Resurgir desde las entrañas

Yuliana Parejo

 



Los nombres que aparecen en el presente texto no son reales, se han utilizado seudónimos. Cualquier parecido con nombres reales es pura coincidencia. Es importante destacar que el uso de seudónimos no altera la veracidad de los eventos narrados ni la validez de las ideas expresadas.


Nací con la muerte como norte. Siempre la he manipulado en mis manos. Le he danzado, corrido, cantado, escrito, llorado, pateado, silbado; me he vestido para ella y me le he desnudado. Toda la vida es un eterno ciclo cambiante, un movimiento constante. Como una espiral que asciende y desciende, como un río con sus onduladas olas que no se detiene. Miro hacia atrás mis pasos y no puedo entender cómo ha pasado de rápido el tiempo, todo lo que me ha tocado atravesar y lo que me ha atravesado para llegar aquí, a este texto.

Ahora me encuentro en una maraña, la ciudad es pesada y a la vez volátil. Tengo 27 y ya mi cuerpo tiene llagas que a estas alturas no sé si sean reparables y me vuelvo una niebla oscura. Cuando apenas se estaban abriendo, sentí dolores y rabias muy profundas que no entendía, y esto fue in crescendo. Al principio las pude soportar con rebeldía. La inocencia y la ignorancia de mis primeros años de vida fueron alicientes para continuar sin prestar atención a tanta opresión que se supraponía a mi genuina libertad.

Volteo la mirada hacia mis pequeñas huellas, me veo arriba entre soles, cielos amalgamados de sueños, libertades e infinitos colores y, abajo, mis pies anclados a la tierra, casas con jardines y arbustos, mis manos comiendo la tierra del antejardín de la casa, detrás los regaños, los carros, las muñecas, los celos de las amiguitas, el minipiano rosado, las niñas y las señoras del barrio, sus programas de televisión y los míos, mi vitalidad infinita, mis ganas de ser todo lo que quise, aunque también llegaran frustraciones, tristezas, la guardería, el colegio, las pelas y la venta de la casa por parte de mi padre para pagar sus deudas.

Avanza la cinta e inicia una nueva escena. Ya somos 4 hermanas, vivimos en una casa finca al norte de Armenia justo al frente de la bomba de oro negro. Las nubes se tiznaban de alegría y, cuando no había nubes, el infinito nos conectaba al placer de jugar en la inocencia y el derroche de creatividad.

Me despierto de pronto y no me aguanto la casa, mi cuerpo es más grande y mis ansias son otras, son cosas de joven: a veces una ya quiere salir a devorarse el mundo que en la casa se prohíbe. Quizá las ganas de extender mis alas antes de que mi familia terminara de mutilarlas con tanta restricción. Yo ya en el colegio daba de qué hablar a las profes porque no rendía en clase y es que no quería esas clases. La verdad es algo con lo que se nace y brota por donde quiera. De tanto decir que las niñas se deben sentar bien, decidí ir en contra del manual de convivencia y cambiar los días que debía ir en falda para ir en sudadera: porque así podía sentarme como quisiera y donde quisiera. Fui rebelándome desde siempre, cuando niña jugaba fútbol, canicas, jugaba a pelar cartas y también a los carritos, pero con los de mi hermano porque yo tenía muñecas. Cuando la guitarra llegó y después de aprender un poco, a mí me gustaba improvisar con la escala pentatónica; generalmente, en los grupitos yo era la única mujer y, quizá porque no hacía lo que se supone deben hacer las mujeres, entonces era normal que la mayoría de mi vida estuviese rodeada de amigos hombres. Tuve que repetir varios décimos por inasistencia y desinterés de ver una educación tan pobre para los sueños que yo tengo; además, yo no había elegido eso para mí, me lo eligieron tal cual el bautizo: no tiene una ni 2 años para que el catolicismo me ande echando agua bendita en la cabeza sin preguntar y una prefiriendo la desnudez en nacimientos de agua de la montaña para regar las semillas nativas.

Cuando conocí la revolución estudiantil secundarista en mi primer décimo, me vinculé porque ya venía cuestionándome los contenidos y las pedagogías que a mi parecer no encajaban con lo que yo soy y quería en ese momento. Buscaba profundizar más para encontrar las respuestas a mis preguntas y al sentido de mi vida.

En fin, en esos años yo ya salía a marchas, cuestionaba y estudiaba por mi propia cuenta otros temas que sí son de mi interés. Ya conocía procesos organizativos y participaba activamente. Por ahí componía canciones, pero todas las tocaba para mí. Hubo un momento (de esos momentos que a veces no nos damos cuenta de lo que significan en la vida personal hasta que pasan los años) que para mí fue importante no solo por el rol y el aporte que brindé, sino por la experiencia que me permití vivenciar. Después de ver ese nefasto resultado del NO a la paz, un día de esos sentí escribir una canción y así fue como nació la primera canción con contenido político y de denuncia: Falsos positivos, en 2016 en el marco de la firma final de los acuerdos de La Habana y el plebiscito por la paz en Colombia.

Quise organizarme políticamente y lo logré. Aunque mis sentires, cuestiones y rebeldías me hacen antagonista de un proyecto histórico inhumano como la educación mercantilista al servicio del capital y la guerra, también sentía en ese momento que no pertenecía a ese lugar que recién encontraba. Las compañeras y compañeros que allí conocí tienen amplios conocimientos intelectuales y sobre los procesos políticos populares que se han pulsado en el territorio Quindiano. Cuando les escuchaba hablar, prestaba mucha atención; sin embargo, no todo lo entendía; aunque siempre he sido de preguntar, se me negaba información. En mi cabeza lograba comprender que había una inconformidad mía allí, pero no sabía si yo no era suficiente para recibir esa formación o si este tipo de procesos organizativos enaltecen los egos y las visiones de un@s cuant@s, y por ello empezaba a ver la brecha entre un@s y otr@s.

