Un solo dolor

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Un solo dolor

Mi nombre es Martha Elena Díaz, nací en el año 1959 en la ciudad de Medellín. Recuerdo mi niñez a través de momentos muy difíciles en los que experimenté el dolor. Tuve un padre maltratador y abusador. Esto provocó que, desde muy pequeña, desde los 12 años para ser más exacta, viajara constantemente a Barranquilla a casa de una de mis tías. Ella me crio y siempre quiso lo mejor para mí.

35 años después, esa misma ciudad sería el escenario de mi dolor. Las lágrimas se abren paso y la voz se me quiebra al recordar momentos tan duros. Al instante, la tristeza, la rabia y el dolor surgen envolviendo mi relato. Cuando estaba cursando séptimo grado dejé el colegio. En esa época estudiar en este país era casi que imposible, las oportunidades eran escasas y las necesidades no se hacían esperar. A los 15 partí a Venezuela con quien sería el papá de mis pelaos, tuve 3: Martha Fabiola, la mayor, Douglas y Jaime.

Al cabo de un tiempo la relación con mi compañero se tornó violenta, él nos maltrataba. Lo denuncié, pero me amenazó con matarme si no le quitaba la denuncia. En ese momento no contaba con la experiencia que hoy tengo, estaba asustada, así que decidí quedarme callada y continuar con la relación. Un día salí a hacer unas compras y lo dejé al cuidado de los niños, pero como tenía temor le pedí a la vecina que estuviera pendiente de ellos mientras yo no estaba en casa. Al regresar, noté que Martha tenía dificultad para caminar. Al preguntarle a la vecina, me dijo que el papá le había pegado con un cable, me angustié mucho por su salud, así que la llevé al hospital, pero la niña falleció. Salí a buscarlo con la policía de allá, pero no lo encontramos. Al día siguiente se entregó, me amenazó, me dijo que si no le quitaba el denuncio, nos iba a matar, así que me tocó dejar todo botado en ese país y regresar a Colombia.

Llegué a Barranquilla con mis 2 hijos a continuar con mi vida, a enfrentarme sola a su crianza. Aunque sabía que podían esperarme situaciones complicadas, me armé de mucho valor para sacar a mis hijos adelante.

Como mamá quería darle una mejor calidad de vida a Douglas y a Jaime, así que en 1988, con dolor en el alma y el corazón roto, tomé la decisión de dejarlos al cuidado de mi hermano e irme a Estados Unidos a trabajar y ahorrar para poder sostenerlos. Fue muy difícil para mí. El amor de madre hace que a una se le arrugue el pecho, no tenía tranquilidad estando tan lejos de ellos y esperaba con ansias el día que pudiese tenerlos nuevamente entre mis brazos.

Allá duré 4 años y me casé por la iglesia, fue una relación tranquila en la que él me colaboraba con lo que podía. Mientras estaba haciendo el papeleo para llevarme a Douglas y a Jaime a Estados Unidos, asesinaron a mi hermano. Alias “la Gata” lo mandó a matar porque no quiso hacer arreglos con ella, entonces debí regresar. Cuando llegué, me enteré de 2 cosas más que me llenaron de mucha tristeza. La primera, que mis hijos sufrieron mientras yo no estaba para cuidarlos: mi hermano los dejaba en la calle, aún no entiendo por qué lo hacía, y la segunda, que Douglas estaba metido en la droga.

Al enterarme del rumbo que le estaba dando Douglas a su vida y de lo que habían tenido que pasar mis pelaos, pensé en quedarme, pero mi esposo me propuso que nos regresáramos. Él no estaba acostumbrado al entorno, por lo que quería volver a la vida que teníamos antes. Entonces les pregunté a mis hijos si querían irse con nosotros, pero dijeron que no. Él insistió para que me fuera otra vez, pero yo le dije que no me podía ir y que prefería quedarme acá con mis pelaos a hacerle frente a su crianza. Así fue, él partió de regreso e hizo el proceso de divorció allá y yo me quedé.

