Voces de la naturaleza, narradas por una mujer joven feminista del norte del país que habla sobre los desafíos que enfrenta el Cesar dentro del Caribe colombiano

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Camila de la Hoz

Es noviembre y parece que la luz surge de la tierra, se proyecta hacia el cielo y vuelve a descender para instalarse en las hojas de cada una de las plantas que mis manos han tocado. He observado el nacimiento de las hojas de cada una de las hierbas sembradas en el inmenso jardín de mi abuela, los árboles parecen un dios enraizado que ha crecido a la par de mis largos cabellos rizados, la eternidad se puede medir en ellos, la naturaleza ha estado aquí antes que todas nosotras, antes que todos los seres que apenas he logrado conocer y sus flores son pequeñas vaginas que copulan con aquellos insectos que allí las habitan. Es así como crecen nuevas vidas que pronto se compartirán con las mías, con ustedes, con nosotras.

Ahora bien, yo no pertenezco a este mundo banal, tengo miedo de esta tierra ajena que parece ya no pertenecerme a mí, ni a ti, ni mucho menos a ustedes. No sé hablar, mis palabras suenan extrañas para todos aquellos que me escuchan y es como si carecieran de sentido o quizás de emoción para causar algún tipo de evocación en los otros. Eso en verdad me preocupa porque tener la sensación de no ser comprendida es agobiante, así como el no encajar en un lugar, es casi que desesperante.

Aun así, he llegado a la leve conclusión de que no todos los seres de esta línea temporal podrán sumergirse en mi universo, en mis mundos fantásticos llenos de fábula, cuentos, sueños, miedos, encantamientos, batallas, sirenas, marineros, luchas, brujas, heroínas, santeras, artesanas, negras fuertes, princesas indígenas, curanderas, ogros, hadas y más seres místicos que poseen poderes inigualables en ese extraño planeta llamado Tierra, el cual es muy agresivo y un tanto desolador de vivir a veces.

En mis mundos fantásticos existen hermosos paisajes, como la Sierra Nevada de Santa Marta, en donde habitan los poderosos seres de la montaña, y la inigualable serranía del Perijá, allá en lo alto del cielo, en donde crecen las más bonitas variedades de flores medicinales que salvan vidas en otras vidas. Se escuchan los cantos de las aves que custodian los árboles de mangos dulces. En cada amanecer suenan las letras de inspiradoras canciones de vallenatos escritas por juglares-guerreros, campesinos labradores de la tierra que se dedicaban a existir en estas tierras, que vivieron intensamente antes que nosotros y estas letras alegraron los momentos de los viejos mientras se deleitaban con un sorbo de café cultivado con mucho amor allá arriba en la sierra. Parecía que hacía catarsis en ellos con tan solo probarlo y es así como también en enero los cañahuates florecidos adornan el paisaje de la sirena encantada que habita en el río Guatapurí.

En cualquier caso, ciertamente soy más que eso, soy el poderoso Caribe. Juro que puedo cerrar los ojos y sentir cómo las olas del mar suben enormemente hasta bajar y desplazarse sobre la arena, convirtiéndose en la espuma que acaricia los pies de los valientes pescadores que se enfrentan a saludar al sol por las mañanas sin ningún uso de esos brebajes que inventaron los mortales para protegerse de él, eso a lo que ellos llaman “protector solar”. ¿Cómo piensas en protegerte de esa estrella tan bella que brinda luz para no estar invadidos de oscuridad? No estoy muy segura, pero los pescadores suelen despedirse de la gigante estrella solar mientras cae el atardecer en la Ciénaga del Magdalena, de donde orgullosamente es mi padre. Y digo orgullosamente porque siento que en otra línea temporal escogemos nuestras vidas, el cómo vivirlas y a quiénes queremos en ellas, así que parece que escogí mi lugar correcto.