Además, sentía que muchas de las inquietudes que me surgían por no entender las dinámicas del mundo adulto venían del hecho de que yo aún no iniciaba relaciones sexuales y, por ello, quizá no entendía que un “compañero” de lucha nos estaba acosando sexualmente todo el tiempo a una compañera y a mí. Hasta que un día me manoseó sin yo querer y luego yo no supe decir nada.

Esa inquietud se hacía cada vez más grande cuando, a medida que iba caminando y me iba expandiendo y reconociendo en otros territorios, me daba cuenta de que hay muchas personas con luchas muy poderosas por pequeñas que fuesen, y que todas esas personas teníamos (tenemos) muchas cosas en común para trabajar unidas. Pero la incertidumbre crecía porque eso no pasaba y me empecé a dar cuenta de que en el proceso político de izquierda en el que yo estaba se me limitaba a seguir órdenes de no relacionarme con ciertas personas u organizaciones sociales por un pasado que no comprendía, porque no tuve acceso de parte de las personas mayores y, más fuerte para mí, ser la cara visible representando algo que en realidad desconocía. Quise entonces encontrar mi poder propio.

Todo esto que escribo lo manifiesto porque me parece necesario (como lo menciono al principio) revisar mi propia historia para saber cómo y por qué he llegado a donde estoy ahora; lo que me ha revivido, pero también lo que me ha dolido para comprender esa niebla oscura que a veces me impide caminar. Debo sincerarme conmigo misma porque todas estas memorias atravesaron mi cuerpo en algún presente donde yo era otra que ya está muerta y la que soy ahora se niega a morir. Esas memorias también vienen con una fuerza abominable desde antes de yo nacer (mujer).

Es por ello que me inquietaba bastante la idea de que no se pudiese trabajar con ciertas personas, si revisando mis caminos siempre tuve buenas relaciones, pero aquello que no comprendía era parecido a cuando en vacaciones nos llevaban a mis hermanas y a mí donde los abuelos en el valle, y siempre había una prevención de dejarnos a nosotras solas con el abuelo aunque nos enseñaban a saludarlo, a respetarlo y a ayudarlo, pero nunca nos dijeron por qué no nos podíamos quedar solas con él. Siempre he visto a la familia como un reflejo de la sociedad y viceversa, quizá por ello es que las cuestiones políticas las contrasto con lo que me ocurre a mí y a las personas más cercanas; además, si somos familia, la sociedad también debiera ser familia, pero esto tampoco ocurre.

En ambos casos hubo una omisión de la historia a la que tuvimos que obedecer ciegamente y justo eso era lo que no me permitía yo cuando se me decía que no podía generar procesos con aquellas gentes, que además de lejitos yo veía trabajando por los derechos humanos y las reivindicaciones políticas a las cuales también yo estaba aportando y cocreando con mis compañeres. La música siempre fue y será mi mejor aliada; mientras todo ocurría, observaba y, cuando quiero expresar algo que me llega directo al alma, me hago con la guitarra y sale una canción. Así nació por esos tiempos Los días del sol en el asfalto, una canción inspirada en un niño de la calle que tenía al menos 4 años y andaba merodeando las atiborradas calles del centro de Armenia cuando iba yo con Yuliana Largo a hacer las compras para abastecer a Kakataima Café Bar.

Por detalles que no definiré aquí, terminé alejándome de aquel proceso, además estaba cursando primer semestre de Trabajo Social en la Universidad del Quindío. No terminé y me retiré, ya que el trabajo y las prioridades de ese tiempo me llevaron a creer que no era importante continuar.

Aquí empieza otra etapa de mi vida totalmente transformada, pero con una resistencia interna a no desaparecer mis anhelos. Es otra etapa porque empiezo a descubrir la sexualidad, el alcohol, el cigarro y la marihuana, todo ello lo contaba a mi madre y lo sabían en mi casa. Fui juzgada, pero siempre fui responsable con pedagogía al interior de mi hogar, sobre todo con el consumo del cannabis. Recién cumplía los 18 años y hubo una serie de circunstancias internas que me volvieron indiferente a mi cuerpo, a mis tiempos, a mi salud, a mis propósitos y a mi familia, pero aún sentía que la razón de la vida era la transformación contundente y total de lo injustamente establecido en nuestra sociedad.

En todo ese caos que sin darme cuenta empieza a formarse, conozco uno de los movimientos ambientales del territorio y 1 año después llega un hombre (Taku) del cual creí haberme enamorado perdidamente, pero tortuosamente aguanté situaciones agudas de violencia física, sexual y sicológica en varios momentos de la relación. Por ese tiempo también ingreso de nuevo a la universidad, al programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Quindío. Todo esto se ve y se siente como un nudo porque aún sigo escudriñando ese pasado para poder entender el hecho de que tuviese que alejarme de él después de casi 3 años. De la universidad me alejé de nuevo cuando cursaba el tercer semestre y, aunque participé activamente en el movimiento estudiantil universitario y la defensa territorial, también he decidido alejarme. Pero ¿por qué me tengo que alejar si estoy tan clara en lo que quiero y decido lo que amo? Aun así, son historias que quedan escritas en mis canciones. Para la segunda Marcha Carnaval, cuando aún estaba en la U, varias estudiantes del programa de Trabajo Social intentamos crear un colectivo ambiental universitario que se llamó Pacha. En uno de nuestros encuentros con porro en mano y los acordes que Yuli había aprendido en sus clases de guitarra compusimos colectivamente la canción Pacha, como una propuesta pedagógica y de movilización contra una de las minas a cielo abierto más grandes del mundo: La Colosa, concesión que durante el Gobierno de aquel innombrable se le dio a la multinacional AngloGold Ashanti para extraer minerales y explotar la montaña desapareciendo varios pueblos del Tolima y del Quindío.

