el chocolarguese con arepierdase que me da mi madre antes de venir a alimentarte. Es lo mismo de comida que saca el último día de la semana.
—Preciso ese día no llega ración a este intento de casa.
—¡Ah, sí! Es el día de lavar profundo tendidos de cama, cortinas y estregar las ventanas; desmanchar del baño las hendijas y despulgar las cobijas. Ese día no tengo ni la media hora libre ni tú las dulces migas. Entonces me coge la noche barriendo y tosiendo de tanto polvo, y con el corazón más que siempre maltrecho. Hay que dejar el piso limpio y brillante, así sea el segundo pendiente de la mañana siguiente.
Mientras se secaba la ropa de la niña en la chambrana del corredor y se cubría con una sábana, ya que con la manta arropó a su Perra, aprovechó para preguntarle a la Loca por su nombre. Está tajantemente le dijo:
—No respondo a ninguno, nadie me ha nombrado a mi gusto y aún no tengo alguna manera de llamarme —después de una pausa prosiguió—: al fin y al cabo, nunca atiendo.
—Entonces, ¿cómo puedo dirigirme a ti?
—Sin disparates, ve al grano. Poco me importa cómo me llamen.
—Es una locura, no sé explicarlo muy bien. Pero, verás, en esta caminata por el atajo y, cuando voy a visitar a mi primo lo noto más, se está espaciando el tramo entre árbol y árbol. Ahora hay que caminar más entre uno y otro. Según el sonido hueco que hago con la punta de lengua sobre el paladar y resuena entre el gallo…
—¡Al grano! —le interrumpe quien no quiere ser nombrada.
—Lo importante es que el eco devuelto con los seres en el exterior me informa cuánto duran en el tramo de la caminata esos árboles gigantes. Los extraño, reconozco su diferencia, y ya no puedo sentir los hongos de la tierra. No es igual la hojarasca ni el manto que saco debajo de ella. Cada vez menos siento a los que crecen sobre los troncos más viejos alfombrando los maderos.
—Seguro sabes que el río quedó desvalido cuando aprovecharon ultrajando el Bosque Nativo. Después de la cosecha del año anterior, no soquearon los árboles de café: los talaron con todo y raíces. Algunas enterradas tienen rezagos de información que comparten con otros hongos que, al parecer, hasta hoy resisten. Otra imposición de homogeneización de paisaje. Ahora dicen por los aledaños: “Llegó el imperio del aguacate”.
—¡¡¡Paren las sierras!!! —grita la niña por el corredor con una entonada liberación, como si nunca antes hubiera dejado salir su voz.
Al terminar retoma compostura y tono:
—Suenas más cuerda de lo que imaginaba. Perdona, perdona.
—No hay problema. Me reconozco loca orgullosa y funciona para justificar mi vida díscola sin rendir cuentas. Suele cuestionarse en demasía a quienes se mueven en los aparentes límites de la normalidad y la desviación. Yo preferí asumir mi locura como pase hacia la libertad. Los vejámenes seguirán ocurriendo igual, independiente de la orilla en que me encuentre. Entre más me ahorro explicación frente a mi margen de acción e inacción, puedo avanzar un tris más en este proceso emancipatorio.
—¿Cuántos años tienes?
—Tampoco es relevante ese dato para quienes no están prestos a hacer nada porque sean menos turbios los inclementes signos del paso del tiempo; pero ya que tú algo aportas con el alimento y ante el agrado por tus observaciones. ¡Disculpa!
—Tranquila. Soy ciega y estoy bien con eso. No pierdas el foco, ibas a decirme tu edad.
—37, el desastre de cara es a causa del calentamiento global.
—¿Y cómo llegaste a este corredor?
—Hay algo en mí que es a la vez sociable y a la vez retraída, ni yo puedo entenderlo. Eso es lo que genera disarmonías. No es bipolaridad, es solo otra especie de sensibilidad. Llegué detrás de esta cima porque soy montañista; ojalá fuera montañera como tú, pero como si lo fuera: me duele el acecho a estas tierras. Antes de sumirme en el ostracismo, prendí una alerta en el parque defendiendo a los árboles con una pancarta que decía: “Balcón de los bellos paisajes: ¿cuánto de ello proteges?”.