Por otro lado, encontrarás desiertos con intensos colores que te hacen suspirar de solo observar la bella Guajira, en donde encuentras las plantas más valientes, únicas para mí, capaces de sobrevivir en todo tiempo y lugar… Allí habitan unas ninfas negras preciosas, fuertes, que custodian los valles de cañaverales, y también encontramos las hadas artesanas que día a día tejen saberes en unos hilos mágicos que forman pequeños colgaderos llamados mochilas para guardar las herramientas con las que recrean piezas. También habitan unas hermosas princesas indígenas que no existen en los cuentos de los occidentales y estas profesan a los demás dioses de la naturaleza el enviar regalos a los mortales, con el fin de que estos cuiden nuestro reino cada vez que alguno de ellos ascienda y se le permita conocer de esos mundos encantadores que enamoran.

No puedo mentirles, había renunciado a la ilusión de entender mis planos fantásticos, pero adoro ser de donde vengo, de donde soy y de donde siempre seré… Es como si fuera un superpoder y a veces me siento inmensamente privilegiada de pertenecer a estas tierras fabulosas de gentes luchadoras.

Dicho esto, debo mencionarles que me gusta la libertad sin esos malentendidos del orden occidental-capitalista. En mi infancia tuve la fortuna de andar como el viento: yendo, yendo y yendo por tantos espacios de ciudades del mundo banal de los otros mortales dormidos que solo se regían ante un solo mundo apagado sin capacidad de tomar otros rumbos, podía ser tantas versiones de mí en tantos planos. Encima amé profundamente eso de sentirme como una superheroína en cubierto, creyendo estar en casa sin estarlo, debido a que las voces de la naturaleza siempre me acompañarían en cada paso que diera y a cada lugar que visitara por los traslados del laburo de mi padre. Sin duda, mi prioridad era disfrutar sin ningún tipo de preocupaciones, salvo mantener la chispa de mi imaginación encendida para soñar desmedidamente y nunca olvidar las raíces del árbol de la vida, que es de donde vengo y que está en un reino muy muy muy lejano.

A pesar de ser tan soñadora de niña y segura de mí, algo empezó a cambiar y se debía a la actitud de unos mortales hombres en el mundo banal. Mientras recorría las calles saliendo del colegio en primaria, a tan solo 3 cuadras de la casa en donde vivía en aquel entonces, tuve un cúmulo de emociones indescriptibles para mí. Me sentía observada de tal manera que me incomodaba conmigo misma por los comentarios de aquellos hombres siendo tan pequeña. Esto empezó a pasar luego de tener la revelación del universo al avisarme que ya estaba en una escala superior de responsabilidad al tener mi primera luna o al menstruar, como lo llaman en el mundo de ustedes querido/as lectores/as.

Es más, con tan solo 11 años empecé a dejar como prioridad el pensar solo en cuidar mi reino fantástico en el muy muy muy lejano, para en cambio tratar de mantenerme a salvo a mí misma de las horribles fieras que arañaban mis extremidades con solo miradas, miradas con las que debía atravesarme mientras iba a hacer el mandado de casa o al ir a eso llamado colegio, a un parque, adonde fuese. Ya no me gustaba eso de crecer, la vida se me hacía más difícil, me sentía ultrajada, desvestida o golpeada con tan solo una palabra… Se me apagó la chispa, dejé de escuchar las voces de la naturaleza que me acompañaban a todos los lugares y con quienes jugaba. Decidí dejar de ser libre para aprisionarme en una celda intangible, obligada a vivir como una princesa de los cuentos occidentales que está en lo alto de una torre, pero la única diferencia entre esos cuentos y el mío es que yo no quería tener ningún príncipe cerca. Tuve cambios notorios, empecé a desinteresarme por salir siquiera a la puerta de mi casa.

Un día, mientras estaba en el patio de mi pequeño castillo, cayó un níspero al suelo, lo tomé y me lo comí, pero después pensé en que no existía mayor poder que el de dar vida a un fruto que surge de una semilla plantada en el suelo, que luego se convertirá en un frondoso árbol que te regalará sombra cuando la estrella solar se desespere y que brindará oxígeno a miles de almas que no lo saben.