Creo que el consumo de psicoactivos como los que mencioné antes es un punto de inflexión donde convergen diferentes dinámicas oscuras de la sociedad cuando no se hace de manera consciente y controlada, y las mujeres nos vemos más vulnerables, pero tras de todo ese consumo había algo más, de ello me fui dando cuenta con el tiempo y vi la necesidad de reducir el consumo de cigarrillo, alcohol y tomar conciencia sobre mi sexualidad. Esa interrogante anteriormente mencionada viene rondándome hace unos 3 años cuando después de pandemia fui víctima de violencia sexual en el municipio de Salento y dicha situación me obligó a irme al pueblo donde vivían mi abuela materna y abuelo materno, y donde aún viven varios de los y las hermanas de mi madre. En Salento yo residía con la pareja con quien compartía en ese tiempo, llevábamos casi 1 año de vivir juntxs en la montaña, teníamos varios animales y desarrollábamos diversas actividades. Una noche que me quedé sola en casa, a la fuerza entró un hombre (muy conocido en el pueblo por su actitud amenazante hacia lxs habitantes del pueblo y ser violento contra las mujeres, además de estar en libertad condicional) al que llaman Ares. Yo estaba casi dormida en la cama cuando escuché el estruendo al abrirse la puerta y al abrir los ojos lo vi ahí mirándome (él llevaba 2 noches seguidas tomando), yo me senté en la cama y él acercándose me dijo que quería hablar conmigo. Sin yo invitarlo se sentó en la cama y, después de mencionarme varias cosas (entre esas que siempre anda armado porque lo estaban buscando para matarlo y que por eso no dejaba que su hija lo acompañara de noche a las caballerizas para no ponerla en riesgo), me dijo que hace tiempo quería decirme que estaba interesado en mí y que dejara al excompañero porque con él no tenía futuro. Yo le exigí que me respetara y que por favor se fuera, a lo que él responde agarrándome el rostro fuerte y besándome a la fuerza. Intenté quitármelo de encima, pero él no paraba de tocarme hasta que me tumbó en la cama, en varias ocasiones que me lograba levantar para huir de ello él me volvía a tumbar tocándome lo que más pudo hasta que decidió irse, quizá sabía que mi expareja no tardaría en llegar y preciso, cuando el Ares salía, Zeus entraba.

Al yo contarle ese suceso la noche siguiente a Zeus, su respuesta fue pegarme una bofetada en el rostro. Con toda la presión del suceso con Ares nos tocó irnos porque sentíamos el riesgo quedándonos solos en esas montañas y más conociendo los antecedentes de aquel hombre y su familia.

Cuando llegamos a Ansermanuevo, Valle, la hermana menor de mi mamá nos permitió estar en su casa mientras encontrábamos un lugar donde vivir, hasta que lo encontramos. Yo me dediqué a viajar a un municipio cercano llamado Cartago y allí trabajar (como hace ya 6 años) al mediodía cantando con la guitarra de restaurante en restaurante hasta que me hacía el día. Terminé cargándome la responsabilidad completa: pagar el arriendo y los servicios, mercar, hacer oficio y en muchas ocasiones cocinar y ordenar la cocina. Zeus es bioconstructor y se las arreglaba construyendo muebles con las estibas, pero no le iba muy bien y era poco lo que aportaba. En varias ocasiones yo llegaba a casa a eso de las 3 p. m. después de trabajar y aún él no se había dispuesto a preparar los alimentos. Desde antes de iniciar la relación me demostraba lo violento que era, pero yo no entendí las señales (tan explícitas) y normalicé la violencia sexual, física, verbal, económica, vicaria y psicológica a la que él me sometía durante el tiempo que compartimos.

Por ese tiempo yo solía subir a la casa de la abuelita Cielo porque ella estaba ya un poco trajinada por los años y por los dolores que yo aún no comprendía. Traté de ayudarle en lo que más pude mientras vivía en el pueblo y aprovechaba para visitarla. Una noche decidí quedarme en su casa con mi tía la del medio y dormimos en la misma cama, cerca de donde dormían mis abuelos. A eso de la medianoche el abuelo empezó a llamar a la abuela Cielo. Su voz se fue intensificando (ya que ambos estaban un poco limitados por no oír bien), pero de un momento a otro empezó a llamarla de perra, malparida y otra serie de palabras que jamás imaginé que salieran de la boca del abuelo. Yo tenía mucha impotencia; le pregunté a mi tía que qué hacíamos y ella me dijo que él solía hacer eso, que ya mis tíos le habían hablado y él no hacía caso. Yo me quedé en la incertidumbre toda la madrugada al no saber cómo actuar o si no era necesario hacer algo.

Fue a partir de allí que empecé a cuestionar a mis tías y tíos sobre ese comportamiento del abuelo, y me empecé a dar cuenta de más detalles que me hicieron vibrar tan hondo que mi útero palpitó tan fuerte que me recordó que nunca antes lo había escuchado.

