
Este texto va pa’ esa tierra que me vio nacer, que me acunó y abrazó desde una infancia libre, me arropó con aguas y riachuelos, me alimentó con tradición y memoria; a sus montañas, quebradas y riachuelos, a la tierra de los seres a quienes les debo mi espíritu, que me han permitido ser, a esa comunidad que emana la resistencia, la organización, porque se ha construido desde el sentir de las apuestas y luchas colectivas, mi querida Chapacual, linda vereda del municipio de Yacuanquer, en el mágico Nariño.
Es acá donde la vida me permitió coconstruir un proceso de base campesina: Red de Escuelas Campesinas le llamamos a este bello intento de poner a dialogar los saberes campesinos, populares, los que ha brindado la academia, y crear escenarios de reflexión alrededor de lo campesino, del ser campesino, del sujeto campesino, del territorio y su defensa, del Estado, su conformación y funcionamiento, del aprendizaje y promoción de la agroecología y, por supuesto, de organización comunitaria. Donde tras más de 1 año, domingo a domingo, vereda por vereda, la minga tomaba su cauce en sus diversas expresiones (en la palabra, el pensamiento, la olla comunitaria, el aprender haciendo) y donde enraicé aún más este orgullo de ser campesina, todo movido por ellas/os, campesinos de interés genuino de saber, de compartir el diálogo y las preocupaciones por la realidad de su territorio.
Son estas juntanzas las que nos permitieron crear sensibilidades frente a la defensa de lo nuestro, nuestro territorio, que llevaron a crear sinergias para pensar en la gobernanza y gestión comunitaria del territorio, en especial de las aguas. Es acá donde nace el asumir el proceso de defensa del agua, proceso que me mostró lo profundo de mi conexión con la vida, con el agua, con la tierrita.
Aquí pretendo, desde mi humildad, plasmar de alguna manera el sentir y las vivencias, la memoria de los hilos que tejieron las resistencias y el cuidado de las aguas de mi bello terruño, en especial de mujeres, hombres y guaguas1 a quienes los mueven las fibras hídricas, y me han enseñado a afrontar el liderazgo y a timonear esos avatares de 5 años, en los que en mi cuerpo se me turban las aguas internas para defender desde las entrañas las aguas superficiales que se pretendían comerciar.
Esta vez, con profundo amor y compromiso, cojo la pala para desenterrar la voz, las voces que no resuenan más allá de esas íntimas luchas vitales de las mujeres de mi linda comarca; esta vez la voz y el sentir femeninos se atreven a escribir para que esta bella muestra de organización comunitaria y poder popular deje de ser un relato, y encuentre en las letras la posibilidad de ser compartida a otros pueblos, a otras generaciones.
El runrún de la embotelladora
Acá nace mi camino de las aguas. Por allá, a finales del año 2014, en aquella bella comarca que se sienta entre las faldas del Urkunina2 , nuestro volcán Galeras y las profundidades del cañón del río Guáitara, empieza una de las luchas más largas que ha afrontado hasta ahora la comunidad. Desde el cuchicheo de la gente llega a los oídos: “Se va a montar una embotelladora, si disque piensa montar una embotelladora…”.
En el tono preocupado de la voz del abuelo se siente el peso de que la idea sea real y sí, pesa, pesa cual cobija de lana de oveja en el frío Cumbal, que te incomoda y te la quieres quitar, pero no lo haces porque es algo que hay que aprender a afrontar. Es verano, en el aire se siente la sequedad del campo, los potreros amarillentos y tierrosos dan cuenta de la falta de agua. El fontanero al final de cada tarde sube cargando su llave, pues hasta las quebradas han disminuido su caudal y hay que hacer racionamiento porque al tiempo agua a toda la vereda no se le puede suministrar. Con esta realidad y todavía allá arriba que desque el agua la van a embotellar. Rumores van y vienen, las preocupaciones se entrecruzan, se habla del tema en la cosecha, en el camino, en el rastrojo, pero es algo que no se habla de manera abierta, pues como si estuviera en la clandestinidad, realmente nadie lo quiere afrontar. Llega la noticia:
—¡Viene Corponariño a la fuente Palmas!