Seguidamente, relacioné el nacimiento de esas semillas con los embarazos de mujeres en mi mundo banal y no hallaba ninguna diferencia entre lo humano y lo vegetal. La conexión entre la raíz de un árbol podía ser la misma a la de las venas que brotan de mi corazón llevándole litros de sangre que harán que este bombee para liberar oxígeno, gracias al agua que tomo de los ríos y a los frutos con los que me alimento, producidos por la tierra. Es por eso que las vidas que puede llegar a tener este mundo son las mismas vidas que posee un solo árbol. Cada vez que se atenta contra la rama de un árbol no solo muere él, sino también tú, yo, ustedes, nosotros y todos.

Seguí creciendo casi que a la par de una larga palmera tropical y ya no me apetecía salir a estar con mi infinito mar Caribe. Me sentía extraviada, odiaba mi cuerpo, me odiaba por pensar que yo era el problema, porque creía que yo provocaba las miradas malsanas de los hombres. Creí que la solución era vestir lo más cubierta posible para evitar situaciones de riesgo e incomodidad siendo tan pequeña, pero eso no cambió nada, así que comprendí que yo no era el problema. Entonces valía la pena preguntar: ¿de qué dependía? Definitivamente, es indignante que una niña deba enfrentarse al acoso sexual tan pronto. El mundo se le cae, se le desmorona la ingenuidad de sus reinos y es por eso que considero que las mujeres tenemos la enorme capacidad de resistir como ningún otro ser en todos los planos existentes de este universo y de todas las vidas que puedan llegar a existir en todos los multiversos.

De cualquier forma, nuevamente salí a flote de esa laguna en donde casi terminé ahogada. Me deprimí, me sentía profundamente bien estando totalmente mal, la tristeza me invadía y ciertamente empecé a aborrecer este mundo banal lleno de depredadores hambrientos por desear cazar alguna presa indefensa para luego devorarla ferozmente sin piedad alguna. Fue entonces que intenté no dejarme vencer y luchar, perder un poco el miedo sin afanes, con calma y con el amor que mi entorno fantástico podía brindarme.

Ahora entiendo que luché desde pequeña y no lo sabía… Si me encontrara a la niña de ese momento a mis 23 años, le daría un fuerte abrazo y le diría que me siento tan orgullosa de ella, y que, a pesar de que pueda sentirse sola en alguna otra línea temporal, yo la acompañaré, porque no hay que seguir prologando el miedo en una bruja encarnada con un cuerpo tan pequeño.

Un día empecé a platicar con mi mamá y con mi abuela, ellas eran mis seres favoritos, mis heroínas, las brujas que lo quemarían todo porque yo estuviera bien dentro de mi castillo… Por ello, mientras preparábamos el maíz y la leña para unos ricos bollos de mazorca con queso costeño, les pregunté sobre cómo habían sido sus vidas y cómo habían sido de pequeñas, pero el sentimiento en ese momento fue como un nudo en la garganta, así como cuando te arde el pecho por tener tantas ganas de llorar y no puedes dejar de sentirlo:

—Mi niñez no fue nada fácil. Mi mamá no estuvo conmigo porque yo vivía con mi papá y mi madrastra. Allá no me querían, no me cuidaban porque mi papá se iba a trabajar y no se ocupaba de la crianza —dijo mi mamá. 

Pregunté:

—Pero él te quería y te cuidaba, ¿por qué dices eso?

—Él me quería y me cuidaba, pero no estaba todo el tiempo en casa. Debía salir a trabajar en el pueblo, así que, cuando él no estaba, sufría horrores con mis demás hermanos mayores, hijos de mi madrastra.

No entendía muchas cosas del porqué mi mamá vivía con mi abuelo y no con mi abuela. Pensé que mi abuela había sido muy desapegada a ella y a sus otros hijos, pero no fue así. Antes la crianza era más compleja y los deberes eran mayores. Mi abuelo tenía una familia inmensa con casi 13 hijos, así que mi abuela Maritza no quería seguir viviendo como 1 de las 2 mujeres de él y se quedó en casa de su mamá hasta que se enfermó y ya no podía cuidarlos. Fue por eso que sus hijos tuvieron que ir a casa de mi abuelo Pedro.