Días después, en la casa donde vivía con mi expareja Zeus, por una de las tantas discusiones que tuve con él, me tiró las cosas a la calle y me echó de la casa donde yo pagaba el arriendo. Se quedó con las cosas que mi madre y mi padre me habían dado en algún momento; se perdieron allí porque no me cabía todo en la maleta (las ollas, la cama, la estufa, los trastes, la ropa, los tendidos…). Solo me acompañaba Rita, una perra negra, chiquita y adorable que se vino conmigo desde el Pacífico caucano hacía 2 años y que también tuvo que sufrir los golpes producidos por las iras de Zeus.

Me devolví para Armenia. Después de todo lo que sabía que ocurría en la familia, no quise quedarme a ser juzgada por estar con un hombre y sostener relaciones sexuales con él sin casarme, tampoco había vuelto a misa y la universidad la había dejado “tirada” en 2 ocasiones. No había de qué estar orgullosos de mí y más bien me sentí como una carga que no les quise poner, así que me fui sin despedirme. Y así, sin despedirnos, mi abuelita partió unos meses después hacia las estrellas llevándose los secretos que ya quería yo descubrir para no repetir su historia.

Después de esta experiencia que me permitió ver a mi familia y a mi historia personal desde una perspectiva diferente, tuvieron que cambiar muchísimas más cosas en mí, esta vez para tener la certeza, para no seguir buscando, para conectarme conmigo más profundamente. ¿Y eso cómo se hace? Soltando… No, no es para nada sencillo, pero de eso se trata. No es soltar porque en el primer intento no se pudo, eso es irresponsable; es soltar porque de tanto intentar y tropezar con la misma piedra se estaba embolatando el camino mío y la carga era pesada. Mi abuelita se fue un día cualquiera y muchas no nos pudimos despedir en presencia. La gente se va de la nada y sin querer toca soltar: así es la vida, así es la muerte. Y todos esos interrogantes que me surgieron (en medio y después del revolcón del viaje) me tocó irlos despejando desde mí misma, desde mi intuición, desde mi útero. Aquí, en mí, residen las memorias no solo de la abuela Margarita, sino también de los ancestros y ancestras que con sus genes llenan de fuego mi sangre; me han dejado sola para que resuelva porque tengo todo el poder para hacerlo y aun así me acompañan por si me vuelvo a perder en el intento.

Al volver a la ciudad cuyabra me enfrenté nuevamente con las mismas calles, las mismas gentes, los mismos procesos, los mismos barrios, pero ya no siendo la misma de antes. Sigo en tránsito, sobrevivir entre tantas matrices de opresión se torna violento y desesperanzador en muchos momentos, pero no me pierdo de mí misma porque allí está el horizonte como los primeros rayos del sol que me enrutan para no renunciar; pero también me dan la claridad y la fuerza para levantar la voz y tomar acciones concretas en el mismo momento en que algún suceso afecte mi humanidad, mi ser mujer.

Entonces, ¿qué ocurría que tantas veces esta mujer fue golpeada, violada, censurada, prohibida…? Sigo echando la mirada atrás sin soltar los hilos dorados del presente, porque nunca he tenido afán y quizá por ello fue que me perdí por largos momentos al servicio de las luchas sociales que de tanto agitar banderas nos aceleran y difícilmente nos detenemos. Relegué al olvido los oficios que me devuelven la vida. Todavía me pasa un poco, pero recuerdo todo el tiempo que pasé buscando ese trabajo (creación de mi propio espíritu y pulso) que hablara de quién soy y siempre estuvo presente el servicio a las demás mientras iba desacreditando todos los demás trabajos que realizo aún, porque ¿con qué brindaba ese servicio a las demás? Cuando recién me aventuré a ese espíritu artista, ¿dónde quedaba el ser tejedora?, aprendido de mi hermanita menor cuando compartíamos más de seguido en la casa. ¿Las pinturas que hice al óleo en el CASD cuando estaba en sexto? ¿El punto de cruz que me enseñó doña Esperanza en el barrio Niágara? ¿Los faroles que hice en base a un farol que nos regalaron a mi madre y a mí en Quimbaya? ¿La felicidad que me dio cuando descubrí por primera vez la sangre que de mí fluye? ¿Las composiciones en la guitarra y voz que me han salvado la vida, y que han conectado tantos milagros en este y tantos territorios? ¿El arte de abrir mi corazón, enseñar con paciencia y lograr ver el avance de quienes de mí aprenden mientras yo también aprendo? Y tantas otras cualidades que una posee, pero que la sociedad, la pareja, la familia, los amigos y el trabajo casi siempre reducen e invisibilizan.

Pues ese tiempo de relegarme, desacreditarme e invisibilizarme se acabó para mí porque ahora me reafirmo, porque difícilmente quienes a mi lado caminaron valoren los esfuerzos que di para la lucha colectiva. Y de nuevo el camino se bifurca, elijo y me encuentro más cerca de la vida para mi muerte plena. Ahora entiendo que no se puede hablar de movilización sin hablar del cuidado porque lo político es doméstico y, si es necesario reducir la marcha para que todas quepamos y nos sintamos escuchadas y seguras, pues se reduce la velocidad y se espera para caminar colectiva y sanamente. Esto quedó claro cuando, volviendo al movimiento social, opiné sobre el descontento que varias personas me manifestaron (la mayoría mujeres) con relación a hacer un trabajo conjunto con la Marcha Carnaval Quindío. Nunca estuvo en las prioridades resolver (ni de manera individual con quienes lo hablé ni de manera colectiva cuando lo abordé en nuestros encuentros) esas incomodidades que aquellas personas pasaron y menos se pensaba en una reparación colectiva. Ahí me di cuenta de que será muy difícil lograr una transformación social si pedimos justicia, pero en el caminar estamos ejerciendo violencias hacia compañeros, compañeras y personas que curiosa y particularmente se acercan por primera vez a apoyar y aprender sobre la defensa territorial, que es tan necesaria; pero sobre todo si seguimos permitiendo y reproduciendo las violencias basadas en género, y esto no solo pasa en los movimientos ambientales. Hay mucho que revisar en esas maneras y en cómo se ejercen los liderazgos y sus narrativas, pues los hechos de violencia ocurridos a dinamizadoras de la Marcha Carnaval en sus 8 años no son casos aislados como se les quiere hacer ver, mucho menos se puede asegurar que es un movimiento de la gente cuando en realidad se está censurando y evadiendo esos desafortunados hechos de violencia machista, y desacreditando las otras voces que se suman mientras unas cuantas suenan más fuerte. Se dice que es simplemente una movilización, pero, cuando algo ocurre, no hay a quién dirigirse para darle gestión y a lo mejor prevención.