—Hay que convidar y subir a averiguar…
Las gentes, con sus ánimos preocupados, se alistan: botas, sombrero, la botella de café, papas cocinadas o tortilla3 , no puede faltar el machete (uno nunca sabe). Las mujeres de unas a otras se van llamando: “Ala, ¡vamos! Vamos, vamos… ¡espérame!”.
Así, de una en una se hace la multitud y a paso ligero, como cuando se va tarde a coger trabajo, subimos hasta el monte, a Palmas. Un aire de preocupación e inseguridad se siente en el ambiente. Después de la espera, lo temido es confirmado. El funcionario acaba de dar la noticia: hay una concesión tipo industrial otorgada; la autoridad ambiental ha autorizado la mercantilización de los bienes comunes. Quién lo diría, “la autoridad” ha puesto el interés particular sobre los derechos fundamentales e intereses colectivos. Una tragedia para las comunidades Chapacual, Guaca y Arguello, pues en esta fuente es donde empiezan a hilarse las aguas que las cubren y de las cuales se sirven para satisfacer sus necesidades vitales y su vida campesina.
El corazón se acelera, como que se achicharra y se siente helado el baldazo de agua fría que nos acaban de pegar. En el fondo esperábamos que todo fuera solo un chisme.
—¿Qué vamos hacer, alas? Ya los permisos están dados…
—Nos vamos a organizar y no nos vamos a dejar. Hay que defender la vida del agua y el agua para la vida.
Es acá, en el vivir y mirar la preocupación y el desconcierto de las/os compañeras/ os, cuando comprendo la estrecha relación entretejida entre lo humano y lo no humano, la Casa Grande, la Casa Común, este hogar de todes, pues claro: aún en nuestros adentros andinos prevalece el respeto por la Pachamamita porque sentimos la tierra, vivimos y narramos el campo, amamos la vida campesina y, dentro de ella, la concepción amplia del territorio. Y, claro, cómo no mencionar que para las mujeres y las/os guaguas resulta más sencillo entender la fragilidad de la vida, pues la afectación al agua como líquido vital implica una afectación diferencial hacia la mujer y, desde el ser femenino y desde las infancias, existe una mística diferente en el relacionamiento y valoración de las aguas.
Con las aguas movidas, las angustias a flor de piel, sinnúmero de inseguridades e incertidumbre, pero, eso sí, con los ánimos de dejarles a las/os guaguas una tierra y un agua libres; convicción que solo la dan aquellas caritas inocentes de ojos brillantes y sonrisas genuinas de los peques del semillero consentir, pues sí: fueron estos guaguas la inspiración para empezar este andar.
Comenzamos a analizar el asunto, a buscarle la comba al palo, pero las inseguridades hacen de lo suyo, necesitamos encontrar la inspiración y el camino en la encrucijada de esta lucha, necesitamos algo que nos ayude a mover la conciencia. Es así como nos aventamos a hacer “el canto al agua”. Con la complicidad de las profes, nos vamos a La Cocha, quizás la manera más sencilla de entender la importancia de ese bello tesoro se encuentre en la posibilidad de deslumbrarnos al verla nacer del monte, brotar de la tierra, tesoro fresco, que no huele ni sabe a nada, qué digo nada: sabe a vida…
Acá estamos, después de seguir el paso ligero, casi corriendo de los guaguas, afán propio del gusto de ir juntos a explorar un lugar para varios aún desconocido; con la espalda sudada porque tocaba cargar con la chalina4 al Maty aún bebé, Anita Paula como siempre mostrando su casta, pequeña, pero berraca, caminó sola gran parte del recorrido. Las/os guaguas se corretean, se suben en las grandes piedras, algunos se echan agua de la cequia, otros se clavan en ella para tomar un sorbo que refresque la sequedad del camino.