—El pueblo que catalogaron como otro balcón sabe a sentido de pertenencia. Las personas barren los andenes de las casas y las calles casi todos los días. Se ponen titinas desde temprano para recibir el alimento diario y la mayoría va a misa. También custodian las semillas en todo su proceso: desde la hechura del semillero, en la germinación y hasta que son vigorosas plantas. Sus jardines son tan impecables como los pisos internos con aspecto de siempre listos para estrenarse.
—No es solo eso, niña. Los infantes ven todo esto color de rosa sin percibir el color de hormiga. Claro, para ellos es un paraíso que se sublima: jugar con la tierra a las tortas y en las calles el ponchado con la pelota. Las ollitas, el arranca yucas, orejas del burro al trote, correa escondida y cuanto juego adicional se inventan.
—¿Y por qué no te vas?
—De aquí me voy pa’l cielo y eso si me traen bestia. No puedo perderme el trueque silente, tan cómplice como natural; la abundancia a radiar; la imagen del atardecer con olor a final de jornal; la avistada periférica a los demás pedazos de micromundos habitables. Un terruño de descanso, de retiro. Es mi único alivio. También es como si hubiera aceptado el rol de loca y por eso me pagaran. Ya ves, se vive sin mayor batalla. Pero en esencia lo que más me encanta es la longevidad de su gente, producto de la simbiosis de fluir en armonía con el ambiente. Achaco como causa que casi nunca cargan la maña o la educación a medias. Son personalidades con conversaciones excelsas. Me asombra el cultivo integral de las personas. Que no haya ambulancia y la escuela por temporadas se pueda quedar corta, así como que tú no conozcas una biblioteca local o una casa de la cultura, no ha impedido a las personas su instrucción autodidacta o que, a partir del empirismo con cautela contemplativa de la naturaleza, honren su jardín interior y la defensa de sus causas.
5
—Delgada y muy alta. Mestiza pura —le dice la mama, agregando—: lástima que naciera sin espejos del alma. Tiene un cabello tan largo que, así se haga la cola de caballo alta, la caída del pelo queda más debajo de las nalgas.
En su momento soberano de hacer lo que le venga en gana, con el lamento diario de no poder salir con Ismael cuando el sol está dando la cara lejos de la huerta, decide ir a buscar a Camilo a 2 montañas de La Quebrada:
—Debe estar en su descanso jornalero —reflexiona Claudia para sus adentros.
Se lo imagina con el típico espartillo entre los dientes y, en efecto, así cree encontrarlo: chuzándola con el cosquilleo de la planta mimando su cara, pero con la sorpresa de que el lunes es el descanso del ahora recolector y trasantier apenas un niño juguetón. Algo de pilatuna prevalece al cerciorar que lo creído espartillo era pluma podada con esmero en forma de pomo, guarda y empuñadura de espada, por el pico del Barranquero que les acompañaba.
Llegar adonde su primo le hizo pasar por más de un chascarrillo. Husmear por el colegio, de donde salen las niñas cantando al unísono desafinado una parodia del Caimán afeminado:
Se van las muejeres,
se van las muejeres,
se van a estudiar. (bis)
Seremos pues las muejeres
y siendo todos los seres
transitando femenino,
masculino y degenere
Se van las muejeres,
se van las muejeres,
se van a estudiar. (bis)
Abrazamos las ancestras
respetamos su legado.
Y cuidamos a las nuestras
el más preciado recado. (bis)
Se van las muejeres,
se van las muejeres,
se van a estudiar. (bis) 3
Allí se le acercó una que se identificó como su hermana a advertirle que ese camino de carretera más que destapada por el que cruzaba:
—Está hecho todo un charco. ¡Le está supurando agua!
La travesía demora más allá de lo previsto en la hazaña. La media hora planeada de trayecto yendo, en interacción breve dejando un mensaje y volviendo, se dobleteó y no alcanzó a llegar a tiempo para cumplir con la asignada labor: la garitiada a la vieja, la Loca del Corredor, encerrada allí y con su dormitorio en el sótano, donde supuestamente, o según los chismes, la familia le abandonó.
Dictan los rumores del parque que dejaron encargada a la mamá de Claudia para que le llevara una comida al día. O, por lo menos, eso era lo que la niña decía:
—Como si no supiera leer sus pensamientos, sobre todo cuando no hablan. ¡Sus gestos y movimientos son tan ruidosos! Su aliento contaminante se apodera del aire. Sé lo que dicen sin leer los labios. Percibo cómo se mueve entre los dientes ese verdoso caliente que hierve dentro de la saliva y para salir descuida la rima, la estima. Les huelo esos gestos de que algo traman.