—Lorena cree que no los quise y que aún no los quiero, pero eso no es así. Solo que mi vida no fue como un cuento de hadas… Mi mamá no supo ser cariñosa, me encargaba de ir a buscar agua al río para cocinar, de la leña, de mis hermanos pequeños, de las labores de la casa. Y un día hice un viaje desesperado a Curazao con unas tías, pero mientras estuve allá desafortunadamente fui abusada a los 12 años, para luego crecer y después de haber parido 5 hijos tener que enfrentarme a volver a ser abusada —dijo mi abuela.

Mi alma se hizo triste, la lucha parece ya no tener esperanza. Llegó un alma exhausta. Siento cómo me asaltan agobiantes terrores y un ejército negro de fantasmas errantes me conduce al fin por caminos inciertos, que se cierran al fondo de un sangriento horizonte.

A causa de aquel relato de una de las mujeres más especiales de toda mi existencia, puedo decir que un volcán cayó sobre mí y un hondo vacío empezó a crecer… No tenía palabras para responder ante lo dicho por ella. No sabía cómo pensar, mis palabras no se entendían, así que solo me dediqué a llorar desmedidamente como una fuerte tormenta en invierno.

Cuando se es pequeña, algunas cosas no se logran entender muy bien. Es como si tuvieras que descifrarlo todo con una lupa o ponerle zoom a todo para intentar acercarte a un poco de verdad entre tantas mareas de mentiras. Ese misterio o tabú innecesario que surge hacia los más pequeños dentro de contextos conservadores como en el Cesar y en muchas partes de nuestro país es catastrófico. ¿Por qué nos hundimos en el silencio y no en el ruido?

Sé que sabrían responder a esta pregunta, o tal vez no, pero, a pesar de que los tiempos tengan prisa, se siguen promoviendo patrones socioculturales que distancian la liberación de los cuerpos, de las mentes, de las almas y les impiden ascender a los mundos fantásticos de libertad o de autonomía en luchas intermitentes, negando la posibilidad de acceder a la información para el uso de los poderes de cada una de nosotras.

Por esta razón, los relatos que me fueron trasmitidos, esos desafortunados abusos sexuales de los cuales fue víctima mi abuela desde muy joven y de los intentos que por el contrario no tuvieron éxito, afortunadamente, en la vida de mi madre, me hicieron reaccionar y preguntarme: ¿qué refugio hallarán los perdidos? Hay luz después del camino y la vida cruelmente me lo enseñó, porque la violencia deja heridas en nuestros cuerpos, en nuestras almas marcadas para siempre, dejando secuelas, miedos, dolor y muchas más sensaciones por las que ninguna mujer desea pasar.

Debo decir que soy todas las mujeres que me acompañan en estas vidas: soy mis ancestras, soy mi madre y mi abuela, soy mi hermana, soy mi tía, soy mi prima, soy mi vecina, soy mi amiga, soy tú, soy ustedes, soy nosotras. Si pudiera volver al pasado a encontrarlas de niñas, las rescataría para decirles que estoy orgullosa de ser lo que soy gracias a ellas. Mi abuela venía de los místicos lugares en donde existían brujas blancas, curanderas y parteras, expertas en conocer la vida, explicando a sus discípulas que las liberaciones femeninas eran algo poco deseado por el mundo real, puesto que este es un contexto totalmente masculinizado… “La vida era más sencilla antes, antes de todo”, repetía mi abuela.

Un día emprendí un viaje con rumbo hacia Villanueva, La Guajira, una ciudad de mis mundos fantásticos que también ha sido conquistada por las garras del mundo banal capitalista. Sus calles parecían un desierto vivo, un panorama desolador en donde sentías en el viento esa sensación de desasosiego con tan solo respirar. No había ni una sola alma afuera o siquiera en las ventanas, el silencio se apoderaba de la noche y yo solo podía sujetar fuerte la mano de mi abuela mientras dábamos cada paso que se hacía lento para llegar hasta la casa. Me estremecía del terror siendo pequeña y después de escuchar historias sobre brujas buenas y malas…

Le pregunté a mi abuela: 

—¿Por qué está tan solo este pueblo, abuela? ¿Ya nadie vive aquí o se han ido todos? 

