
La Guajira encabeza el mapa, majestuosa, imponente y paisajista, con sus tierras coloridas que juegan entre el azul del cielo, el verde de su paisaje, lo cobrizo de la arena y las mezclas del mar Caribe. Es el único departamento mujer en Colombia, ubicado en el norte a orillas del mar Caribe y frontera con el vecino país de Venezuela. El pueblo Wayuu está conformado por más de 23 clanes, cada uno con su propio territorio, representados por un animal y un tótem que da identidad a un territorio; con una riqueza cultural como el baile típico “la yonna”, que nos invita a querer adentrarnos y vivir en constante supervivencia. El pueblo Wayuu ha subsistido por realizar labores tradicionales como el silvopastoreo, la pesca, la caza, las artesanías y la agricultura, enfrentándose a graves daños ocasionados por el modelo económico que impacta gravemente al cambio climático.
En La Guajira encontramos al pueblo Wayuu, la etnia indígena más numerosa de Colombia, que habita principalmente La Guajira colombiana y La Guajira venezolana; otro tanto se ha desplazado a otros lugares de nuestro país por razones del conflicto armado interno. El pueblo Wayuu se caracteriza por el vestuario de las mujeres: mantas¹ coloridas que hacen un contraste con el paisaje semidesértico. La lengua materna es el Wayuunaiki, que se mantiene vigente y crea un arraigo y pertenencia al territorio que se heredan por línea matrilineal (hijas de las mujeres de un E'iruku² o clan); es decir, la mujer Wayuu es la figura principal de la sociedad Wayuu. Su rol representa la ancestralidad, el linaje, la espiritualidad, el territorio considerando a la mujer como el eje fundamental. Ella organiza a la familia, también es un referente con la educación de saberes ancestrales; se encarga de transmitir la cultura, los usos y costumbres a sus hijos, nietos, etc., conocimientos impartidos desde la oralidad. Las mujeres Wayuu se caracterizan por ser luchadoras, trabajadoras y excelentes artesanas, actividad que pasa a ser el sustento principal en la economía propia de las mujeres y donde se expresan las distintas formas de concebir el mundo, a través de los kanas³ (figuras o dibujos realizados en mochilas, mantas, camisas etc.), preservando así costumbres y tradiciones.
Para entender la relación que existe con la madre tierra debemos saber que es una conexión entre cuerpo-territorio, en el mismo sentido de la placenta y el cordón umbilical de los fetos desde el momento de su concepción, porque como mujeres Wayuu protegemos y preservamos el cuidado de la madre tierra (Wuonmainkat). La mujer Wayuu es la principal cuidadora y defensora de su territorio, ya que conlleva un sin número de connotaciones con respecto a la espiritualidad y la cosmovisión, donde se representa la vida. Lugares que se consideran sitios sagrados (donde se siembra la placenta, cementerios, nacimientos de agua, jagüeyes⁴, las enramadas, cerros que hacen parte de la mitología Wayuu) son respetados teniendo en cuenta el significado e importancia que representan para el pueblo Wayuu.
Las comunidades Wayuu han sufrido violencias de todo tipo por los intereses de control y dominio de personas alijunas (no Wayuu) ajenas al territorio, quienes han usado como método de sometimiento diversas amenazas hasta ocasionar desplazamiento e incluso la muerte, sin olvidar las problemáticas y afectaciones en la vida de las mujeres Wayuu, ya que se han ocasionado violencias basadas en género (VBG) dentro de fenómenos de conflicto armado, narcotráfico y contrabando. Estos han afectado directamente a las mujeres por muchos años y en la actualidad se presentan con mayor frecuencia en los ámbitos espiritual, emocional, social, de salud y económico, así como en la soberanía alimentaria y en la participación política con la expansión de la minería por todo el territorio, llegando a causar daños a la salud mental, entre otros.
Las violencias que han sufrido las mujeres indígenas Wayuu del departamento de La Guajira se han dado por la falta de oportunidades, por el difícil acceso y barreras a la educación, también por el desconocimiento en materia de derechos y la naturalización de las violencias vividas en su entorno familiar, donde están limitadas por la parte cultural o étnica, que muchas veces les impide realizar las metas y los propósitos de sus vidas. Estas situaciones se han repetido en el territorio con la llegada de la minería a La Guajira, sufriendo la primera violación la mujer que nos ha parido: Mma⁵. Hoy, el territorio sufre cambios drásticos e impactos en comunidades indígenas Wayuu y afrodescendientes con despojos de sus orígenes, la pérdida de las fuentes hídricas, de la flora y la fauna, que son importantes para la biodiversidad ancestral, así como de los derechos de las mujeres Wayuu.