Solo la música o el sonido de La Quebrada logran apaciguar el infierno enervado de cuando sus bocas sacan el calado de ideas sin sentido que pasman el ruido, creando algo mucho peor e insoportable. Un esmog le aprieta la existencia, como el piropo de ese hombre que les atravesó la testa con su costal fingiendo de “chistoso” ante sus amigos que se iba a llevar a la gallina ciega.
Por fin se apagaron los pesares del paseo y la hermana retomó el propio. Claudia se acostó boca arriba con su primo Camilo en el jardín de pastos gigantes, llamados Guaduales, y el Diente de León se manifestó para exorcizar los males.
En el silencio después del juego de saludos con maromas que encontraban sus rodillas, pantorrillas, palmadas y puños suaves, hasta con uno y uno en cada panza y levantada de ombligo fingiendo juntanza, Claudia esbozó:
—Parece que algo relacionado con una fuente de agua viene entre sueños con vaticinio de cuidado desde la semilla, que no es de oro. Hay una semilla de agua, ruega ser resguardada.
—Shhh, shhh —la sorprende con el dedo anular sobre sus labios—. No sigas, Claudia. Los árboles tienen oídos y parece que los mensajes se fueran por los caudales de los ríos —dice detectando su cola de caballo llena de cadillos y quitando uno a uno con meticulosidad como si fueran piojitos.
—No sé cómo explicarlo, pues obvio no puedo verlo, pero es más que una corazonada: tengo la certeza de que algo está ocurriendo con el agua…
—¿Algo que nos salva de la necesidad de matarla?
—Si logro comprender un tris del sueño, es que desaconseja la venganza.
—¿Qué pasa si se vuelve a aproximar esa pesadilla silenciosa de roces sin cuerpo y miradas que no dicen nada?
Cuando sonó la sirena de las 4, Claudia se percató de lo requetepocosuertudo que este inicio de semana se iba tornando para ella. Era la hora de estar donde la de la tienda, diciendo lo de siempre con una rapidez enclenque:
Disque le mande,
disque a mamá,
disque un atado,
disque panela,
disque mañana,
disque le paga,
disque con otra,
disque le debe
6
Para llegar más rápido a casa se pegaron de la cola de un Caballo ofrecida por un paisano, pero Claudia no aguantó ni un árbol completo de zapote en el recorrido. Se pensó Caballo, luego Yegua… se preguntó si trataban diferente en ese mundo a sus hembras o cómo ocurría por sus potreros.
Pensó que, de ser Camilo, estaría más libre entre cafetales inhalando el rescate de La Quebrada, ampliándose a raudales. Ella, primero, podría haber pisado cuando menos el colegio, de ser él, claro está. Y, de portarse mal, le darían el pase de su libertad.
Reconoce lo superficial de su lectura, pues Camilo lo ve como si lo mataran en vida, al no permitirle volver a estudiar:
—Donde fuera hombre y viera, todo sería como si este engendro no existiera. Donde fuese mujer y solo no fuera ciega, creo que apestaría hasta el vómito por digerir esos alientos de ojos cercanos cuando paso obligada por el Grill de Las Mirlas. Mejor me quedo así. Mejor me amo tal cual soy. Mejor voy dándome mi lugar y custodiando el hábitat que me reconoce y me válida, permitiéndome desplegar mi intención con cautelosa acción. Y, si me equivoco, será lo mismo, como si te ocurriera a vos, mamor —cierra así diciéndole a una planta que se come a otra muy parecida a la millonaria infanta, casi dándole un beso o simulando un gesto de plena confianza, como picar dos ojos y hacerse la de las gafas. Y de eso puede dar fe porque escuchó muir la leche de la presunta víctima y pudo olfatear su verde crema. Al tiempo, sintió con su tacto a las partícipes de esa cena. Aunque estuviera a centímetros de distancia, la probó y ¡sí que estaba agria la savia! Así su imaginación tuvo una revancha.
7
Llegó tan tarde a la casa que se despidió de Camilo en la huerta por donde están las plantaciones de frisoles enmallando al maíz, cercadas con plataneras, y ahuyamas al pie, mirando arriba a las cidras colgadas en el limón gigante, donde se abriga por debajo el Jazmín de noche.