Es supremamente grave, ya que es un delito que genera impunidad por acción y por omisión, y sin darse o dándose cuenta obedece a la estructura patriarcal contra la cual estamos luchando, la misma que está inmersa en el saqueo a nuestros territorios con los monocultivos de café, pino, eucalipto y ahora aguacate Hass, además de una gran diversidad de conflictos socioambientales generados por una visión de nuestra mama tierra como simple reproductora de finitud de “recursos naturales” a merced del gran capital y el extractivismo. Es la misma que privatiza los ríos y los represa destruyendo el patrimonio natural, cultural y económico de las comunidades campesinas. Esa misma estructura patriarcal no pide permiso a los ríos para usufructuarlos y en cambio los destruye y contamina. Es igual que las CAR del país (en nuestro caso la CRQ) cuando vende el territorio e impone a las comunidades el desarrollo de proyectos transnacionales sin consulta previa, tal cual como históricamente se han posesionado de los cuerpos de nosotras las mujeres desde todos los matices en que las violencias de género se presentan, desde lo más “insignificante” hasta la tortura por violación y feminicidio.

Allí está la censura al discutir estos temas como punto importante y prioritario en la agenda no solo de la movilización social y artístico-cultural en las calles, sino también de nuestra organización interna, que está cruda en estos temas que nos atraviesan a todas (tal cual ocurre en la organización interna de nuestras familias y la sociedad toda) y se quedan en el último punto de la relatoría y en letra pequeña. Está en el desconocer la labor histórica de las mujeres de sostener las ollas comunitarias, porque bien lo menciona Malorith Ospina: lo político es el alimento o Viviana López al resaltar la labor tan importante de la pedagogía popular desde el amor y el cuidado; también Adriana Quiroga y su preocupación por la denuncia de las irregularidades en diversos procesos, entre ellos la violencia hacia las mujeres de parte de algunos compañeros, y muchas mujeres más que han dejado su huella imborrable, pero que aún así se han ignorado sus sugerencias sonando con más fuerza las voces del patriarcado que denuncian el saqueo del territorio, pero no el saqueo y violencia de y hacia nuestros cuerpos de mujeres, porque los mismos hombres los reproducen.

Opino por medio de estas letras y desde mi perspectiva porque sé que mi aporte es importante, además, el dolor lo llevo dentro. Lo que busco es una reflexión profunda sobre cómo nos habitamos y consensuamos democráticamente, pues todas esas denuncias que a mí empezaron a llegar desde aproximadamente 5 años atrás tocaron lo más profundo de mi epidermis y congelaron mi estructura ósea no solo por las historias que atravesaron a aquellas personas, sino porque esas historias me hicieron recordar las que me atravesaron a mí. El desenterrar varios sucesos que me culpaban (a causa de no saber qué hacer cuando conocí sus testimonios y me vi obligada a revisar cómo mi camino podría aportar para no estar indiferente, ya que como mujer también me sentí sola) me llevó a despertar algo que siempre estuvo en mí y a replantearme todas mis luchas.

En esa guaca emergida de lo profundo de mi vientre comprendí que no había ninguna culpa en mí y que mi silencio se debió a evitar la revictimización por denunciar a mi/s agresor/es. En algunos momentos ese silencio fue mi estrategia para seguir viva y en otros fue el desconocer la historia de las luchas de las mujeres y diversidades, y el poder de mi propia voz. Comprendí que las veces que quise parchar en parches de parceros y parceras artistas de la pintura y la música en la ciudad no ocurrían porque, al ver a aquel hombre en esos espacios, me relegué a la sombra y ahora no temo confesarlo. En diversas circunstancias me sentí conectada al mágico y ardiente pulso del Círculo de Fuego, Escuela de Pensamiento y Unidad, al punto de saber que era mi deber participar con lo poco o nada que sabía, pero allí también estaba él, José Miel. Entonces vuelve el mismo interrogante que les compartía hace un rato, ¿por qué me tengo que alejar si estoy tan clara en lo que quiero y decido lo que amo? Pero ahora tengo una respuesta. No es fácil hablar ni escribir sobre el acto de acceso carnal violento que este hombre (joven) ejerció sobre mí y del cual no me atrevía a hablar. Aun así, entono estas notas porque mientras yo me distanciaba de aquellos espacios sin querer solo para estar más segura, él sí tenía la libertad de participar activamente cuanto quiso y aportar incluso en la elaboración de uno de los afiches oficiales de la Marcha y más.

