Jóvenes mujeres campesinas, en ruta hacia la transición agroecológica

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La agroecología, con su objetivo de rescatar el campo, debe tener un rol central en la economía sostenible necesaria para combatir la crisis climática

Tierra Libre

Contrariamente a lo que muchos piensan, la solución al problema del desarrollo rural en Latinoamérica no depende solo del acceso a la tierra, sino también de la calidad de los procesos de producción y abastecimiento de los alimentos. Como respuesta a la necesidad de una agricultura de mayor calidad y más sostenible , en los últimos años surgieron proyectos de agroecología que se han mostrado una vía inteligente. Hacer del campo un recurso sostenible y combatir un modelo de explotación agraria que contribuye a la crisis climática actual está siendo su objetivo.

La agroecología es la aplicación de los conceptos y principios de la ecología (que es el estudio de las relaciones equilibradas entre plantas, animales, personas y sus ecosistemas) a sistemas de producción agrícola. En 2004 en Fusagasugá, a dos horas al sur de Bogotá, la capital de Colombia, cinco estudiantes de agronomía quisieron construir un movimiento campesino y ambiental en la región para defender el territorio, fortalecer las economías campesinas y la soberanía alimentaria. Para ello, fundaron una organización, Tierra Libre, que con el tiempo se ha convertido en un modelo de éxito para la agroecología colombiana y latinoamericana.

Integrada por campesinos, líderes ambientales, profesionales de las ciencias agrarias y de otras áreas, lleva 15 años funcionando y tiene múltiples ramificaciones.

Esta es su historia, sus logros y retos contados a través de tres mujeres jóvenes que representan distintos aspectos de la exitosa organización.

Angie, el futuro

Angie Paola Espitia

Angie Paola Espitia tiene 18 años y trabaja en la asociación de campesinos cafeteros y en la eco-tienda La Huerta de Tierra Libre. Nació en Fusagasugá y se graduó del colegio técnico agropecuario. Hoy estudia ingeniería electrónica, porque sabe que la tecnología es algo clave para ayudar al campo a progresar. Y no se equivoca.

Hoy más que nunca el campo colombiano requiere de una nueva manera de asumir su economía productiva. Los métodos tradicionales de cultivo, el uso indiscriminado de recursos y fertilizantes, y los estragos del cambio climático obligan a los agricultores a ser más conscientes de las complejidades de los procesos de producción de alimentos y asumir cambios para mejorar sustancialmente la manera insostenible en que se han hecho las cosas durante décadas. Como dice Angie, es necesario promover entre los productores conceptos como la soberanía alimentaria y soluciones que les ayuden con información relevante sobre el clima, el uso adecuado de suelos, el uso eficiente del agua y la aplicación de programas nutricionales amigables con el ambiente.

Aunque Colombia solo aporta el 0,49 por ciento de las emisiones anuales de CO2 en el mundo, es uno de los países más sensibles al cambio climático. Si a eso se le suma que cerca del 70 por ciento de sus alimentos provienen de pequeños agricultores, implementar nuevas metodologías agrícolas y nuevas tecnologías en el campo es clave para mejorar los impactos negativos que los cultivos han venido teniendo.

"Yo en Tierra Libre estoy comenzando un proceso del liderazgo campesino" dice Angie. Ella es la líder más joven de la organización. Llegó a Tierra libre porque sus padres iniciaron una escuela agroecológica de la mano de los creadores de la organización. Ella decidió seguir con esa vía y ahora dirige también escuelas de bio-construcción y aprendizaje sobre el campo.

"Mi visión a futuro siempre ha sido la misma: mantenerme en el campo"

"Mi visión a futuro siempre ha sido la misma: mantenerme en el campo. No sabía cómo hacerlo, pero con la experiencia que he tenidome he ido convenciendo de que para lograrlo hay que implementar un avance tecnológico diario del campo. Yo quiero vivir en el campo con una visión nueva en la que los jóvenes se sientan acogidos". dice Angie. Este punto es clave y es uno de los que caracteriza las escuelas que ha fundado Tierra Libre en la región: dar respuesta al reto de lograr que los jóvenes no abandonen el campo.

En Colombia, con menos de 50 millones de habitantes, la población de jóvenes entre los 14 y 18 años es de aproximadamente 12 millones, según el Centro de investigación y Educación Popular (CINEP). De éstos, el 22 por ciento son jóvenes rurales. Uno de los retos más apremiantes que enfrenta la sociedad colombiana es lograr que esos jóvenes se mantengan en el campo. La alta tasa de población urbana en la región ha sido provocada en buena parte por el abandono del campo, convertido en insostenible, víctima del agronegocio industrial y de la guerra comercial. El pronóstico a futuro sigue sin ser alentador. Según el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade), en 1950 el volumen de la población rural era levemente más alto respecto al urbano. Y el pronóstico más reciente: en 2050, ya menos de un 15 por ciento de la población viviría en el campo.