El hilo de las violencias
Históricamente, Colombia ha sido un país donde las mujeres, adolescentes y niñas han sufrido un alto índice de violencias de diversos tipos por el solo hecho de ser mujeres, por lo tanto, se afecta su libertad, autonomía, capacidad para tomar decisiones, libertad de expresión, calidad de vida y estado emocional. Todos estos factores se asocian a la imposición de la sociedad, ya que desde su niñez les inculcan los roles que deben ejercer como mujeres, los cuales son: ser madres, esposas, abuelas, etc. Además, debemos responder como cuidadoras del hogar, los hijos y las hijas, los animales, la siembra, labores de cuidado, las tareas con los hijos, el territorio, los familiares enfermos y la atención al compañero sentimental.
Es un trabajo arduo, agotador, que no recibe ningún tipo de compensación. No es remunerado, ni valorado socialmente. Debido a esta situación, el riesgo es mucho mayor y el peligro es más latente porque se les dificulta acceder a servicios de salud, asistencia, protección y justicia. Esto sucede por el modelo de crianza, la sociedad patriarcal, misógina y machista. Teniendo en cuenta el contexto sociocultural, la mujer en el ámbito general es vista como el sexo débil; siempre se le está comparando con el hombre en 2 aspectos específicos: desde la parte profesional y las actitudes. Por lo general, se tiende a colocar en las preferencias salariales al hombre por encima de la mujer, aun cuando realicen las mismas funciones.
Por otra parte, el acoso laboral es un fenómeno repetitivo y la violencia sexual no es castigada, por el contrario, la víctima termina siendo revictimizada ante una sociedad que no hace más que tratar de juzgar, culpar y en muchas ocasiones ocultar hechos graves, sin dimensionar los graves daños causados a la víctima, así como las consecuencias fatales ocasionadas por este tipo sucesos. En muchos casos las mujeres se aíslan, entran en ciclos depresivos y sentimientos de culpa, que muchas veces terminan en suicidios. También vemos con frecuencia el suicidio en mujeres Wayuu en la etapa de la adolescencia y podemos fácilmente relacionar esto con algún tipo de violencia que viven y sufren las mujeres en la cotidianidad. Muchas mujeres temen ir a centros médicos para no ser expuestas a situaciones que agravan el escenario. En algunas instituciones donde es evidente la falta de confidencialidad y reserva de los casos cuando colocan una denuncia, se rompe el protocolo dando a conocer detalles de los hechos, cuando deberían garantizar una buena atención y preservar la integridad de las mujeres.
Sombras oscuras
Capítulo 1. Shi'ya Waneeshia⁶
Una tarde de verano de 1993, en un territorio hermoso, tranquilo, lejos de la ciudad, entre la brisa rebelde, el sol ardiente, entre cactus, árboles nativos de la región y la imponente brisa que levanta rápidamente la arena, nació Maawüi⁷, la quinta hija del hogar conformado por Carmen y José, quienes vivían en la ranchería en una zona de difícil acceso y sobreviviendo el día a día con su familia.
Carmen se la pasaba en labores cotidianas. Se despertaba al amanecer con el cantar de los gallos y al son de los pájaros. Aún sin salir el sol, se levantaba y, como de costumbre, organizaba su chinchorro y lo colocaba sobre la madera que atravesaba la casa de lado a lado. Para iluminar su andar, llevaba en sus manos una lámpara de petróleo dirigiéndose a la cocina que por tradición quedaba en frente de su pequeña enramada. Juntaba el fogón para hacer el café y preparar de comer a su familia. Día a día, mientras tomaban el café, contaban sus sueños, lo cual es una tradición en el pueblo Wayuu. Luego del desayuno, los miembros de la familia se disponían cada uno a hacer sus actividades diarias. El señor José y su hijo mayor Jimay se dirigían al corral a soltar los chivos. Jimay pastoreaba por la mañana y regresaba al mediodía a darles agua a los chivos al jagüey ubicado cerca a su casa. Posteriormente,
José, después de exponerse al inclemente sol, se iba a descansar en un chinchorro que siempre permanecía colgado en la enramada. Carmen y sus hijas Ana, María y Carolina preparaban sus cosas para irse al río. Alistaban al burro con las vasijas para traer agua para los quehaceres del hogar; asimismo, llevaban su ropa para bañarse. Después de preparar el almuerzo, Carmen se dedicaba a su labor de tejer mochilas y chinchorros debajo de la enramada, sitio de reunión y aprendizajes de la familia, donde enseñaba esta labor a sus hijas en medio de la conversación familiar.