Ahora sí, dispuestos a nuestra actividad, no podía faltar la mística, pilches con agua que representan las fuentes principales que bañan nuestro territorio y el más grande de ellos en mención a Palmas. Yo, con mi perorata, intentando poner en lenguaje de niño/a mis preocupaciones, ese intento por que las/os guaguas dimensionen lo que estamos afrontando como comunidad. Al son de guitarra, allí sentados al pie del monte y frente a la cequia del agua, entonamos a todo pulmón nuestro canto, elevando el rezo al infinito para que la lucha por la libertad del agua sea productiva. Y sí que es escuchado el canto: “Agua es, agua es, somos gotas en el mar, tú también…”. Las nubes se posan, truena fuerte y gotas gruesas empiezan a caer, ¡qué mejor muestra de conexión con la Mamita Tierra, con la señorita agua! Es este canto lo Ahora sí, dispuestos a nuestra actividad, no podía faltar la mística, pilches con agua que representan las fuentes principales que bañan nuestro territorio y el más grande de ellos en mención a Palmas. Yo, con mi perorata, intentando poner en lenguaje de niño/a mis preocupaciones, ese intento por que las/os guaguas dimensionen lo que estamos afrontando como comunidad. Al son de guitarra, allí sentados al pie del monte y frente a la cequia del agua, entonamos a todo pulmón nuestro canto, elevando el rezo al infinito para que la lucha por la libertad del agua sea productiva. Y sí que es escuchado el canto: “Agua es, agua es, somos gotas en el mar, tú también…”.
Las nubes se posan, truena fuerte y gotas gruesas empiezan a caer, ¡qué mejor muestra de conexión con la Mamita Tierra, con la señorita agua! Es este canto lo que lleva a mover más corazones: cómo no moverse el alma al ver estos guaguas preocupados por lo que los adultos no eran capaces de dimensionar. Pues sí, fueron estas guaguas, sus mamitas y la ayuda de la abuela grillo quienes sentaron la semilla de la conciencia y la movilización. Solo lo que mueve el corazón y toca las fibras profundas del ser es capaz de mover la acción comprometida.
Ahora sí, con el pecho más grande, grande porque se ha hinchado el corazón y ha crecido el alma después de esta recarga mística, seguimos nuestro caminar, en un intento de volvernos sordas y cuerigruesas. Cómo desconocer que a la larga el “locas desocupadas, el agua nunca se va acabar” sí socavaba adentro, a ratos dolía, pero otros ratos llenaba de digna rabia. Es acá cuando entiendo que, así como hay distintas formas de habitar el territorio, existen también distintas formas de relacionarnos con él, con sus elementos y sus elementales, con el ambiente que nos rodea, el mundo que ocupamos y transformamos.
La testarudez femenina, la complicidad masculina de unos cuantos, el avance allá arriba de Clara (Agua Clara es el nombre de la empresa) ha ayudado a que seamos más actores. Qué bello ver cuando las juntas, las verdaderas autoridades en este territorio, las/os mayores que lo han cuidado también con tesón, juntan ideas, intenciones y esfuerzos que nos lleven a defender lo que nos pertenece, nuestro territorio. Y, así, idea tras idea, reunión tras reunión, llegamos a la Gran Asamblea Comunitaria.
Acá estamos ahora, enfrentándonos a un salón lleno de dudas y preocupaciones, un empresario dispuesto a defender a toda costa las buenas intenciones de su Agua Clara, disfrazadas en el discurso del desarrollo, en las ideologías del sueño del progreso que han justificado siempre el abuso de los bienes de la naturaleza, en este caso, pretendiendo pasar por encima del valor que tiene el agua para la vida diaria y cotidiana de las comunidades campesinas para sobreponer al líquido vital un valor de cambio, un precio comercial como si fuese mercancía. Es la visión antropocéntrica del todopoderoso, el lobo disfrazado de oveja que a estas alturas ofrece espejismos como si fuese cierto eso de que el que peca y reza empata.