Respondió: 

—No, Cami, aquí siguen algunas familias con las que crecí de niña. Es solo que la violencia sembró el miedo en estas tierras y ahora prefieren estar encerrados en sus casas, porque están marcados por una masacre que hubo hace mucho tiempo.

—¿Por qué asesinaron a estas personas? ¿Qué hicieron? 

—Solo ser de estas tierras en donde llegó el progreso con las grandes transnacionales mineras. Nos despojaron y amedrentaron, muchos quisieron luchar, pero fueron asesinados.

En efecto, sentí la necesidad de volver a escuchar las voces de la naturaleza, así que, al día siguiente, mientras a mi espalda moría la tarde y ya no me detenía a contemplar la vista, solo caminaba por este municipio sinuoso con ínfulas de futuro. ¿Qué futuro? No lo sé, yo solo gozaba más con el movimiento de los árboles que de sus gentes, porque estos no mencionaban palabras de la memoria colectiva y estaba llena de sed por escucharlos. Solo escuchaba las voces que arrastraba el río…

No me ha sido dado comprender el vuelo con que atraviesa el tiempo al cielo de mis días. Mucho menos cuán vertiginosos se hacen los tiempos, que tuercen los caminos para girar al estupor. 

Aun así, insisto en avanzar entre piedras: ya cautelosa, ya temeraria, pedazo de criatura repetida, desde lo antiguo en sí misma, que cree ir a alguna parte. No. Aún el tiempo no se decide a revelarme el porqué del vuelo. Solo su ojo de cuervo logró observar mi cerradura.

Después de lo escrito en estas líneas, puedo decir que ahora soy quien convoca a las formas que me muestran mis orígenes. Deambulan a cada instante por mis antepasados, por mis ancestras y ancestros que han caminado desiertos de arena y quizás nieve, allá en las grandes montañas. 

Días de infinitas incertidumbres por los nuevos tiempos de conquista a los que somos sometidas en plena modernidad. Se han apoderado de nuestras conciencias, acabando con la luz. Extrañas máquinas empezaron a instaurarse en mis tierras para oscurecer el paisaje verde y azul que tenía, cambiándolo por tristes matices de grises y oscuros negros vacíos.

En este momento se ciegan mis parpados por no reconocer lo que veo, ya no existen mis mundos fantásticos, parecen haber desaparecido y es por eso que no he tenido otra alternativa que convocar a las formas que me mostraron los orígenes para mantenerlos vivos, rememorando y resistiendo desde abajo, desde lo local, sobre todos los estragos e impactos de la matriz minero-energética en esos procesos de acumulación y sus vínculos con el sistema patriarcal colonial que ha dejado mujeres, niñas, niños y población feminizada completamente rotos… Digo rotos porque muchas mujeres fueron madres solteras que se ilusionaron por los amores de la mina, niñas que cambiaron sus momentos de juego por iniciar caminos de la sexualización de sus cuerpos y niños que empezaron a conocer las desdichas de sustancias incorporadas en los pueblos con la llegada de la frontera extractiva.

¿Una sociedad del futuro o una Ciudad Gótica como en los comics en donde el caos sería el lema? De verdad que se hizo confuso comprender las excusas con las que el sistema estructural quería naturalizar las condiciones desiguales dentro del mundo real. Aparecían fronteras entre sus pobladores, inmensas pirámides de carbón en los territorios se apoderaron del paisaje de mi mundo fabuloso, que ya perdía sus colores. Los guerreros de mis mundos empezaron a cegarse y eran hechizados por los hombres de las transnacionales, que les prometían algo que nunca habían tenido llamado “dinero”, y esto parecía ser más llamativo que vivir libremente con nuestras princesas, negras fuertes, sirenas, artesanas, hadas y demás seres místicos que estaban lejos del mundo de los mortales.

¿En qué momento todo cambió? ¿Cuándo nuestros guerreros decidieron ceder y permitirles ascender a los mortales malvados el entrar a destruir nuestros bosques encantados? 