Como siempre, quien ha hurgado en lo más profundo y sacado lo mejor de mí ha sido la música en complicidad de mi guitarra. Tras este episodio que marcó mi juventud nace Me enamoré de un blues, un canto en el cual desahogo mis sentires a raíz de ese suceso y que sigue transformándose. Aseguro con corazón y con firmeza que nosotras no estamos seguras en un espacio mientras se sigan reproduciendo y legitimando expresiones y acciones machistas (todas violentas) que obedecen al orden patriarcal y refuerzan los mandatos de la masculinidad hegemónica (también consciente de que no solo hombres reproducen estas prácticas, sino también las mujeres). Ello me lleva también a aseverar que lo que les ocurrió a aquellas personas que en mí confiaron, lo que me ocurrió a mí y lo que le ha ocurrido a la gran mayoría de las mujeres que se han movilizado a la par no son hechos aislados ni tampoco lo son los casos que han ocurrido con nuestras compañeras y que no conocemos porque se quedan en el campo de la “intimidad”.

Si la mitad (o más) del movimiento somos mujeres, ¿cómo no priorizar en nuestras discusiones y agendas de movilización lo que nos pasa a las mujeres, y que muchas veces nos pone en desventaja ante los hombres? Compañeras que laboran extensas jornadas, en la mayoría de los casos mal remuneradas, llegan a sus casas a seguir trabajando gratis y aparte sacan el tiempo y la energía para aportar a los procesos sociales. Compañeras con emprendimientos con los cuales se rebuscan el diario; varias logran una estabilidad económica digna, ¿las otras? Compañeras a las que sus parejas les fueron o les son infieles; nosotras destrozadas y ellos como si nada manifestándose inconformes en los altos parlantes. Las compañeras que han abortado a sus hijes, que en varios casos fueron hijos de hombres que participaron y lideraron el proceso; aparte, las madres que maternan solas y además deben hacer todas estas labores o las que han sido violentadas psicológica, mental, económica y físicamente, no solo por sus parejas, sino por toda una cultura machista y patriarcal que ocurre todo el tiempo de manera sistémica hacia las mujeres y diversidades. Pues bien, solo una de estas es suficiente para despertar del letargo patriarcal y romper con la costumbre de que “los trapos sucios se lavan en casa”, porque razones hay muchas y llevamos toda una humanidad luchando y reivindicando nuestros derechos y libertades. Aunque bastante hemos logrado, aún nos falta mucho trecho para eliminar las desigualdades y violencias basadas en género en todos los rincones del planeta y de cada célula de nuestro ser.

El feminismo siempre me acompañó, pero nunca lo observé, tal cual ocurrió con mi cuerpo, mi útero, vagina, vulva, manos, mente, corazón, voz y todo mi ser que aguantó tanto, ¡tanto! Ahora se ha liberado y emprende su camino medicina, así como la sabiduría y la experiencia me han llevado a nombrarme feminista y hablar abiertamente lo que a este cuerpo le pasó y le pasa a pesar de la mirada moralista, revictimizante y castigadora de la sociedad.

Observar mi cuerpo y amarlo infinitamente no solo es reconocerme y mostrarme la magia con que la luna destella, sino también alumbrarme la cara oculta que puede ser triste, amarga, miedosa, impávida, creadora, poderosa e incluso podrida y así alquimizar aquello oscuro para que de nosotras/es/os nazca (como lo muestran la vida misma y nuestra capacidad de crear vida) el amor más puro y transformador. Así como nuestras populares posturas políticas feministas. Todo lo que nos ocurre es importante, no es bueno ni malo, simplemente es y todo nos completa. Todas esas historias de aquellas mujeres, incluso algunas de manera repelente, me removieron todo, pero no porque nunca lo hubiese sabido en mí o porque nunca hubiese oído algo parecido, sino porque desde siempre me le revelé a ese orden político patriarcal, aunque no lo sabía. La repetición de las violencias, como lo dice la querida maestra y compañera Sandra Cristina, se evidencia porque: “Siendo mujeres todas tan diferentes nos pasan las mismas cosas”. Descubrir las violencias hacia las mujeres de mi familia y a la vez de algunas de aquellas mujeres hacia mí, y muchas memorias más, me puso en el deber de saber qué es eso de los feminismos.

Recordando y reflexionando, hago memoria de cuando estuve en la Universidad del Quindío estudiando Periodismo. Estuve muy activa en el movimiento estudiantil (allí también viví la violencia y censura de parte de ciertos compañeros “líderes”), a la vez que conocí el Círculo de Mujeres, pero de este participé en sus inicios por allá en 2017, luego no me sentí tan cómoda y me alejé (no era nada personal, quizá aún me incomodaba mi propia feminidad que la sociedad patriarcal había opacado). Con todas estas historias entrelazadas en el movimiento ambiental venía a mi memoria constantemente aquel primer acercamiento, porque la mayoría de mi vida social estuve más rodeada de hombres que de mujeres (en mi casa sí somos 3 hermanas y 1 hermano). En ese Círculo de Mujeres, aunque fui pocas veces, ocurrían hechizos mágicos que me abrigaban el alma, pero aún no entendía.

Las veía en sus luchas dentro del campus, de lejos, pero no indiferente. Conocí a la Colectiva Feminista La Teta de la Bruja (su nombre es sagrada referencia al cerro que se ve desde diferentes municipios del Quindío y está ubicado tras las legendarias peñas blancas de Quimbayas y Pijaos en el municipio de Calarcá). Recuerdo a algunas integrantes: Juliana Ciro, María Fernanda, Carol Ponce, Sofía Alvis, Blanca Consuelo Loaiza y Yuliana Arboleda, todas estudiantes de diversos programas de la Universidad del Quindío (lo más seguro es que se me estén escapando más compañeras y aprovecho aquí para incitar a no perder nuestra historia y escribirla, rezarla, cantarla, contarla, juntarla o como sintamos la podamos seguir tejiendo).