Entró por el patio buscando a Ismael para darle de las guayabas que había alcanzado a coger y no estaba por ninguna parte la verraquita aquella.
—Mi Perra: ¡ISMAEL! ¡ISMAEL! ¡ISMAELLA! —grita Claudia inconsolable, con lo más sentido de sus cuerdas vocales.
Dioselina salió y le dijo:
—Al igual que tú, ese Perro no sirve pa’ nada. Fue a buscarte, pos si no llegabas. Eres la culpable de su escapada.
—Pero si nunca me la dejas llevar en mi tiempo libre, mama. Es una Perra: IS-MAELLA.
—¿Y quién patrulla los cultivos? Mira, mira: ya se están dentrando los bandidos, arrasan hasta con los colinos sembrados. Abónale a esta miseria el quedarnos sin cosecha. Nos va a dejar más que en la putísima calle: en la mismísima mierda. Y, para colmo de males, el fiado de la tienda tampoco contigo llega.
—Calma, mama. Yo lo resuelvo, saldré a buscar a Ismaella y a tocar la puerta, logrando, así esté cerrado, que me atiendan —dijo Claudia sosegada.
—No pierdas tu tiempo. Siendo honesta, la vendí a la Salchichonera Departamental hoy que es día de matar. A tu Perro se lo llevó el infierno. Sabes que hay consecuencia nefasta por cada día de darles la espalda a tus deberes: “Ojo por ojo”…
—Y el mundo terminará ciego.
—Ciego y hambriento: las sobras despreciadas con tu retardo se las di para mandarlo gordo y contento, y así sumará en el trato hecho. Ahh, y el agua también se fue, al parecer se la llevó Ismael ¡jua, jua, jua, juaaaa! Y ya te quedas encerrada, cero idas a la tienda y más a estas altas horas de la noche.
Fundida en un monólogo recalcitrante, Dioselina gritaba herida:
—Si viera con lo que me resultó la muchacha, disque aquí se le maltrata. No, no, no, ¿se embobó? ¡Tuviera el diablo la culpa! ¿Qué más si tiene techo y cama? Agradezca que la dejé dentrar esta noche, pero sepa: le puse tranca hasta al baño, dejando abierta la vieja litera si le da por dejar su pegote. Aunque, ¡¿cuál?!, si está muy bien racionada: tenerla bajita de comida, le hace bajar la guardia. “Si quiere más, que le piquen caña”.
Con los brazos sobre la cintura, Dioselina se fue acercando a Claudia de frente, sacando pecho, con grave acento en su figura imponente. La niña lo sentía y se iba para atrás con pasos ciegos huyendo. La inusitada pesadilla se hacía real. Además de sorda ante los respiros silenciados, la madre se quedó muda cuando en el pie le cayó un gargajo.
—No me lo vaya a tomar a mal. Eso le pasa por invadir mi mínimo metro cuadrado —y se escapa chocando contra todo en búsqueda de sentirse a salvo en su habitáculo.
8
El sonido del río Cauca llega en el sueño delirante de un ayuno de comida y agua. Ve a su Perra Ismaella aullando, va tras ella y experimenta cómo se libera de los trabajos de casa.
Al poniente, Claudia se levanta más temprano que siempre, honrando el silencio especialmente destinado para el trabajo de los Gallos. Se para de la cama buscando qué comer entre los sobrados de las Gallinas de la casa. Encuentra el nido de Ismaella ocupado por la Polluela, estrenándose ponedora allí, a sus anchas.
Tan deshidratada la niña, no puede llorar. Va a untar los labios del agua de los piscos, arrastrándose por el piso. No recordaba cómo era ubicarse el patio sin la diestra compañía de Ismaella. Se topa con el cuido de Conejos, lo devora y sigue con el maíz retrillado de las Codornices.
Para seguir buscando, se pone en cuclillas y con sus manos aletea cual Pájaro desorientado, lleno de tierra. Dioselina la descubre como un animal hambriento queriendo expandir sus alas.
—¡Ay! A ti te digo mama, ama, ama, ama… Me siento tan débil: la panza arde y se inflama. No puedo decirlo bien: de la vagina me sale viscosa agua. Creo hacerme río desde las entrañas.