Como era la segunda ocasión en que llegaba al centro de salud un equipo conformado por un médico, una enfermera y un odontólogo, a quienes les habían asignado ir una vez al mes a brindar sus servicios a la comunidad en general, un día Carmen pensó en llevar sus artesanías ofreciendo su trabajo a los visitantes. Logró vender sus productos, primer paso para entablar una conversación con la enfermera llamada Daniela, quien llevaba un par de años laborando en el centro de salud. Carmen le tomó mucha confianza a Daniela. Cada vez que llegaba a la comunidad, se volvía costumbre la conversa. Con el transcurrir del tiempo, el personal médico del centro de salud gestionó para realizar la primera brigada de salud con especialistas de distintas ramas de la medicina. La brigada era para todos los miembros de las comunidades vecinas. En los programas de promoción y prevención se priorizó la planificación familiar, teniendo en cuenta que las familias eran numerosas y no había ingresos económicos permanentes. En la atención en el centro de salud se informó a la comunidad en qué consistía la brigada y que darían a conocer la fecha en que se realizaría. Daniela aprovechó el momento para recordarle a Carmen que esta era su oportunidad para poder planificar y no tener más hijos. Le dijo que aprovechara, ya que para realizar una nueva brigada no sería tan fácil, por lo dispersa que estaba la comunidad y porque los especialistas que estarían allí provenían de distintas partes. Después de que se fue el equipo médico, surgió una discusión entre Carmen y José, ya que él no estaba de acuerdo con que ella planificara y no le iba a dar su consentimiento para dicha atención.
Carmen estaba muy afectada porque Daniela le aconsejó que se cuidara; ya tenía 4 hijos y no tenía las condiciones dignas para criar otro y en efecto brindarles a todos lo que necesitaban: alimentos, ropa, colegio... Por tal razón, le aconsejaba que mejor asistiera a la brigada de salud para que el médico la atendiera en una consulta y allí despejaría cualquier duda referente a la planificación y de esa forma se decidiera con qué método iba a planificar.
El día de la brigada llegó y José le dijo a Carmen: “Nadita vas a hacer allá, quédate en la casa mejor para que cocines y no se atrase el tejido”. Carmen respondió: “Sí voy”, pero José se sobresaltó y le gritó: “No vas a ir para allá. Yo soy el hombre, ya te lo dije”. En vista de lo ocurrido, Carmen se quedó callada y no asistió a la brigada. Buscó su tejido y, mientras tejía la mochila, fue cambiando de apariencia. El tejido empezó a tomar otra forma, debido a su mal momento. Tenía rabia y frustración por lo sucedido; su pensamiento estaba lejos de ese lugar. En su interior empezó a cuestionar la conducta de su esposo con mucha tristeza: “¿Por qué no me permitió ir al médico? Yo quería ir”.
Ella recordó que él le dijo en algún momento: “Esos alijuna son una mala influencia, ya que anteriormente eso no se veía en el territorio. Las mujeres no planificaban, tenían todos los hijos que los maridos quisieran. Mientras más hijos era mejor, porque ellos son la familia”. Pasaron varios meses y Carmen empezó a sentirse mal de salud. Decidió ir al centro de salud a buscar a Daniela para contarle que su salud se había deteriorado. Daniela le preguntó: “¿Cuáles son los síntomas que estás presentando?”. Carmen le respondió: “Siento mareos y dolores en la parte abdominal”. Daniela le dijo al médico: “Doc, necesito que me haga el favor al terminar para que me regale turnito para atender a una pacientica que presenta un dolor abdominal”. El médico al terminar llamó a Carmen, escuchó sus malestares y le ordenó realizarse varios exámenes para descartar cualquier enfermedad. Entre los exámenes ordenó una prueba de embarazo, pero tenía que dirigirse al hospital en el municipio y esperar un par de días porque no podían entregarle los resultados enseguida, y los enviarían a su comunidad con el equipo médico al centro de salud.