Estando en Barranquilla me dediqué a iniciar la rehabilitación de mi hijo mayor. Lo ingresé al Cari, un hospital de la ciudad con atención en salud mental, donde después de unos estudios descubrieron que tenía problemas psicológicos y una abertura en el cráneo desde el nacimiento. Como si de un rompecabezas se tratase, varias cosas del pasado relacionadas al comportamiento de Douglas encajaron, por eso había repetido varios años en la primaria y no le iba muy bien en los estudios.

A Douglas lo echaron del colegio por darle comida a unos muchachos de la calle, tenía un corazón muy noble y no reparaba en ayudar a los demás si estaba a su alcance, aunque esto pudiera generarle problemas. En el barrio, si alguien necesitaba un favor, él siempre estaba dispuesto a ayudarlo, no tenía problemas con nadie, todo el que lo conocía lo saludaba, ese carisma y actitud hicieron que mucha gente lo quisiera.

A pesar del inicio de su rehabilitación, con los años Douglas aumentó el consumo de drogas. Para entonces se ganaba la vida trabajando en oficios varios. Me preocupaba mucho que algo pudiera sucederle, así que le daba 20.000 o 30.000 pesos para que no hiciera nada malo, sino para que tuviera su droga.

El 28 de marzo de 2006, a las 2:00 de la tarde, Douglas se fue. En la mañana habíamos peleado porque él quería que le diera 50.000 pesos. Como no se los di, se llenó de mucha ira y salió al parque del Cementerio Universal, aquí en Chiquinquirá, a jugar fútbol con otros amigos. Yo me fui a trabajar, me desempeñaba como vendedora estacionaria y tenía 2 chazas en la Plaza de Bolívar. En la noche, cuando regresé a la casa, una persona de la calle me dijo:

—Se llevaron a Douglas.

—¿Qué se van a llevar a Douglas?, él es de por aquí —le contesté.

—Sí, se lo llevaron a trabajar.

Yo no le creí. Después vino el hermano, Jaime, y confirmó lo que me habían

contado: “Douglas se fue a trabajar y se lo llevaron en una camioneta blanca.

Le dieron plata para que comprara ropa y drogas, y no regresará a la casa”.

Oré toda la noche y a la mañana siguiente me fui a trabajar muy

preocupada. En la noche, a eso de las 8:00, recibí una llamada. Era él, me dijo

que estaba bien, que había pensado mucho en que me hacía sufrir, que se

saldría de la droga y que se fue a coger algodón en Valledupar. Me preguntó:

—¿Tienes la copia de mi cédula?

—Sí, yo la tengo.

—Alguien va a recogerla.

—¿Quién?

—...

Colgaron el teléfono. Después de eso no volví a saber nada más de mi hijo.

Ahí iniciamos la búsqueda. Lo busqué por todos lados, pero no aparecía. Pusimos la denuncia en la Fiscalía y siempre íbamos para saber si habían encontrado algo, pero no nos daban respuesta sobre su paradero. Una mañana mi pareja fue a preguntar. Cuando llegó, quien lo atendió le pidió el número de cédula de Douglas, él se lo dio y se lo quedaron mirando: “Necesito que mañana venga la mamá”. Yo estaba cansada de tanto ir allá y que no pasara nada. “Te necesitan mañana”, me dijo cuando llegó. “¡Ah! ¿Pa’

lo mismo? Yo no voy a ir”.

A eso de las 5:00 de la tarde, me llamó la fiscal a preguntarme por qué no había ido, que tenía algo importante que hablar conmigo: “Necesito que se presente mañana a las 9:00 de la mañana”. Así fue, al día siguiente llegué a las 8:00, a las 9:00 me atendió.

—¿Su hijo tenía un tatuaje y una cicatriz en la mano?

—Sí, ¿por qué?

—Su hijo fue abatido en combate porque era un guerrillero del Frente 59 de las FARC.

—¡¿Cómo?!

Mi expresión fue de asombro, no lo podía creer. “Ya mismo me voy para Valledupar”. Al verme tan desesperada me pidió que me calmara: “Yo le averiguo todo para que llegue a donde tiene que llegar”. Entonces regresé a mi casa, ese día no pude dormir, lloré toda la noche.