Los días empezaron a llegar y con ellos las semanas, los años y tuve que crecer, olvidarme un poco de mis mundos para vivir como los mortales banales, hacerme grande para entender que la vida no es como la pensaba o como quería que fuera. Llegué a sentirme sin propósito, como si viviera una vida que no es mi vida para convivir con días abrumados, sin fantasía y en donde para encajar debía subir una escalera inmensa con escalones sin sentido que me harían estar en lo más alto del prestigio… Sí, ¡dejamos de ser libres en nuestros propios mundos y perdimos el control!

Desafortunadamente, no todos los seres saben cuáles son sus fantasmas y sus ángeles, no conocen su propia realidad, no saben quiénes son ni de dónde vienen y eso es lo que hace que retrocedamos en vez de avanzar. Apareció otro problema en mis reinos: los guerreros creían que las princesas indígenas o las artesanas eran sus rivales… 

A pesar de que la historia nos diga que ya existían problemas internos entre los habitantes de las zonas de sacrificio antes de que llegaran las compañías extractivas, teníamos una forma de vida en comunidad en donde se respetaban las voces de la naturaleza. Cuando ellos aparecieron, eso dejó de ser. 

La madre tierra ha estado siempre a nuestra disposición; ella es energía, como nosotros. El sistema capitalista, neoliberal, colonizador, extractivista y patriarcal se dedicó a enriquecer sus bolsillos sin límites, además de no tener en cuenta que destruía nuestros ¿territorios? con cada actividad extractiva. Estos saqueos hacían que los habitantes discutieran entre ellos mismos, dividiéndolos para luego lograr debilitarlos y poder aprovecharse fácilmente de ello.

Los guerreros de mis mundos fantásticos dejaron de trabajar en la tierra y optaron por apoyar las labores que destruían nuestros valles. Las mujeres dejaron de ser princesas guerreras para convertirse en esclavas extractivas. No solo debían encargarse del reino, hijos y maridos, sino que también debían asumir una nueva labor: la de encargarse de los hombres de las empresas. 

Los impactos y las soluciones al cambio climático nunca han sido neutrales al género. Las dimensiones de vulnerabilidad y las oportunidades para que las mujeres desempeñen un papel más importante en la configuración del desarrollo sostenible son nulas. La dominación de la mujer tiene muchísimo que ver con la degradación del medio ambiente y cabe decir que, cada vez que se atenta contra la madre tierra, esto se materializa en el cuerpo de una mujer que sufre los estragos de los territorios que nos rodean. 

El mundo real parece hacernos creer que solo los hombres tienen derecho a estar en el centro de todo, como si fueran algún tipo de dios. Las economías masculinizadas se hacen virales como las plagas que expanden micropoderes en los hombres guerreros de los pueblos fantásticos para que estos también ejerzan la destrucción de sus propias mujeres. 

Mientras tanto, empecé a interesarme por generar acciones que trasformaran conciencias. Conocí a algunos chicos defensores del territorio que hablaban de muchas problemáticas, pero nunca mencionaron a las mujeres como víctimas de ese sistema de acumulación. Al verlo tan claramente, mi tarea sería entonces la de llevar ese mensaje a todas las mujeres del Cesar y del país. 

Logré asistir al primer encuentro de organizaciones de la sociedad civil del departamento del Cesar, algo sin duda maravilloso porque escuchaba cómo relataban un gran número de conceptos, leyes y problemáticas que yo desconocía. Además, había personas de todos los gremios, siendo este un diálogo multiactor con la Fundación Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP). 

Asistí a 3 o 4 reuniones más siendo solo Camila de La Hoz, sin hacer parte de ninguna organización social. Mi alma me pedía a gritos encontrar seres con quienes lograría reivindicar las luchas a partir de las heridas y los sueños del territorio. Así que empecé a comentarles a los chicos activistas que me encontraba profundamente interesada en trabajar mucho más sobre transición energética justa en el departamento del Cesar y en la región Caribe, de donde vengo.

No existen palabras que puedan describir lo que sentí al hacerme miembro de mi verdadera escuela del saber humano, comunitario, de mi territorio y de la familia llamada Cesar Sin Fracking y Sin Gas. Queridos/as, yo encontré mi propósito, dejé de sentirme vacía, empecé un proceso de transición muy bonito. Esta familia me mostró a grandes maestros: mujeres guerreras en la verdadera y única sucursal del cielo (como la llama Narlys Guzmán), en donde están las mujeres guerreras de la sierra y la cual está ubicada en Chiriguana, así como también jóvenes de otras organizaciones capaces de perseguir sueños. Esto es un verdadero tesoro. 