Capítulo 2. Shi'ya Piama⁸
La inesperada noticia
Carmen estaba preocupada porque sus síntomas empeoraban, pero debía esperar. Pasaron los días y con ellos la preocupación. Llegó el día esperado, volvió al centro de salud a la siguiente atención del equipo médico; solicitó su turno y esperó hasta que fue llamada al consultorio. El médico se dirigió a Carmen, la invitó a sentarse y solicitó a la enfermera traer los resultados de los exámenes. Con los resultados en mano, el médico le dijo: “Todos sus exámenes están dentro de los parámetros normales, excepto el parcial de orina. El dolor abdominal es causado por una pequeña infección urinaria, pero debe realizarse una ecografía para descartar una amenaza de aborto”. Carmen se quedó en silencio y una lágrima corría por su rostro. En ese momento llegaron muchos pensamientos recordando la discusión con su marido sobre la brigada de salud y el control de planificación que tanto anhelaba porque no quería tener más hijos. El médico le dijo: “Debe ingresar a control prenatal”.
Carmen quedó sin palabras, no esperaba esa noticia, a pesar de que ya lo sospechaba. Sus ojos se inundaron de las lágrimas, tenía sentimientos encontrados. Se sostuvo fuerte de la silla, suspiró y agarró fuerza para levantarse. Carmen salió del consultorio pensando en que este sería su quinto hijo. Llena de miedos y preocupaciones pensó: “No tengo las condiciones para criarlo”. Buscó a Daniela para contarle, era su única amiga desde la primera vez que le compró una mochila hacía un par de años. Daniela le dijo que lo sentía mucho, se abrazaron y, sin decir una palabra, Carmen lloraba desconsolada. Ella sabía que no era nada fácil lo que le esperaba de ahora en adelante, pero debía afrontar las circunstancias de la vida. Carmen se despidió y se fue para su comunidad triste.
A la llegada a su comunidad, se detuvo en la entrada. Sabía que le esperaba un largo camino por recorrer. Caminaba y caminaba con sus ojos cubiertos por las lágrimas, como nunca, sintió lejos la llegada a su casa. Al llegar, se encontró con su madre (la señora Ana María, nombre que heredaron 2 de sus hijas), quien como de costumbre fue a visitarla. Carmen se secó su rostro. Su madre tenía un chinchorro sobre sus piernas, lo estaba reparando. A su entrada a la enramada, la señora Ana María levantó la cabeza y la saludó. Le preguntó: “¿Estás bien? ¿Por qué lloras? ¿Qué te pasó? Te vez rara Carmen, tu cuerpo ha cambiado”. Carmen le respondió con su voz apagada: “Vengo del médico, no me he sentido bien últimamente. Me hicieron unos exámenes, el médico dice que está bien todo. Tengo una infección pequeña, pero me ha dicho que estoy embarazada”.
La noticia inesperada del embarazo fue de agrado para la señora Ana María. Le dijo que ya lo había notado en su cuerpo y, a través de sus sueños, le habían contado que vendría otra mujer en camino a la familia. Le preguntó: “¿Por qué no me habías contado? ¿Es que acaso se te olvidó que soy tu médica que te heredó tu abuela?”. La señora Ana María era la outsü⁹ de la familia. Se siente solidaria con ella y le exclama: “Yo me siento sola en mi casa, me puedo mudar con ustedes”. Carmen interrumpe la conversación diciendo: “Claro, mamá, así tus nietos aprenderían mucho más contigo”. Aunque sabía que no podían tener un gasto más, no se podía negar a la propuesta de su madre. Entonces, la señora Ana María siguió su conversación: “Con toda la situación tienes que cuidarte y a mis nietos también, incluyendo el bebé que está en camino”. Carmen rompió en llanto diciendo: “Mamá, yo habría podido evitar este embarazo, pero José se opuso a que planificara y aquí está el resultado”. En un suspiro profundo terminó su llanto.
Siguieron pasando los meses. La señora Ana María ya se había mudado con su hija. Carmen se había realizado los controles a los cuales asistía de manera responsable. Se realizó 2 ecografías y todo estaba bien con su niña, confirmando lo que su madre en una conversación le había comentado. Para este momento, ya se encontraba en las fechas para su cesárea, como lo había convenido en la última cita de control con el ginecólogo que la había atendido, al cual le manifestó que no quería tener más hijos, por eso necesitaba hacerlo de manera definitiva. Pero le pidió al médico que le guardara el secreto porque su compañero se oponía a la planificación y ella se sentía cansada, no tenía las condiciones para otro hijo. El médico le respondió de manera afirmativa, le ordenó exámenes rutinarios para la cirugía; todo había salido bien.