Cuando los jóvenes dejan el campo, escasea la mano productiva y solo quedan dos opciones: el abandono, o la explotación industrial cuyos impactos negativos sobre el suelo y el mercado son conocidos. Por eso, líderes como Angie y proyectos agroecológicos, que enseñan una nueva forma de entender la relación con el campo fijando a la población joven y proporcionando actividad con valor añadido, son clave para un futuro sostenible.

Angie se siente orgullosa: "Acá a las mujeres nos han fomentado un proceso importante de liderazgos, de querernos a nosotras mismas, de ser fuertes y de empoderarnos". Y es que las mujeres se han vuelto uno de los ejes estructurales del proyecto. La publicación "Andares de mujeres del Sumapaz", explica cómo las mujeres campesinas son clave para la construcción de la soberanía alimentaria y de la economía propia del campo ya que no solo asumen roles como agricultoras, autónomas y empresarias, sino que también asumen la responsabilidad del bienestar de los miembros de sus familias, lo que incluye la alimentación de niños y adultos y el cuidado de niños y ancianos.

A pesar de constituir el pilar que sostiene las comunidades campesinas, las mujeres campesinas en Colombia son las que toman las decisiones de apenas el 26 por ciento de las Unidades de Producción Agropecuaria (UPA), según el Censo Nacional Agropecuario de 2013. Otro dato preocupante, y que muestra la precariedad de las mujeres en el campo, es que en Colombia las mujeres tienen la titularidad de apenas el 26% de la tierra. Procesos de empoderamiento de mujeres campesinas, a través de escuelas y de organizaciones como la de Tierra Libre, son importantes para garantizar un sistema productivo más equilibrado y sostenible.

Asumiendo con entusiasmo que su apuesta de vida está en seguir en Fusagasugá, Angie planea continuar sus estudios y avanzar en el sueño de vivir en un campo más justo y donde la tecnología sea la forma de avanzar hacia una sostenibilidad real para las economías campesinas.

Sarita, guardiana de La Huerta

Sara Daniela Martínez.

Sara Daniela Martínez es administradora y regenta la ecotienda La Huerta, una de las joyas del proyecto Tierra Libre. Ella trabaja en el área de economía y comercio justo, que son las bases de La Huerta y también se ocupa de temas de género dentro de la organización.

En La Huerta solo se venden alimentos cultivados por campesinos de la región. Nació en 2016 y apoya directamente a la economía local que apuesta por permanecer en el campo. Esa es su razón central: profundizar los lazos entre campesinos y quienes reciben en sus mesas los alimentos que ellos cultivan. Su nombre es un tributo a las casas campesinas tradicionales, que desde siempre cultivan una huerta que les permite subsistir.

En La Huerta todos los procesos son transparentes: al relacionarse directamente con quienes cultivan la comida, saben exactamente cuál es el ciclo cada proceso de cultivo. Sarita afirma que, gracias a La Huerta, son varias las familias campesinas pueden tener un sustento estable que antes no tenían.

Hace tiempo que entidades como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) promueven las cadenas de suministro sostenibles, que proporcionan a los trabajadores de la base de la cadena empleos estables gracias a cadenas de comercio justas. La importancia de estas cadenas se evidencia en las cifras: por ejemplo, el café se cultiva en más de 70 países de África, Asia y Latinoamérica. Cerca del 80 por ciento del café del mundo lo producen 25 millones de agricultores, en su mayoría pequeños productores, con menos de 5 hectáreas de tierra. Este escenario se repite con los diferentes cultivos de la región. La proximidad entre productores y mercado, eliminando intermediarios que no añaden valor pero sí precio, hace que el comercio justo se haya convertido en la clave para la resiliencia de los pequeños productores campesinos.

Sarita es zootecnista, lo que, según Wikipedia, significa que es una persona “con capacidad de observar y analizar holísticamente todos los fenómenos involucrados con la producción animal, mejoramiento genético, pastos y forrajes, reproducción animal, sanidad preventiva, nutrición animal y economía animal.”

"El mayor obstáculo al que se enfrenta la agroecología son las políticas agrarias del gobierno actual, que no protegen efectivamente al campo".

Ella nació en Fusagasugá y cree que el mayor obstáculo al que se enfrenta la agroecología son las políticas agrarias del gobierno actual, que no protegen efectivamente al campo.