La colectiva logra una incidencia política importante no solo en el movimiento estudiantil universitario, sino también en Armenia y el Quindío. Nunca hice parte, pero sí las apoyé cuando pude. Recuerdo que en marzo de 2022 se realizó un plantón en rechazo y denuncia del feminicidio de Yenni Karolain Nohava Forero, asesinada por su expareja el 11 de marzo. Allí la colectiva se congregó entre mujeres, arengas, velas encendidas, carteles y tambores. Llegué en medio de la indignación, la digna rabia y nuestros corazones y úteros adoloridos. Seguí avanzando al encuentro de ellas en la peatonal de la Universidad del Quindío para ponerme al tanto. Después de un rato vi que tenían los tambores descargados al lado del Círculo de Mujeres; pregunté de quién eran y me comentaron que eran suyos y estaban buscando quién les enseñara. Yo con todo el amor me puse a disposición de inmediato.

Días después, convocaron un taller de batucada dirigido a mujeres y por cuestiones laborales no pude asistir. Deseé que se repitiera para poderme encontrar allí y aprender del proceso, pero pasaron los meses y no volví a saber nada. Recuerdo que estaba en su grupo de WhatsApp y, como no tenía todos los contactos grabados, no supe quién de un momento a otro motivaba a la conformación de la Batucada Feminista La Teta de la Bruja, pero yo me metí en esa colada.

Sin contar muchos detalles para no extenderme tanto, el 4 de julio de 2022 abrí el primer ciclo de talleres con una compañera que llegó (Aleja) y Mafe, quien guardianaba los tambores; así inicia la conformación de la batucada y automáticamente ya estábamos allí siendo la batucada. Siempre estuvieron las integrantes de la colectiva y gestoras de la batucada y sus tambores, y yo orientando las primeras nociones de percusión siempre sosteniendo la sororidad, la igualdad y la confianza entre nosotras. Además de alentar el cuestionarnos todo y proponer, porque sabía que muchas nunca habían participado de procesos organizativos, pero sí tuvieron todas las ganas de tocar los tambores y conformar la primera Batucada Feminista del Quindío.

Lo que supe en ese tiempo es que Mafe guardianó los tambores durante algún tiempo, labor que resalto y agradezco infinitamente, ya que era dispendiosa por el esfuerzo en transportarlos y los gastos; además, en nuestras vidas de estudiantes no siempre contamos con un lugar amplio y seguro para resguardar 8 tambores, que suman buen espacio. La batucada estuvo inicialmente conformada por Karen Gutiérrez, Zaida Ocampo, Catalina Idarraga, Sharon Jinneth Ardila, Laura Huertas, Lina Cardozo, María Fernanda Tovar, Sofía Alvis, Juliana Ciro, Alejandra Bohórquez, Carol Ponce y por mí (se me escurren las lágrimas al escribir sus nombres y recordarlas con cariño y admiración). Siempre insistí y seguiré insistiendo en que la batucada tuvo dinámicas muy diferentes a las de la colectiva, y que era importante respetar ambos espacios, ya que en ellos se tejían nuestras luchas, complementándose el trabajo académico y de denuncia en la colectiva con el trabajo de formación artística y cultural de las mujeres en la batucada como apuesta política desde el arte.

Posteriormente, se generaron diversas tensiones (que podría compartir en otro momento), de las cuales vine a saber mucho tiempo después por un mensaje de WhatsApp de una de las compas de la colectiva que no iba a los ensayos. Todo estaba funcionando muy bien, creo que el objetivo era lograr la consolidación de un proceso artístico cultural gestado por y para mujeres, y se estaba logrando. Pero un día nuestro ejercicio de crear colectivo y sororo se vio interrumpido por la forma irruptora con que algunas compañeras de la colectiva llegaron al espacio del ensayo y, en resumidas cuentas, insinuaron que me quise apoderar de los tambores, cambiar el nombre y, además, que ellas no apoyaban procesos que “encubrieran abusadores” de los cuales yo hacía parte. Aunque mantuve la calma y las chicas de la batucada se expresaron en amor y respeto, pero con sinceridad, confieso que esa situación me hirió tan rotundamente que lo que sentí no lo pude comparar con todo el daño que ciertos hombres me habían causado y tuve muchos deseos de soltar todo y perderme del Quindío, porque perdió sentido todo lo que de corazón estaba haciendo.

Hubo un error en la comunicación y en la interpretación; la batucada fue gestada por la colectiva, que ya llevaba varios años caminando desde la academia, la formación política de las mujeres en feminismo, el acompañamiento a las mismas, la denuncia de las violencias basadas en género que aún suceden en la universidad y la ineficacia de esta para prevenir y dar atención a los casos de la manera más contundente y oportuna. Por todo ello, algunas compañeras insistían en que las chicas que ingresaron a la batucada debían ser integrantes también de la colectiva sin haber un proceso previo, sin las chicas conocer de qué se trataba. Aún más, sin su consentimiento porque habían llegado con la ilusión de tocar los tambores con la fuerza y claridad de sus propias luchas. Al yo asumir los talleres de la batucada, tenía las mismas ganas de tocar los tambores con mis hermanas y entre ritmos y arengas movilizarnos artísticamente por nuestros derechos, pero tenía y tengo claro que la batucada exigía gran enfoque en la práctica para lograr sacar adelante una buena estructura musical. Además, muchas no éramos de la universidad y nuestros tiempos eran complejos. En mi visión, nuestro aporte era importante, ya que participar de la colectiva conllevaba asumir otras responsabilidades y muchas no teníamos tiempo para ello. Si bien la lucha de la colectiva me identificaba, eso significaba elegir entre la batucada o la colectiva, aunque ambas tuvieron el mismo origen, horizonte y desde sus diferentes dinámicas se complementarían perfectamente.