Es acá cuando se pone el alma en la palabra y el poder de la palabra toma fuerza para contrarrestar argumentos que parecen sensatos, argumentos fríos y calculadores, fáciles de desenmascarar por su insensatez, pues jamás podremos permitir que se pretenda poner el dinero por encima de la vida. Valientes mujeres levantan su voz con determinación, sinceridad en el sentir y precisión en la palabra para recordar al auditorio que, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, la vida campesina está atravesada por agua; que pa’ lavarnos la cara, pa’l café de la mañana y pa’l alimento del día necesitamos agua, no dinero; que en verano en la batea el ganado toma agua, no billetes, que las plantas se riegan con agua, no con buenas intenciones, que pa’ refrescar el cuerpo después de esos palos de sol en las espaldas, para esa sequedad del ser se requiere agua, no engaños y marañas hechas a escondidas.
Los argumentos van y vienen, cada vez más aireados, y las determinaciones empiezan a tomar su justo cauce y claro. La emoción del momento no deja ver que la carga ahora es más grande, pues estamos llegando a un punto de no retorno. Ese mandato colectivo de defender hasta las últimas consecuencias la libertad del agua para que no se estanque en lo alto de palmas y se encierre en botellas acababa de ponerle un repeso, ya no es un mero activismo, ahora defender el agua es un “mandato comunitario, un mandato popular”.
La defensa de la vida se va tejiendo. Como hemos cacareado el caso, nos han invitado a las escuelas del agua, bello espacio que nos presentaron para la vida hombres y mujeres que desde su generosidad del saber nos brindaron elementos para armar más nuestro argumento, organizar las ideas y los pasos a seguir en este andar por la defensa del agua, la defensa de la vida. Acá nace el “Equipo Conspirador de la Resistencia”. Con ellos, con ellas, seres convencidos de la gestión comunitaria del agua, varias noches frías en la capital pastusa, horas de trabajo, de hilar ideas, de buscar estrategias, cada vez más hojas, más documentos en el expediente, muchos de ellos cartas y solicitudes no resueltas por las instituciones… Las ideas van y vienen, nos ponen sobre la mesa ejemplos de otros procesos para que podamos identificar elementos a favor de nuestra lucha, y desde las normas se empiezan abrir campo posibles rutas. Si bien la pelea jurídica es importante y urgente, lo vital es la determinación y fuerza comunitaria: “La clave es la organización”. Con cada reunión, una esperanza y, con ella, nuevas tareas. Hay que conseguir evidencias de que el agua está escasa y de que ese proyecto industrial afecta las necesidades vitales de las comunidades campesinas.
—¡La cosa está como trinca5 ! A este proceso hay que hacerle minga, eso toca hacerle diferentes frentes…
—Lo que acá puede proceder es un recurso que se llama revocatoria directa...
Y, mientras vamos aprendiendo esos conceptos, ese lenguaje de las leyes (porque hay que hablar desde estos lenguajes para que no intenten pordebajiarnos por el simple hecho de ser campesinas), vamos organizando y fortaleciendo la resistencia.
—Necesitamos visibilizar la lucha, que se sienta la sanción social al proyecto…
—Algo hay que aprender de la política electorera. Hay que mostrar la fuerza, hay que empapelar la vereda: “El agua no se vende, el agua se defiende”.
¡Benditos pensamientos que se volvieron acciones! Así avanzamos, a trotecito de carrera. En medio de la lluvia, la Fanicita va a recoger los carteles que nos regalaron porque, si algo tuvo esta lucha, fue generosidad que la rodeaba. No fue sino pegar 1 y enseguida de cada casa llegaban a recoger su afiche. Así se pintaron los paisajes hogareños de las fachadas principales de las casas de ese bello diseño en tonos verdes y aguamarinas: “El agua no se vende, el agua se defiende”. Hasta las paredes de las casas hablaban del rechazo a esa idea atrevida de convertir el agua en mercancía. Bella juntanza en la que cada quien pone lo que mejor sabe hacer y nos demuestra que, cuando la injusticia y el poder se ponen en favor de un particular descuidando el bienestar y la vitalidad del colectivo, la resistencia se tiene que conspirar.