Del cuarto de semillas viene el eco del ama, una reverberación saca a flote el misterio de La Loca: una inexistente boca que alimentar ¿o una vieja cotorra como “aquellitas” del otro caserío sin igual?
¿Será La Bestia aquella? ¿El Monstruo colectivo para validar el “Me aíslo”? ¿La gran barrera cual venda ante lo ocurrido con el vecino? ¿La bulla interna acallando el gesto de urgencia desde la luz “de allí no más”? Una mujer con su sonrisa se gasta en lo que se pueda llamar hogar, en lo íntimo se impacta desde lo rural hasta la ciudad.
—¡Llegó el agua, llegó el agua! —los gritos de alborozo de la calle entran al patio de la casa.
—Al fin de cuentas, es lo más importante —dice la Loca sacando su débil cuerpo por la ventana—: ¡Vengan!, no de venganza, hagamos una des-colonia de Quebradas. Hagámonos pasito, acompañándonos de verdad en el camino. La lucha interna puede volverse colectiva, SOMOS AGUA y es nuestro deber salvarla.
Esto le paso a mi tía
y a la vecina de allá,
pasa en Llanos Orientales
y también en Bogotá.
Allí al otro la’o del charco
la mujer quiere gritar
y destaparse la cara
sin culpa de ir a bailar.
Por eso hoy que estamos juntas
y ahora que si nos ven,
seguro el patriarcado
prontito se va a caer,
¡se va a caer!
Y aquello del matriarcado,
tendrá mucho de tejer
como superar lo humano
y tender un cosmoser.
La interespecie se logre
sin pasar pues por encima
de esta lucha que es tan justa
y es la causa feminista.
TAN TAN
Salieron todas a la calle: madres, hijas, hermanas, abuelas, solteras, solteronas, casadas y locas. Resultaron ser más de las que esperaban, salieron de los bosques y descendieron montañas, cruzando ajisosos ríos, para luego subir a Morrón y acompañar algo muy cercano a la revolución. Llegaron con alimentos variopintos, nuevos olores se posaron en esas tierras, y aires de autonomías montañeras.
Iban a sentar su voz, a ejercer sus derechos de petición y a la libertad de consciencia, que se materializa en la opinión. Llegaron a armar su propio plantón contra el nuevo monocultivo de aguacate y la minería, de quienes ya se sentían pasos de gigante.
Entre la multitud, la Loca y Dioselina se agarraron de las manos, haciendo una especie de red de protección para la niña, a quien este nuevo ajetreo multitudinario, a pesar de emocionarle, le resultaba avasallante. Pudieron caminar tranquilas como quien dice “las tres Marías”, cuando las demás entendieron que había alguien requiriendo mayor distancia para existir dignamente en la marcha, aseguraron espacios mínimos y ordenaron mejor la asonada. Allí la niña aclaró —aunque no del todo— la relación de su madre con la Loca. Entre conversas y chanzas desprevenidas entre ellas, quedó por sentado que el alimento diario para la Loca del Corredor no es remunerado para Dioselina, sino un genuino gesto de compartir, así la alacena se descuadre. Se dilucidó el chisme del supuesto abandono: la Loca no tenía familia, la había matado simbólicamente en la anterior colina y aquí enramó otra, comunitaria, distante y, hasta ahora, sin amigas.
Dioselina y Claudia se juntaron de las manos, como ya no quedaba rastro en sus memorias, y se prometieron agudizar la escucha activa para vivir bajo la consigna de comprensión juntas. Claudia quedó pasmada, en el sentido literal casi, casi. Se sintió piedra y vieja, vislumbró a su madre desde la quietud de una cocina que la obliga y gritó a viva voz:
—¡POR AGUA LIMPIA Y MÁS SANADORAS CARICIAS! ¡QUE HAIGA PAZ EN TODAS LAS QUEBRADAS!
La actividad cerró con una olla comunitaria en la plaza, juegos intergeneracionales protagonizaron el remate de la primera jornada de juntanza libertaria por los derechos de las especies que habitan la montaña. En esa memorable comitiva, se impactó la historia de Morrón para contar nuevas historias con el territorio a su favor.