Mi cabeza era un 8, estaba resistiéndome en un proceso del que me quise alejar hace años, pero no lo hice porque creí poder hacer comprender a los compañeros y compañeras que debíamos reivindicar todas aquellas voces que por ciertas razones no quisieron seguir más en la marcha y quise ser su voz. Ahora una compañera me acusaba de encubrir abusadores invisibilizando lo que yo sola estaba tratando de hacer desde adentro (también contando la encrucijada emocional de todo lo que me venía ocurriendo en el ámbito personal). Después de aquel suceso, la batucada no volvió a ser la misma: algunas decidieron alejarse porque se sintieron muy lastimadas y sin comprender lo que realmente estaba ocurriendo, otras priorizaron los procesos organizativos de los que ya hacían parte porque quizá se estaban sobrecargando por lograr el sueño de la primera Batucada Feminista en el Quindío. Y yo tuve que rebuscarme el diario porque difícilmente podía sobrevivir con un gracias, cuando lo había, también sentía otras relaciones de poder que involucraban el proceso a asuntos que no eran consultados a la colectividad y desmotivación en parte porque me hicieron sentir que era un proceso ajeno. Una de las compañeras, Alejandra Bohórquez, siguió a cargo de la batucada a la que se sumaron 2 mujeres: Angie y Selena; yo llegaba cuando podía.

Después llegó el momento de dinamizar la 7.ª Marcha Carnaval Quindío, en la cual participé activamente y no pude volver a los ensayos. A raíz de lo ocurrido anteriormente, la mitad de las chicas decidió que no participaría en la Marcha Carnaval y la otra mitad quiso movilizarse con sus vulvas cantoras y sus tambores resonantes. A la final, creo que todas asistieron, aunque no todas tocaron. Después, con dolor, no quise volver más porque había invertido demasiado de mi tiempo, mi energía, mi salud y mis sueños en esos meses.

Todo ello es importante para mí mencionarlo, porque después de haber estado 10 años extraviada en diversos procesos sociales, retomé la universidad y recién ingresé (a mis 27) al programa de Licenciatura en Música de la Universidad Tecnológica de Pereira. Llegar aquí me ha costado muchas pieles y ya saben que mudar duele, pero regenera. Amo todo lo que viví en aquellos espacios porque es muy valioso, diverso, colectivo, festivo, sororo, fraterno y montañero, pero en cada descuido de una, de todes, de todos, se cuela la violencia y en ocasiones, en vez de hacerle frente, la invisibilizamos.

Las críticas duras que hacemos a un Estado históricamente ausente en la defensa de nuestros derechos también las debemos hacer hacia dentro; no temer a incomodar con nuestra opinión y con lo que sentimos porque, si no se puede ser, es censura y, si hay censura, es más bien algo parecido a un régimen autoritario aunque se hable de revolución. Entonces, sabiamente sabremos que algo no está bien y que no siempre debemos desgastarnos donde los procesos no funcionan, por eso es importante saber soltar. Conectar con la autocrítica, la autobservación, la meditación y el amor propio es también revolucionario. En nuestro caso, como nos enseña Fallon de Loto: revulvacionario. Valorar nuestra feminidad y posicionar nuestras posturas políticas de mujeres no es una lucha menor, porque no tenemos que sufrir mientras cambiamos el mundo, debemos habitarnos desde el placer, el goce, la alegría y la libertad. Mientras sigamos sosteniendo el patriarcado seguiremos sosteniendo la primera estructura desigual que somete a la mujer y a lo femenino, y todos nuestros esfuerzos por la justicia social, la defensa territorial, las luchas estudiantiles, laborales, culturales, artísticas y demás se verán frustrados porque en sus cimientos ya son injustos y desiguales. Es necesario fortalecer las políticas del cuidado y que la feminidad no se siga callando lo que de antaño le incomoda y le enferma. Nada de lo que vivenciamos y nos hace daño es un drama o una exageración, así que eleva tu voz. Nací con la muerte como norte y no me llevaré nada que no valga la pena. Tampoco tengo afanes ni tiempo que perder, este es mi presente y aquí vida solo tengo esta. El amor propio y colectivo es fundamental, de allí que se creen comunidades sanas y fortalecidas. En el compartir aprendemos sobre las diferencias y desigualdades que nos atraviesan, y no está mal mencionar en nuestros espacios, por insignificante que parezca, lo que nos incomoda. También es importante dedicar (de manera armoniosa, pero firme) algo de nuestro día a día para comprendernos como sociedad, como cuerpos territorio, como territorio, como mujeres. Comprendernos como sujetas históricas que rompen las cadenas de la sumisión, el consumismo, los autoritarismos, los roles impuestos por las sociedades patriarcales. Mujeres que nos cuestionamos desigualdades tan profundas y violentas como el colonialismo, el extractivismo, el clasismo, el racismo y el machismo que socavan nuestra dignidad, soberanía y libertad. En los feminismos cotidianos vamos transformando-nos para abrir paso a una nueva humanidad sin temor a equivocarnos y así ir caminando mientras, como describió Zaida en su bordado:

LAS MUJERES QUE LUCHAN SE ENCUENTRAN.