Al día siguiente la fiscal me llamó y me dijo que estaba en el juzgado 21. Me fui enseguida. Llegué al Batallón La Popa, pero me dijeron que debía llevar un abogado para que me dieran información. Me tocó regresar y conseguir un abogado al que le pagué 500.000 pesos para que sacara el expediente de allá. Pusieron muchos problemas para entregarme la información. Mi esposo me insistía: “No pelees, Martha, que nos pueden matar”, pero a mí eso no me importaba, ya habían matado a mi hijo.

El combate donde supuestamente murió fue en Guamachal, una vereda de San Juan del Cesar, La Guajira. Una investigadora del CTI me dijo:

Yo hice el levantamiento de su hijo, era igualito a usted. Ahí se veía que no era normal lo que estaba pasando, pero cómo uno podía decir algo si éramos 3 y ellos eran un montón, no se puede hacer nada. No diga nada, vaya y luche, luche por su hijo.



En 2007 conocí a Rosario Montoya por una persona de la gobernación. Ella, junto con otras organizaciones, como el Comité de Presos Políticos, Asociación Pro-Desarrollo de Familias (APRODEFA), Foro Infancia Feliz y Foro Atlántico, nos dieron apoyo y formación para crear AFUSODO: Asociación de Familias Unidas por un Solo Dolor. Nos constituimos formalmente en 2008.

Iniciamos pocas, pero nos fuimos juntando en el camino. En las oficinas de los periódicos de Barranquilla y en la Fiscalía ya se habían aprendido mi nombre, así que cuando llegaban personas en la misma situación que yo les daban mi contacto, les decían que hablaran conmigo, que ya yo sabría cómo ayudarlas. Ellas me llamaban y así nos íbamos conociendo. Me contaban sobre sus casos, el estado judicial de estos y sus vidas, yo también les contaba sobre mí. Así fue como iniciamos a luchar y resistir de la mano. Ya

no estábamos solas, nos teníamos para acompañarnos.

Actualmente soy presidenta y representante legal de la organización. AFUSODO, más que una organización, es una red de apoyo. Somos, como indica nuestro nombre, un grupo de familias unidas por una misma causa, por una misma esperanza y deseo de justicia.

Para reclamar a nuestros familiares, la Fiscalía nos exigió que tuviéramos nichos. Marisol Ariza, que trabajaba en ese momento en la

entrega de restos en Bogotá y que conocí cuando fui a esa ciudad, colaboró para conseguirlos. Entre 2010 y 2012, con la Alcaldía de Barranquilla logramos que nos entregaran 28 nichos, ya estaba todo para que nos regresaran a nuestros familiares.

Sin embargo, cuando fui a buscar los restos de mi hijo a Medicina Legal, no me los dieron: me tocó esperar 5 días porque estaban en una capacitación. Recibí la misma respuesta de cuando todo inició, Douglas no aparecía. Lo que sí me dieron fue un acta en la que decía que me lo habían entregado, pero no era cierto, así que tuve que interponer una tutela que en 2012 falló a mi favor. Les hicieron pruebas de ADN a más de 59 restos en San Juan del Cesar hasta que dieron con él. Después de 6 largos años desde su desaparición, por fin me entregaron a Douglas, junto con él nos dieron los restos de 4 muchachos más de la organización.

Ya con los restos de nuestros hijos en las manos decidimos hacerles una ceremonia de despedida, queríamos darles el último adiós como nos habían enseñado, que fuera un momento tranquilo en honor a su memoria y el amor que sentíamos. Para ese momento en el país era muy sonado el tema de los falsos positivos, posteriormente denominados ejecuciones extrajudiciales, en los que estaban involucrados altos mandos de las fuerzas militares y entidades del Estado. El mismo día de la misa recibí una llamada de un número desconocido diciéndome que iba a correr con la misma suerte de mi hijo. 3 compañeros de la organización y el cura que daría la misa también fueron amenazados. Luego nos dimos cuenta de que estábamos siendo amedrentados por el GAULA, sin embargo, era tanto el anhelo de honrar a nuestros seres queridos que decidimos continuar: nos metimos a la brava y pudimos llevar a cabo la ceremonia. Dejamos los restos en el cementerio y sentimos alivio al saber que a nuestros hijos se les había dado

santa sepultura y que estaban cerca de su familia.