Empezar el camino del activismo ambiental, político y social en mis mundos fantásticos no era nada fácil, pero yo estaba dispuesta a enfrentarlo. Me dediqué a conocer cada espacio del Cesar a través de la escuela de formación llamada El Cesar Transita, que me permitió escuchar relatos, vivencias, sentires, experiencias de quienes se convertirían en los coautores de mi proyecto de vida. 

¿Qué es la alegría? Para mí es Cesar Sin Fracking y Sin Gas. Desaprendí todo lo que sabía, todo lo que conocía para aprender de lo real de la vida, como cuando llegas liviano de equipaje y te instalas en esos paisajes explorados por otros antes que por ti, llevando el viento como aliado y descubriendo caminos de regreso exorbitantes de conocimiento. Siento que he podido ir recuperando mis mundos fantásticos con la ayuda de todos los miembros de esa bonita familia de la cual soy parte. 

Consecuentemente, asistí a cada programación del movimiento en donde se escuchaban personas hablar sobre las afectaciones de la minería a cielo abierto o de los pilotos de fracking en el departamento, pero pude notar que no existía un solo relato de alguna mujer que hablara sobre el papel del género o del feminismo y su relación con la forma en la que habitamos y transformamos a la naturaleza. Era como si hubieran interiorizado el discurso de que son 2 mundos paralelos distantes que no tienen nada que ver el uno con el otro y, lo que es peor, no reconocían que sufríamos los estragos de la crisis climática, a través de las catástrofes naturales que eran producidas o ejecutadas por agentes dominantes de la cultura, como los hombres. Tuve la fortuna de asistir a un encuentro de mujeres defensoras del territorio de muchos lugares del país por varios días y mi propósito volvió a crecer porque allí aprendí algo que siempre había ignorado como mujer: la sanación del alma y la cercanía de mi cuerpo con una menstruación consciente. Estas cositas se convirtieron en mis mayores tesoros. Debía trasmitirles estos saberes a mis mujeres de mis mundos llenos de hermosos paisajes.

Después de ese día, creció en mí la tarea de incentivar a las demás mujeres a reconocer esa relación entre el género y el medio ambiente, el género y la biodiversidad, el género y el cambio climático, el género y la degradación del suelo, el género y el agua, el género y todas las mujeres. Así que promoví eso desde mi familia, desde mi organización social, para cambiar el chip de mis compañeras y hermanas de luchas, reivindicando la vida a toda costa y rompiendo con esas brechas desiguales por las que atravesamos nosotras las mujeres, para también ser capaces de identificar las acciones de nuestros compañeros hombres en esa misma lucha de resistencia por mantener el ambiente vivo, el territorio sano y no rendirse aun cuando eso costara la vida.

Asumí nuevos retos desde la sociología, así que empecé mi propia investigación sobre la importancia de feminizar la práctica política desde la transición energética justa e identificar que no era coherente hablar de transición o de justicia ambiental sin antes decir que se debía alcanzar una justicia de género. Hoy mis palabras son escritos que nombran mis sentires y mis anhelos para mis hermanas mujeres de estos bellos reinos.

Me di cuenta de que éramos protagonistas de toda una historia narrada por hombres durante siglos, en donde nosotras solo éramos invisibilizadas o excluidas. Pero eso ya estaba cambiando porque las mujeres afrocaribeñas del Cesar hemos tenido la dicha de creer en nosotras mismas, aun cuando nadie lo hacía, y hemos soñado creyendo que es posible una apuesta que construya agendas en favor de una justica ambiental con un verdadero enfoque de género, que permita cambios intergeneracionales para nuestras niñas, quienes también han sido violentadas y merecen un lugar seguro, sin miedos… ¡LAS MUJERES Y LA TIERRA NO SOMOS TERRITORIOS DE CONQUISTA!