El posicionamiento de Sarita es consecuencia de las acciones del presidente colombiano Iván Duque: durante su gobierno tuvo la oportunidad de apoyar la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos, aprobada por la Asamblea General en noviembre de 2018, pero se abstuvo, a pesar de que sistematiza los derechos especiales del campesinado como sujeto social y claramente beneficia al conjunto del campesinado colombiano.

Pero el gobierno Duque ha querido impulsar el desarrollo empresarial en el campo sin tener en cuenta la economía campesina y el acceso a la tierra. El proyecto que busca aprobar el gobierno plantea que terrenos baldíos sean entregados a empresas nacionales o extranjeras, inicialmente por 15 años, pero que en última instancia resultan adjudicados a esas empresas. En Colombia, debido a que carece históricamente de una verdadera reforma agraria, el acceso a la tierra para los campesinos se ha hecho tradicionalmente a través de la adjudicación de baldíos, que son las tierras que aún son propiedad del Estado. Hoy quedan ya pocos baldíos, por lo que habrían sido reservados para sujetos de reforma agraria que son campesinos sin suficientes tierras, y no a empresas, como ahora pretende el gobierno. La entrega de baldíos a otros sujetos diferentes a esos campesinos debería ser algo excepcional, como ha señalado la Corte Constitucional en sentencias como la C-077 de 2017. De aprobarse el proyecto de desarrollo empresarial del gobierno, dice Sarita, esto significaría una regresión importante para los derechos de los campesinos.

Kate, líder natural

Leidy Katerine Cubillos

Leidy Katerine Cubillos de 24 años vive en Bóchica, en Fusagasugá. Estudia ingeniería ambiental y, en Tierra Libre, ha sido parte de diferentes procesos. Primero participó en la celebración de la consulta popular que lideró la organización en 2018 para promover el no al fracking y a la minería en la región. La consulta denunciaba que la región alberga el Páramo de Sumapaz, el segundo páramo más grande del planeta cuyo ecosistema es único y frágil, además de representar la fuente agua imprescindible para muchos municipios colindantes.

Kate también lideró procesos de escuelas juveniles que promueven liderazgos jóvenes y la defensa del territorio. Hoy es la secretaria de ASOCAM, la Asociación Regional Campesina del Sumapaz que nació como iniciativa de asociación campesina para la provincia del Sumapaz, también impulsada por Tierra Libre.

ASOCAM, que surgió hace más de 15 años en Fusagasugá y ha ido extendiéndose por la región, trata de promover la soberanía alimentaria, la agroecología y una economía propia de los campesinos

ASOCAM, que surgió hace más de 15 años en Fusagasugá y ha ido extendiéndose por la región, trata de promover la soberanía alimentaria, la agroecología y una economía propia de los campesinos; lograr un ordenamiento territorial y construcción de movimientos socioambientales; tener una educación y procesos pedagógicos alternativos; promover la identidad, cultura y juventud campesina y promover la construcción del buen vivir. Es una agenda ambiciosa que Kate asume con determinación.

Para darle más alcance a ASOCAM, se pusieron en marcha las Escuelas Campesinas Agroecológicas (ECAs) en 4 municipios del Sumapaz. En las ECAs se comparten conocimientos sobre agroecología y se impulsa la construcción de biofábricas campesinas para la elaboración de bioinsumos. La asociación también cuenta con la FINC Escuela Tierra Buena, y con la ecotienda La Huerta, donde trabaja Sarita.

Hoy Kate cree que es necesario profundizar el amor por la tierra, “promover el arraigo por lo nuestro y defenderlo”, y afirma que el mayor reto de Tierra Libre es “permanecer en el tiempo, perdurar y mantener su visión: una tierra libre donde se reconozcan los derechos del campesinado, de los jóvenes y donde se cree una vida digna en el campo”.

El éxito de Tierra Libre y de sus jóvenes líderes es único en Colombia: no solo busca mejorar la relación con la producción de alimentos a través de técnicas agroecológicas, sino que también ha sido el origen de asociaciones campesinas, procesos de afianzamiento de la relación campo-ciudad y de liderazgos jóvenes, que son cruciales para la supervivencia del campesinado en el país. No ha recibido una sola ayuda gubernamental, pero se mantiene firme como una opción viable a la desbocada locomotora minera, que ha sido el principal motor de la economía colombiana durante décadas.

Los procesos de la agroecología como los que promueve este proyecto ejemplar forman parte esencial de la reconstrucción de una economía de proximidad, equilibrada, justa y sostenible, que fije a los jóvenes en el territorio y contribuya a una transformación del campo donde los valores de la sostenibilidad y de la soberanía alimentaria se impongan a una tradición extractivista que ha hecho estragos en la región desde hace demasiado tiempo.

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Este artículo se publicó originalmente en opendemocracy.net