El lado oculto de la colosal Amazonia

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Hemos obligado a la descomunal Amazonia, formada durante 55 millones de años, a descubrirnos su fragilidad, pero actuamos como si no, permitiendo gobiernos engolosinados con el juego del desplome

Atardecer sobre el Río Orteguaza, Caquetá

En la Amazonia, el paso de la muerte a la vida ocurre entre las brisas, entre fibras de luz o en la penumbra. Todo tipo de especies organizadas en la verticalidad de la selva reabsorben los nutrientes antes de que lleguen al suelo. Nada se entierra, nada se sepulta. La Amazonia no tiene ahorrados sus nutrientes bajo tierra, como otros ecosistemas. Su suelo es pobre y, sin la selva, no dura mucho. La lluvia barre sus nutrientes y el sol cocina el suelo como una pieza de barro cuando se hornea. En la selva, todo se recicla con rapidez, incluso el agua. Cada molécula que entra en este torrente de vida fluye dentro de las plantas, las ayuda a crecer y hacer fotosíntesis y luego sale en forma de vapor para condensarse en las nubes y caer otra vez en un aguacero. La Amazonia es un organismo vivo que crea su propia lluvia. Para lograrlo, necesita la transpiración ferviente de toda su vegetación, el recorrido musical de sus animales que dispersan las semillas, el trabajo incógnito de los hongos que aceleran todo este metabolismo ecosistémico; y, por supuesto, la guardia profunda, espiritual y política, de sus hijos, los pueblos indígenas.

Durante miles de millones de años, los genes, las especies y los ecosistemas hemos jugado al ensayo y error hasta dar con capacidades innatas que sanan las heridas y restablecen los equilibrios. La vida amazónica no se resiste a su propia exuberancia; y así como brota en cualquier resquicio, se recupera de los golpes con algo que parece más desparpajo que tenacidad. La voluptuosidad parece ser una condición inherente e indispensable de la vida selvática. Cuando ya no sea posible mantenerse entre sus propios vapores y olores, ya no seguirá existiendo. Sin suficientes árboles responsables de esta suculencia área, madre de su propia lluvia, el organismo amazónico comienza a agonizar y entra en una espiral de erosión: menos vegetación produce menos lluvia; menos lluvia produce menos vegetación. La amenaza externa es multifacética: el calentamiento de toda la Tierra alarga e intensifica las épocas de sequía, la deforestación extirpa directamente los pulmones de la selva; la fragmentación del bosque acorrala a su fauna y muchas nuevas formas de colonialismo ahogan a los pueblos indígenas.

Los ecosistemas, sobre todo en el trópico, nos han mostrado, como la luna, siempre un mismo lado. Los humanos occidentalizados solo hemos visto su fortaleza y generosidad; y hemos respondido con excesiva confianza, irreflexión, e incluso, temeridad. Como en el juego de Jenga, donde se retiran bloques de una torre hasta que ella no puede desafiar más la fuerza de gravedad, nuestras intervenciones en los ecosistemas también pueden llegar a un punto de no retorno. Científicos predicen que una vez se alcance este punto, la Amazonia se convertirá en un inmenso pastizal en cuestión de décadas. Al parecer, este umbral se puede cruzar si la temperatura media global del planeta aumenta 4 grados con respecto a niveles preindustriales (ya vamos en casi uno y medio, y sigue aumentando a gran velocidad) o si la deforestación es mayor al 20 % o 25 % (ya vamos en 17 %).

La pérdida irreversible del bioma amazónico es uno de los llamados tipping points o puntos de no retorno causados por la crisis climática. Lo más dramático es que los distintos colapsos se aceleran entre sí: el carbono presente en los tejidos vegetales se liberará a la atmósfera como CO2 y generará más calentamiento que, a su vez, derretirá más la Antártida y menguará la superficie blanca que refleja la luz solar y que será absorbida por el agua, lo que, a su vez calentará y cambiará las corrientes marinas y así sucesivamente. El posible colapso se llevará los ciclos de lluvia de los que dependen nuestras actividades agrícolas en Sudamérica, incluyendo las agroindustriales y ganaderas que hacen metástasis en toda la cuenca; perderemos el 20% del oxígeno por fotosíntesis terrestre, así como una inmensa capacidad de absorción de CO2, y una de cada diez especies del planeta. Además, 400 pueblos indígenas cuya vida es inseparable de la del territorio, y que tienen los secretos para vivir en este planeta durante miles de años más.

Hemos llevado a la colosal Amazonia, formada durante 55 millones de años, a descubrirnos el lado oculto de su fragilidad, pero actuamos como si no. Seguimos promoviendo o permitiendo gobiernos engolosinados con el juego del desplome: avalan el fracking, promueven el consumo de carne sin sistemas de trazabilidad, engavetan datos de deforestación y embolatan normas como el Acuerdo de Escazú. Por un momento, conectemos nuestro espíritu con el tejido selvático que en este instante está palpitando vigorosamente, lleno de misterio, música y humedad. ¡Aún vive con esplendor y podemos abrazar y proteger su vida y la de sus pueblos!

Este artículo fue publicado en Las2Orillas.com


LLUVIA por Jesús A. García Rivera.
                                 
Estoy aquí, dispuesto a tu encuentro
Como el arbusto marchito que espera la lluvia,
Agobiado pero esperanzado,
Adolorido pero contento por tener la oportunidad de sentirte. 

¡Aunque me sienta desfallecer, sé que lloverá!
Diáfana, fresca y profundamente me irrigarás,
Con tu aliento me convertirás en savia exhuberante,
Con tu flujo me transportarás hacia la calma. 

¡Oh divina verdad suprema!
Lléname para ferti-irrigar a los demás,
Con tu alegre danzar,
Con tu glorioso caminar.

Aquí en la frágil selva,
Necesitamos tu trepidar,
Para desarrollar con armonía
Nuestra misión de vivir y soñar.