He visto paisajes salvar vidas, sin que lo supieran ni los paisajes ni mucho menos las vidas. Y no digo que se deban cegar vidas; por el contrario, hay que salvarlas, sacarlas de las tinieblas inminentes del oro negro que ha llegado con las fronteras extractivas, las cuales han secado mis cuencas hídricas como el río Cesar y el río Ranchería. Quiero respirar el aire puro de mis montañas sin preocuparme.

Hace un tiempo tuve que irme unos meses a otro lugar, unas tierras que no eran las mías, a un departamento que está ubicado en los Llanos Orientales, muy lejos de mi casa, lejos de mis seres queridos y del majestuoso Caribe colombiano. Tenía días raros, extraños y vacíos, debido a que sentía a la distancia apoderarse de mis emociones, pero eso no me detuvo. Busqué cómo seguir haciendo lo que hacía desde este nuevo lugar y debo decir que se me dio muy bien. La vida te llena de sorpresas y sorpresas te da la vida, así como también de buenas personas, seres que tenían esa visión social desde el activismo ambiental en su territorio. El estar quieta a mí no se me da y me hace feliz decirlo porque allá tan lejos conseguí tener una nueva familia de mujeres jóvenes feministas que me acogieron y me invadieron de amor llamadas ¡Las Polas!, con las cuales trabajé inalcanzablemente por brindarles todos mis conocimientos y mis experiencias, con el fin de mejorar un poco Casanare, que es un territorio muy machista y/o conservador. Sin embargo, estas chicas han sido valientes y me encanta que la herencia de las brujas ha logrado un impacto intergeneracional, y seguirá proliferándose hasta que nosotras nos amemos unas con otras y con los otros.

Ante la ausencia que aún me conmueve a ratos, me hago una pregunta: ¿cuándo se es y cuando se está? “Ser o estar”. La nostalgia haciéndome escribir. 

Mi mamá ha cumplido años y yo no he estado. Mi hermana se graduó y tampoco estuve. Mis amigos me cuentan que se reúnen y conversan sobre mí, sobre aquellas aventuras exploradas conmigo en altamar, como intentando mantener mi recuerdo vivo, como si yo no estuviera, pero sí estoy. Lejos, pero estoy.

Quise estar cuando mi gente me necesitaba en cada una de las luchas realizadas, pero solo estuve desde una pantalla de 6 pulgadas. 

Algunas calles de mi ciudad son diferentes, pero el festival, el Carnaval, los versos de los nuevos reyes vallenatos, la Navidad y el Año Nuevo son igual de increíbles como siempre lo han sido y yo no estoy.

Mi abuela ya no está y yo no estuve, NO PUDE. Una tarjeta blanca contiene los 924 kilómetros que necesito recorrer para estar y no estoy. 

Pero cada día me doy cuenta de que estoy donde debo estar: en el mundo de las oportunidades, donde yo tomaré una. 

Comprendí que me estoy convirtiendo en la mujer que siempre quise ser: soy quien da saltos de fe y de esperanza, quien lo hace con miedo, pero aun así se atreve, una mujer más valiente, más madura, más independiente...

Yo soy quien soltó lo que estaba bien para estar aún mejor… Toda historia siempre tiene un final, esta no será la excepción. Después de todo lo narrado, debo decir que mis mundos fantásticos resisten inagotablemente. La energía es lo que nos mantiene la esperanza intacta porque, a pesar de todo lo que los mortales malvados han querido hacer con nuestros reinos, el verde sigue apareciendo en las montañas o en los valles y el intenso azul se mantiene cada vez más vivo que nunca, ya que las ninfas y los seres del bosque tienen encuentros con las princesas indígenas que obsequian saberes para la protección de nuestra madre tierra… Ninguno de los seres místicos de estos mundos ha parado de seguir soñando con que algún día todo esto termine y podamos ser completamente felices, sin tener que conformarnos con los formalismos destructivos de los inquietos mortales que están allá en ese mundo banal tan oscuro que es difícil de vivir para cada uno de nosotros… Los deseos sí se cumplen, la unión hace la fuerza y la fuerza somos nosotros porque estamos unidos.