Ante el fuego y al calor del hervido como bogadera placentera, se abrió la palabra en torno a la cuestión de la mujer en cada caminar. Al preguntar lo que significa serlo, Dioselina intervino con su clave desatino:
—Ser mujer significa... ¡¿Qué va a significar eso?! Lo mismo da, no percibo beneficio en la existencia con este género o los demás. Ser mujer es como una condena a trabajar como esclava, una renuncia al propio yo, y cuidarse de no ser volantona porque así no hay chance de matrimonio y hogar. Pero a los hombres les ocurre en otras proporciones igual. Viendo crecer a mi hija comprendí que no somos todas iguales, porque no veía compasiva a una mujer desde que mi madre con un gesto de amor me contuvo en una situación. Hace muchos años que no volvía a la laguna de comprensión. El caso es que con mi hija Claudia y volviendo a ver a mi antigua amiga autoexiliada, y a otras mujeres en marcha, descubrí que no somos iguales y que en eso radica nuestra fuerza. Si bien hay muchos espejitos replicados en cada encuentro, lo que suma en la mezcla de la olla es que todos los ingredientes tengan diferentes sabores, texturas, y nos estimulen distintos sentidos.
Claudia levantó la mano por mucho rato, con una emoción contenida en la entrepierna porque le dieran el uso de la palabra:
—Ser mujer significa conocerme e intentar que la interacción, así sea de mero pensamiento, con las demás personas y seres sea para abrazar mi diferencia y aceptar mis debilidades, afianzando la solidaridad, dando y recibiendo en pro de atender y gestionar la causa propia que se funde en la común y más sencilla: la defensa del agua que nos da vida. Me niego a creer que ser mujer sea únicamente lo que veo en las demás. Hay mucho que admiro, pero siento que quedan espacios vacíos de nuestra historia y lo que está por hacer que amerita llenar... llenar de contenido con más preguntas, reflexiones, caminares y sentires para que la soberanía alimentaria y de acción individual en pro de la comunidad en clave de igualdad sea inevitable. Somos iguales porque nos une el aguasangre, así algunas por “x” o “y” nunca o ya no les manche, como ocurre con mi vista o las cegueras con ojos sanos. Y para ti, ¿qué significa ser mujer? —terminó la niña su intervención levantando la mano izquierda de quien pareciera ser comadre de la suya.
—Ser mujer significa fluir con las aguas por más turbias que se pongan a veces. Dejar ir lo que intenté cambiar porque no podría aceptar, pero luchar y meditar, encontrando caminos para la injusticia superar. Había olvidado lo que significaba hasta que pude observar la historia de los ojos de la niña que me garitea. Las mujeres no somos todas iguales, cada una teje su historia con los vaivenes de su propia desdicha y pequeñas grandes victorias. Alguna vez creí que compartíamos la esperanza, pero luego comprendí que a los hombres también abraza. ¿Qué nos une entonces para ver cómo superamos el estar tan separadas?
Luego de un silencio extendido y un comentario de Claudia, insistiendo sobre los tramos vacíos entre los caminos por los árboles viejos talados y los nuevos monocultivos, que dejó a las demás compañeras en torno a la olla, oyendo el fuego y el ebullir de la sopa, quien tenía la palabra antes agregó:
—Vamos a renombrarnos y a renombrar. El paisaje de la vida no siempre es igual. El tramo y cauce de agua se pueden recuperar. Ya no permitiré que me llamen más loca. Si ser libre es estar loca, que me llamen Libertad. Vamos por los renacimientos sembrando palabra y agua, porque la situa no da pa' más.
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Mapalina, la diosa de la niebla…
aparece cuando una persona
se entromete en el páramo sin pedir permiso.
Ante la presencia de algún intruso, la diosa se enfurece
y comienza a llenar de niebla la inmensidad del páramo…Mito del páramo colombiano. Fuente: Mena Vásconez, P., Arreaza, H., Calle, T., Llambí, L., López, G., Rugiero, M. y Vásquez, A. (Eds.). (2009). Entre nieblas. Mitos, leyendas e historias del páramo andino. Abya-Yala.
Los nombres que aparecen en el presente texto no son reales, se han utilizado seudónimos. Cualquier parecido con nombres reales es pura coincidencia. Es importante destacar que el uso de seudónimos no altera la veracidad de los eventos narrados ni la validez de las ideas expresadas.
2. Canción de Yolanda del Río.
3 Adaptación inspirada por María Teresa Gómez Rivera para la izada de bandera en San Luis