La Loma, Cesar
Siento mi vida como un mar de olas que va descubriendo poco a poco lo grande e inmensas que son dentro del océano, asombrada de su magnitud y su fuerza para enfrentar el ser de su ser, que muchas veces no ha podido serlo, acogiendo mis experiencias más profundas de mis pocos 18 años como aquel diamante negro sacado de las tierras que hoy considero como propias, aprendiendo de sus grandes enseñanzas, pero nunca olvidando las catarsis que produjeron dentro de mí y el lugar en el que habito, aquel que es mucho más que piedras negras llenas de polvo: es cultura, talento y sabanas que alguna vez existieron llenas de algodón blanco, similares a los dientes de león que crecen aún en las tierras donde siembro mi ombligo, Dios me vea, esas que han llorado y reído a costa de los secretos de mi familia materna, pero también regalándonos un aire puro que aun después de tantos años conserva.
Esta es la más pura versión de mí, donde tengo mi corazón partido en 2 amores: La Loma, Cesar, una tierra que ahora es negra por el carbón, y Ariguaní, Magdalena, un corregimiento donde el aire puro es igual a la cantidad de lágrimas regadas por el conicto, repartiendo muchas veces desigualmente el amor que siento por cada una de ellas, inuyendo de raíz los hilos rojos de mi corazón que, aunque la mayoría no llevan el mismo ujo sanguíneo, los he involucrado en este vínculo de respeto y amor, porque tengo la certeza de que, cuando no encuentre mi camino al reconocimiento de mi ser, puedo agarrar cualquiera de esas manos para encontrarlo, por la justa razón de que saben mucho más de mí que lo que yo en cualquier momento podré saber.