Nada más bello que ver la legitimidad comunitaria de las gentes del territorio para parar a quien toque y cuando toque parar; el ingenio y determinación puestos a juego en diferentes acciones de movilización, pues esta lucha la ganamos cueste lo que cueste y dure lo que dure. Y sí que está durando bastante.
Ahora, allí apostados en la carretera con sus carteles esperando la visita del funcionario que pretende atender la solicitud de ampliar el caudal de la concesión industrial, los líderes y lideresas están listos para intervenir, pues acá empieza el Santuario Galeras y allá arriba está prohibida la industria. Así lo dice la ley, ley que ellos mismos defienden; entonces no hay que dejarlos ni subir a Palmas.
Efectivamente, después de un largo plantón, el funcionario debe regresar sin lograr su cometido.
Ha pasado el tiempo y, una vez más, acá estamos: ahora sentadas a lado y lado de la vía. Allí, al lado del ojo de agua Palmas, caras campesinas, rostros curtidos con el sol, muestran la tenacidad de las gentes que no están dispuestas a dejar pasar por encima de las comunidades la necedad de las máximas autoridades (legales) que solo gobiernan y cuidan desde afuera, desde los escritorios, desconociendo que las autoridades legítimas son las comunidades que históricamente han cuidado y preservado su territorio, y que con autoridad moral reclaman su legítimo derecho a determinar lo que se hace en él. Son ellas/os quienes lo habitan y son ellas/os quienes sentirán los efectos de cada acción. Parece que las gentes sí tienen más clara la visión de que la fuente no es solo la fuente, que hay que pensar aguas arriba y aguas abajo, en lo humano y en la naturaleza. Después de horas de disertaciones, el funcionario se va y las comunidades también regresan a casa, quizá con una discusión ganada, pero con la incertidumbre de no saber cuándo terminará esta batalla; eso sí, con ánimos crecidos, porque crece la fuerza cada vez más.
“Y vuelve la burra al trigo”
Así, por años, debatiendo en el camino, en la calle, en la carretera, las/os campesinos, con discursos cada vez más argumentados y soportados, datos más exactos… En cada visita vuelve y juega, balde aforado en mano, celular para medir el tiempo y los campesinos levantan y registran cada medición con su respectiva hora y fecha; no podía faltar la fotografía (monitoreo comunitario del comportamiento de la fuente). Se pule más el procedimiento comunitario; así aprendimos a recoger evidencias, porque en el plano jurídico estas señoras son determinantes. ¡Quién diría que estábamos probando un problema de sobre concesión de una fuente! Así es, la autoridad ambiental ha entregado más agua de la que realmente existe, poniendo en riesgo a que los de abajo, humanos y no humanos, se queden sin ese hilito vital. Como siempre, los de abajo son los que llevan del bulto.
Pasan los años y la resistencia se mantiene como el eco del riachuelo que, cuando más grande, más resuena. Y este resuena cada vez más en los corazones de las gentes, convencidas cada día de que su lucha es legítima y que no puede hacerse nada por encima de sus derechos, del derecho que tiene la fuente a que se le respeten sus espacios, de los derechos de las aguas a ser libres y soberanas, a que se les respeten sus recorridos para que puedan continuar así resonando y cantando en su cauce; a seguir abriendo camino tras su andar por el territorio regando y posibilitando vida, garantizando el derecho a ellas para los seres que alimentan a su paso, recordándonos el derecho al agua por su conexidad con la vida, reclamando que no se la mire solo para cobrar tasas de uso de aguas que ya ni producen.