Posterior a la entrega de los restos inició la batalla legal. Asistimos a audiencias, escuchamos declaraciones, preguntamos, protestamos, insistimos para conocer la verdad y hacer justicia. Pero cuando íbamos a las instituciones nos decían: “¿Qué podemos hacer, Martha, si ustedes están en contra del Estado?”. No nos decían que el Estado nos había causado daño, sino que estábamos en contra de él, que ahí no se podía hacer nada.

Las últimas investigaciones han dado cuenta de que para cometer las ejecuciones extrajudiciales fueron usados automóviles de alta gama. En varias regiones del país, a los vehículos que estaban al servicio de actores armados e instituciones del Estado para cometer este tipo de delitos se les conocía como “la última lágrima” o “la camioneta blanca”. Los nombres se debían a que las personas que montaban en estos carros no vivían para echar el cuento. “La última lágrima” se paseaba por los vecindarios de las comunidades o poblados más vulnerables y por aquellos donde se vivió de forma directa el conflicto armado. Abordaban a la gente, jóvenes en

su mayoría, los engañaban prometiéndoles trabajo para llevárselos. A los días siguientes eran asesinados y sus cuerpos abandonados en ríos, zonas rurales o lugares de importancia para ciertas comunidades. Todo esto para hacerlos pasar como bajas en combate. Para ellos solo eran cifras.

La operación en la que lo asesinaron se llamaba Minusa, fue ejecutada por los escuadrones antiguerrilla Bomba 3, al mando del subteniente Wilmer Acosta Vela, y Cobalto 2, al mando del subteniente Yamid Díaz Tovar, por orden del mayor Julio César Parga Rivas, quien en ese momento se encontraba al mando de la Fuerza de Reacción Divisoria (FURED). El objetivo era darlos de baja y relacionarlos como guerrilleros muertos en combate para aumentar el número de bajas y el gasto de municiones de ambos escuadrones. 4 jóvenes cayeron en esa operación: Douglas, Dannis, ambos casos de AFUSODO, y 2 personas en situación de indigencia que no pudieron ser identificadas.

En los intentos más actuales del Estado con la sociedad colombiana, el expresidente y exministro de Defensa Juan Manuel Santos Calderón ha reconocido ante la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad la existencia y puesta en marcha de la política nefasta de los falsos positivos. Esto supone un avance en términos de verdad y reconocimiento de los hechos atroces del pasado, pero aún falta mucho camino por recorrer. Queremos que el expresidente Santos sea llamado ante la JEP como tercero, que esclarezca sus afirmaciones sobre nuestros hijos como narcoguerrilleros, que nos dé la cara y diga qué iban a investigar en 2008 cuando estaba como

ministro de Defensa si no escucharon a quienes estábamos denunciando el asesinato de nuestros hijos por parte del Estado.

Como país aún no estamos preparados para asumir nuestra corresponsabilidad en el homicidio de inocentes. Muchas personas hoy

siguen con la convicción de que las ejecuciones extrajudiciales no existieron y que son un invento de las víctimas, lo cual da cuenta de las profundas heridas que este flagelo nos ha dejado. La historia de engaño fue tan bien contada que a muchos les cuesta quitar la venda de sus ojos. En el caso de mi hijo, todos los demás acusados le echaban la culpa al mayor Parga Rivas, pero el expresidente Álvaro Uribe lo había extraditado a Estados Unidos por narcotráfico. En 2008 vino el relator, también tuvimos la oportunidad de conseguir que el Comité de Presos Políticos me llevara a Bogotá para hablar con él, le dije:

¿Ustedes qué vienen a hablar de derechos humanos si solo les importa el narcotráfico?, no les importa,

sino la plata que sale del narcotráfico, no les importa el ser humano. Allá tienen a una persona con falsos

positivos a cuestas.

Me miró con intriga y preguntó: “¿Cómo?”, entonces yo empecé a contarle qué había pasado con Parga Rivas y nuestros hijos. Tuvimos la suerte de que a Parga lo trasladaran de nuevo para Colombia, lo pudimos ver en una audiencia en la que solo guardaba silencio. José Humberto Torres, defensor de derechos humanos, dijo que haría el “papel del diablo” y empezó a sacarle información sobre la operación en la que habían asesinado a los 4 pelaos, incluido mi hijo, pero él no quería aceptar que había dado la orden.

