La periodista y ganadora del premio Anne Klein 2018, en su discurso habla del poder de la voz y del periodismo contra la violencia de género.
La violencia sexual ha sido uno de los peores crímenes cometidos contra las mujeres en medio de la guerra y Colombia no ha sido la excepción.
Las voces de mujeres como Mayerlis y centenares de otras defensoras de derechos humanos hacen hoy la diferencia en mi país y en el mundo. Levantar la voz se ha convertido en nuestra bandera, pero también en nuestra misión.
Por eso es un honor llegar a una ciudad como Berlín, donde muchas mujeres empezaron ya hace algunos años a hablar por primera vez en más de cinco décadas, de las violencias y atrocidades que tuvieron que vivir las alemanas en medio de la Segunda Guerra Mundial.
En septiembre de 2009, estuve por primera vez en esta ciudad, vine a reunirme con sobrevivientes de violencia sexual, sobrevivientes como yo, fue casi que un conclave. La solemnidad de los secretos atroces que hablamos allí, precisamente me ratificaron que no podía seguir guardando silencio, me lo ratificó una mujer, Gretta Kaufmann, una mujer de unos 81 años, que pese a las cicatrices que dejan en el alma las heridas de la guerra, estaba entera y llena de vida. Ella y otros centenares de mujeres fueron el botín de las tropas aliadas en 1945. Le pregunté porqué despertaba a sus fantasmas tantas décadas después, y ella me respondió, que una periodista la había convencido de contar su historia.
Tiempo después en una charla llena de confesiones sobre el poder de la palabra y de la voz, con la propia Svetlana Alexievich, la única periodista que ha ganado el Premio Nobel de Literatura, las dos concluimos que fue ella, Svetlana, quien convenció a Greta de hablar de su violación.
Es el mismo ejercicio que he intentado hacer con muchas mujeres en diferentes lugares de Colombia, lo he hecho para visibilizar la crueldad de un crimen que en el periodo más álgido del conflicto armado pudo dejar cerca de dos millones de mujeres violentadas sexualmente. Yo fui una de ellas. Intentaron silenciarme con un secuestro, con interminables torturas físicas y psicológicas y con una violación masiva. Mi espíritu se doblegó, mi cuerpo quedó quebrado e inevitablemente morí en vida. Decidí volver al periodismo para refugiarme en él, pero hice un pacto de silencio conmigo misma para tratar de seguir adelante.
Pero en ese septiembre de 2009, luego de confrontarme y contar mi historia públicamente en Madrid, en Brucelas, en Londres y luego de conocer a Gretta y otras mujeres aquí en Berlín, decidí levantar la voz y nunca más volver a silenciarme. Así nació “No Es Hora de Callar”. La campaña que es mi vida y que me ha traído de regreso a recibir el premio Anne Klein, para honrar su memoria y para decirle a Barbara su compañera, gracias, gracias por haber sido parte fundamental de la voz y la acción de Anne.
Su legado también es un gran reto. Países como Colombia están despertando frente a una realidad que nos ha atado por siglos. Como en todas las guerras, los hombres armados, los que tienen el poder de la bala y el machismo, usaron nuestros cuerpos como represalia, y supuesto castigo para sus enemigos. Acabamos de firmar un proceso de paz con la guerrilla de las FARC, que nos da el alivio de frenar parte de la confrontación armada.
Pero aún tenemos muchos problemas. El creciente narcotráfico alimentado por la demanda del consumo en Estados Unidos y en Europa; otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional ELN, que se niega a entrar en el momento histórico que vive Colombia; y unas bandas criminales, residuos de los antiguos paramilitares y guerrilleros de las FARC que no se reincorporaron a la vida civil.
En medio de esta confrontación siguen estando las mujeres, son ellas, quienes aún hoy continúan desplazadas, amenazadas y violentadas sexualmente. Desconocer esta realidad es llamarnos a engaños, y hacer a un lado la verdadera paz que soñamos para nuestro país. Por eso creo firmemente en el valor y la fuerza de la palabra, nuestra voz es capaz de trasformar realidades, y es capaz de cambiar la vida de quienes han sido golpeados por la violencia.
Yo misma lo he comprobado, porque decidí asumir como misión, darle voz a través del periodismo a miles de mujeres, que seguramente nunca iban a ser escuchadas, porque creo que los periodistas no solo en Colombia sino en el mundo entero tenemos una gran responsabilidad social, que hoy más que nunca debemos asumir. Porque nuestras buenas practicas periodísticas pueden salvar la vida de una mujer violentada por su pareja en un hogar de Latinoamérica, de una joven siria en un campo de refugiados, o de una menor de edad traficada y explotada sexualmente en algún lugar de Ámsterdam o de Hong Kong.
Y ese es mi llamado, en este siglo XXI, el silencio no puede ser una opción. Hablar nos ha costado casi la vida misma, con el premio de ser un potente grito que se escucha, aunque muchos no quieren oír, pero callarnos es irremediablemente una muerte que le da poder al victimario.
Por eso en esta noche, en esta ciudad que quiero tanto, y que me dio la fuerza para levantar la voz, señoras y señores ¡no es hora de callar!.