Cómo no hablar del “correcorre institucional”, de un lado para otro, las solicitudes van y vienen esperando respuestas, corre que corre porque Clara se sigue construyendo. Las respuestas a las solicitudes no llegan, se siguen haciendo los de la vista gorda, tal vez hablamos otro lenguaje o nuestra voz no tiene sonido, pues parece que no nos escuchan. Se siente impotencia, como si todos los esfuerzos fuesen en vano. Es acá donde se siente la ausencia del Estado, pues fuimos huérfanos de la institucionalidad. Quizá esta sea una de las lecciones más bellas del proceso porque nos dimos cuenta de que la única orfandad que nos debe preocupar es la de la Pachamama, pues a la institucionalidad se arrancan los derechos al calor de las luchas justas, pacíficas y organizadas. Ya a estas alturas del partido toca sacar el as bajo la manga, solo esta podría ser la respuesta después de escuchar a la comunidad, ahora sí, comprometida plenamente con defender hasta las últimas consecuencias lo suyo, su territorio.
—Ya no mandemos solo delegados a esas reuniones, vamos todos, porque esto es asunto de todos y hay que hacernos sentir.
Se escuchan los murmullos de la comunidad.
—Hay que alistar plásticos pal cambuche.
—¿Quién lleva la carga de leña?
—Yo me encargo de las papas y el guineo…
—Yo de las ollas...
—Las chivas vienen a las 6, la toma será pacífica. Llevarán buen avío6 , cobija y ropita
porsiacaso, que hasta que no nos solucionen no nos venimos… Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma.
La hora de la toma institucionalidad ha llegado. Quién lo diría, después de haber sido tres pelagatos con sus gatitos, ahora somos más de 200. Nos aglomeramos porque, cuando más fuerte es la resistencia y hablamos a una misma voz, las voces son escuchadas. Cómo desconocer la importancia de que la comunidad exprese sus preocupaciones, sus angustias y reclamos, pues, cuando se está poniendo en riesgo la fragilidad de la vida, el ladrilludo argumento jurídico se cae por su propio peso.
Y, aquí estoy, con los nervios a flor de piel. Siento cómo se me recoge el shungo7 y se retuercen las tripas hasta sentir un vacío abismal, algo así como un hormigueo en la barriga, un calor raro en la cara y un palpitar acelerado propio del miedo… miedo a que quede grande el reto, miedo a sucumbir en el intento, miedo al monstruo del poder, la ambición y la avaricia. Frente a esos ojos llenos de esperanza en los rostros de las/os campesinos de mis tierras, de esas manos callosas que tanto alimento le han entregado a esta humanidad, manos que se aprietan por la tensión del momento, aquí estamos. Quizás no listas, porque una nunca estará lista (al menos emocionalmente) para dar estas peleas frente a esos tigres que nos ven como burros amarrados, pero sí con la disposición de darlo todo, de defender a capa y espada ese sentir colectivo, pues hay que desentrañar la valentía. Sí, sacarla de las entrañas, tomar aire profundo, hinchar el pecho y poner la frente en alto por la legitimidad que nos rodea. Tenemos a mano los argumentos técnicos que nos ha brindado el monitoreo ambiental comunitario, los jurídicos, que la misma norma los establece y que los amigos abogados muy bien nos supieron enseñar, y todo el argumento ético y moral propio de conocer y vivir a profundidad esta vida campesina.
Y aquí también están ellos: los directivos de la corporación, la “autoridad” con sus abogados; pero una vez más el poder de la palabra toma su cauce y a letra de Perotá Chingó hoy diría:
Para avivar el fuego
no me falte el aire,
mi voz sea la herramienta
cuando el trabajo sea reverdecer.
Y así, a tono aireado, una vez más evidenciamos las fallas técnicas del otorgamiento de uso industrial en una fuente sobreconcesionada y que además olvida el orden de prioridades establecidos en la norma, por tanto, los permisos para Agua Clara son improcedentes. La muestra más maravillosa de Poder Popular; imagínense, han pasado ya casi 5 años, 5 años de constancia y testarudez que hoy dan resultado: la concesión de tipo industrial sobre la fuente Palmas ha sido revocada.