Para el año 2009 el Juzgado Promiscuo del Circuito de San Juan del Cesar, La Guajira, resolvió condenar en sentencia anticipada

(anticipadamente) a Yamid Díaz Tovar, Orley Gutiérrez Cabrera, Wilmer Rafael Ramos Cantillo, Jonatan Martínez Ospino, Pedro Manuel Contreras Ricardo, Gilberto Carlos Rosado Rosado y Wilmer Acosta Vela por los delitos de homicidio agravado en concurso con desaparición forzada y falsedad ideológica en documento público, perpetrados contra Douglas Alberto Vera Díaz, Dannis Díaz Sarmiento y 2 personas más no identificadas. En 2013, el Juzgado Penal del Circuito Especializado Adjunto de Montería profirió sentencia condenatoria anticipada a Parga Rivas por los delitos de homicidio agravado, concierto para delinquir agravado,

peculado por apropiación, falsedad ideológica en documento público y favorecimiento.

Para las víctimas puede no haber descanso absoluto, algunas sienten un alivio moral al saber que la lucha no ha sido en vano, que en términos de justicia y verdad se les va a permitir transitar por el camino de la resiliencia. Hay parte de tranquilidad al saber que hicieron lo posible por encontrar a los responsables de los actos violentos que les arrebataron a sus seres queridos y esclarecer los hechos en los que fueron asesinados, sobre todo en este tipo de delito, en el que, valiéndose de las necesidades y las condiciones de desigualdad, se recreaba un engaño en la realidad para asesinar a jóvenes y ponerlos como botín de guerra.

Gracias a la gestión que hemos venido realizando desde AFUSODO, logramos que nos entregaran 38 restos y que algunos de los casos de la organización pasaran a la justicia ordinaria. También conseguimos que el Comité de Presos Políticos nos ayudara con la realización del informe para enviarlo a la JEP.

Actualmente, tenemos 85 casos de ejecuciones extrajudiciales y 50 de desapariciones forzadas. Algunos de los casos de desapariciones de AFUSODO han resultado ser ejecuciones extrajudiciales, por lo que creemos que es posible que algunos de los que ahora corresponden a desaparición terminen siendo ejecuciones extrajudiciales, pero aún no tenemos certeza. En tal caso, queremos que se reconozcan como ejecuciones extrajudiciales y que haya justicia para las víctimas.

Lastimosamente, el nivel de avance de los procesos judiciales es muy poco; en AFUSODO solo ha habido 4 sentencias. Sucede que los procesos de investigación de las ejecuciones extrajudiciales son llevados a la Justicia Penal Militar, debido a que los hechos son producto de “conductas en servicio”, lo cual hace que sea más fácil manipular y entorpecer los casos. Sobre esto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha dicho que la justicia militar no es una jurisdicción idónea para investigar, juzgar y sancionar este tipo de hechos, ya que no garantiza que los procesos gocen de imparcialidad e independencia.

Además, todavía hay restos sin encontrar porque la Fiscalía no los protegió y los echaron en fosas comunes. Ahora, por las declaraciones que hemos escuchado, sabemos que esta entidad también estaba con ellos. Con la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas el avance ha sido poco, hemos tenido algunas reuniones, pero aún no concretamos nada.

La batalla ha sido dura, yo desde que empecé fui clara y dije: “Somos unas hormigas peleando contra un elefante, pero como somos tantas hormigas podemos comernos al elefante”. Ahí poco a poco vamos, hasta lograr que se reconozca que esto fue una política de gobierno. Eso es lo que queremos, porque a todos los muchachos que se llevaron les ofrecieron trabajo. Aquí en Barranquilla, que uno sabe, hubo 150 personas que desaparecieron, ¿y los que no denunciaron? Muchos de los que se llevaron eran gente pobre, personas del sur que no sabían defenderse. Barrios como Chiquinquirá y Villa del Carmen fueron focos de esta dinámica.

Hay gente que tiene mucho miedo, que no se quiso enfrentar al Ejército y prefirió callar, pero el modus operandi fue igual en todo el país: ofrecerles trabajo, llevárselos, matarlos y hacerlos pasar como muertos en combate. Todo fue planeado porque varios muchachos asesinados habían prestado el servicio militar y no tenían trabajo, por lo que eran un blanco fácil. Eso debe quedar claro en el informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, que no fueron casos aislados, sino que fue un patrón, que hubo muchas consecuencias físicas y emocionales para las familias, que aún existen casos sin aclarar y que hay un sinsabor con respecto a la justicia.

A partir de lo que pasó con su hermano, Jaime comenzó a consumir drogas. Antes no lo hacía, de hecho, detestaba a los drogadictos; él se la pasaba con Douglas porque metía drogas y, como yo me descuidé tanto, porque no le puse mucho cuidado a él, sino que me dediqué por completo a saber la verdad sobre mi otro hijo, perdí mi hogar, perdí a mi hijo, se acabó todo. Cada que Jaime viene le abro las puertas, no se las cierro en ningún momento. Mi hijo dice que quiere que lo maten, desde que asesinaron a su hermano quedó acabado.

No hubo acompañamiento que permitiera hacer frente a estas situaciones. El Estado colombiano ha evadido la responsabilidad de reparar y cobijar a quienes pasaron por situaciones traumáticas provocadas en medio del conflicto por los actores armados ilegales y del mismo Estado, aquel cuyo deber en medio de la guerra debía ser cuidar a sus ciudadanos, no asesinarlos. El desamparo, la desigualdad social, el pasado lleno de recuerdos grises y la ausencia de verdad, justicia, reparación y reconocimiento de los hechos continúan causando estragos en la salud física y mental de las personas. Hay rabia, dolor, tristeza, vacíos acumulados por años que afloran e impiden vislumbrar otras posibilidades.

Esta historia me ha traído consecuencias físicas y emocionales. Actualmente sufro de la presión; tengo un dolor en la columna, dice el

médico que se debe a que al principio no dormía, sino que me la pasaba en una silla, a veces me quedaba dormida en la mesa donde tenía el computador y eso me fregó la columna; tengo hongo en un pie, cuando estoy estresada sale, eso no se ha curado nunca; en ocasiones tengo que tomar pastillas para dormir; a veces quiero quitarme la vida, me deprimo y no me dan ganas de saber nada de nadie.

Lo que me da vida es AFUSODO, ellas me llaman y ahí empezamos. Eso me da aliento, vuelvo a respirar. Creo que Douglas es cada uno de los muchachos de la organización, eso me lo regaló él y me da la fuerza, así como la inteligencia para poder sacar adelante los casos y superar cada reto.

Si no hubiese conocido a esas mujeres, yo a lo mejor no estuviese aquí, creo que ya estuviera muerta, porque esto es lo único que me da ganas de seguir luchando, mujeres que a pesar de todo estuvieron y están ahí, gente que cree en mí, que sabe que yo voy a lo correcto, que hago todo por amor, porque esto me llena, porque me siento satisfecha todos los días al hacer algo por cada una de ellas y creo que ellas también se sienten muy satisfechas de cómo he sorteado esto: dejar mi casa para volcarme solamente a la búsqueda de nuestros restos, a la búsqueda de la verdad. Yo he recibido apoyo de cada una, así como ellas lo han recibido de mí. Somos una familia, no somos unas desconocidas, lo que le pasa a una nos duele a todas. AFUSODO es muy bonito a nivel interno.

Quiero enviar un mensaje al país: hay que cuidar mucho a nuestros hijos e hijas, así cometan errores. Debemos cuidar colectivamente a nuestros jóvenes. Aunque no sean perfectos, hay que cuidarlos, estar pendiente, darles mucho amor, protegerlos, prevenirlos sobre las situaciones de riesgo a las que pueden enfrentarse y enseñarles a cuidar de sí mismos. También quiero agradecer a la Comisión por acompañarnos y visibilizar nuestros casos. Como organización nos complace recibir el reconocimiento por parte de esta entidad a nuestra trayectoria por el esclarecimiento de la verdad, la consecución de justicia, la reparación y la no repetición de los hechos.

 

Esta y otras crónicas las puedes encontrar en el libro: Hilando Resistencias. Crónicas de una paz Grande