No hay cosa más política que eso de ejercer el poder popular, representado en una conciencia y una acción política que ponen de centro la vida; la política del buen vivir propia de esa relación estrecha y recíproca entre la vida digna de las/ os humanas/os y el entorno que habitamos, la naturaleza, y en cuya relación las mujeres vivimos y experimentamos formas distintas de relacionarnos con el ambiente, con la Pachamamita, pues este tipo de procesos de acaparamiento y mercantilización llevan consigo no solo implicaciones territoriales y sociopolíticas, sino también corporales en las gentes que lo afrontan. El lograr esta conciencia colectiva es lo que ha posibilitado que estas comunidades asuman la gobernanza y gestión comunitaria de su territorio.
La resistencia continúa, se enraizó en la comunidad
Acá seguimos en este bello Chapacual, pedacito de terruño donde los pájaros aún compiten con los gallos para anunciar el amanecer y los cacaraqueos de las gallinas se confunden entre la música de los vecinos ruidosos que disfrutan poner la música más que para ellos para la vecindad. Este es Chapacual, cuyas mañanas huelen a café colado en talega con arepa de callana8 , que no puede faltar; esta es la tierra mía, tierra de todos, que cuando me ausento me recuerda lo abrigadito que abraza su sol, lo sabroso de los productos frescos de la chagra9 y la sonrisa cálida de las gentes con las que comparto el andar, al punto de querer y buscar volver pronto porque no hay cosa más sabrosa que sentarse al filo de la tulpa y saborear el sancocho de guineo con olorcito a humo, y sabor a mamá. Claro, cómo no querer permanecer en este suelo que respira resistencia, que siembra dignidad.
Finalmente, expreso mi gratitud infinita por la tierra en que nací, a mis compañeras y compañeros de lucha, a los amigos que asesoraron y acompañaron este proceso; a mi familia, por su profunda entrega a las causas comunes; a Fanicita, mi inspiración, mi maestra, por haberme puesto el reto de ser herencia viva, quien con su don de la palabra hacía cada contacto para abrir espacio y proceso en nuevos territorios, y dejar allí la puntada del tejido de la Red; a mamá Roby, mi cuidadora, mi compinche; a papá Dimas, el árbol de las raíces fuertes que me ha ayudado a florecer porque me ha cultivado con disciplina y complicidad; a mi Adelita (allá en los cielos), que sufrió igual o más que yo desde casa, por todos esos días y horas parada en el patio observando hacia arriba, a lo alto de la montaña, esperando lleguemos bien a casa; a Carlos Ernesto por coequipar la vida y retarme a creer en mi potencial adormilado por las estructuras patriarcales, las inseguridades propias de cuando se encarnan la inequidad social y las frustraciones de la escasez económica, por poner generosamente su saber para abrir las miradas a un mundo diferente, por sus ganas y su convicción de construir colectivo. A aquel Suzuki azul que a tantos caminos nos llevó, que tantos anhelos e ideales cargó; a mis guaguas y mis guambritos10 por ser siempre inspiración y el motor que me impulsa hacia adelante. Gracias, maestras/ os, por esa vida entregada a pensar en lo común; a Marithza por nunca rendirse y coger fuerza de cuantas aguas rodaron por sus mejillas… Seguiremos sembrando soberanía, cosechando buen vivir.
1. Niños, niñas
2. Montaña de fuego.
3. Arepa de harina trigo.
4. Chal que se utiliza para cargar
5. Actividad o tarea difícil de realizar
6. Provisión de alimentos que se lleva cuando se tarda en regresar
7. Corazón.
8. Recipiente plano de barro utilizado para asar o tostar.
9. Espacio donde se cultivan los alimentos (huerto).
10. Muchachos/as, adolescentes.