Una tarde, como de costumbre, Carmen, en compañía de 2 de sus hijas, se dirigió al río a bañarse. Carmen se agachó para alcanzar el jabón y de repente le dio un dolor en la parte baja del vientre. En ese momento se escuchó un grito: “¡Ay!, ¡ay!”. Ana le preguntó: “Mamá, ¿qué tienes?”. Carmen respondió: “Estoy sintiendo un fuerte dolor. Debo ir al hospital. Se adelantó y no puedo quedarme aquí”. Entre Ana y María la ayudaron para que se sentara, después la ayudaron a llegar a su casa. Desesperada, angustiada, pedía ir al médico, a lo cual se negaban su madre y su compañero. En ese momento, a Carmen se le ocurrió una idea: mintió y dijo que su hija estaba sentada en la última ecografía. Su madre, al escuchar esto, dijo con voz angustiante: “José, corre, busca ayuda. Necesitamos llevar a Carmen al hospital, corre un grave riesgo al tenerla aquí. “Y ahora, ¿qué hago?”, se preguntaba José, pero recordó que un vecino de la comunidad tenía una moto y fue así como la pudieron llevar al hospital.
Al llegar al hospital, Carmen pedía de manera desesperada que llamaran al ginecólogo, a lo que el médico general que la había atendido se negó. Volvió entonces a decir la mentira: “Médico, mi hija estaba sentada en la última ecografía”. El médico le preguntó: “¿Tienes la ecografía?”. Carmen le respondió: “Se mojó y se echó a perder. Llame, por favor, al doctor Álvarez y se dará cuenta de que no miento”. Ante la insistencia, se comunicó con el doctor Álvarez, quien le confirmó lo que Carmen había comentado. El nacimiento de la niña no fue fácil, habían transcurrido 12 horas desde su primer dolor estando en el río. Se complicó y el doctor le dijo a la señora Ana María que se habían demorado porque Carmen se había complicado. Tuvo una preeclampsia, pero estaba fuera de peligro. La abuela recibió en sus brazos a una hermosa niña envuelta en cobijas blancas y decidieron llamarla Maawüi. “Serás una mujer que no se quedará quieta”, dijo la enfermera. Mientras tanto, Carmen había logrado su hazaña y su madre habría firmado la autorización que pedían los médicos. Maawüi empezó a crecer en medio de muchas dificultades. La vida cada día se hacía más dura para toda la familia. El rebaño de chivos empezó a morir por las condiciones del clima; las drásticas temperaturas eran las más altas que se hubieran registrado en los últimos tiempos y algunos animales perdieron sus crías al nacer. El nivel del río había bajado de una manera preocupante, el agua era turbia, ya no se podía pescar, no quedaban peces, habían muerto por la falta de oxígeno en el agua. Se enfrentaban a tiempos muy duros.
Carmen tuvo que trabajar el doble para llevar el sustento al hogar. Le tocaba irse al pueblo todo el día para poder vender sus productos y comprar algo de comida para su familia. Mientras ella salía, su madre se quedaba a cargo de su hogar con los hijos y les transmitía todos sus conocimientos y saberes propios de la cultura, para así preservar los usos y costumbres de su pueblo Wayuu. A las niñas les enseñó a tejer, bailar la yonna y la medicina tradicional.
Después del nacimiento de Maawüi, Daniela, la enfermera, iba a visitar a menudo a su amiga Carmen en la comunidad. En su primera visita, llevó regalos a la hermosa niña, recordando a Carmen que ella era la madrina desde que estaba en embarazo. Quedó enamorada de la niña y dijo que quería una hermanita para sus hijos. Siguieron las visitas de Daniela; cada vez que iba el equipo médico, llevaba algún presente para la niña. Así se fue ganando el cariño y la confianza de Carmen. Pasaron los años, 5 para ser exactos. Maawüi había crecido, era una niña muy linda, cabello negro, ojos pequeños marrones y cara alargada. A las personas que la conocían les llamaba mucho la atención por su belleza. No pasaba desapercibida, era el centro de atención donde llegaba.
En la comunidad estaban organizando un bautizo colectivo. Daniela, quien se había ofrecido para ser la madrina de Maawüi desde el embarazo, con el beneplácito de su madre, acordó la fecha y Carmen comunicó la fecha a los padrinos elegidos. El doctor Álvarez también había aceptado, ya que tenía la idea; además, iba a aprovechar para conocer las condiciones en las que vivía su comadre. Pasaron los días y con ellos los preparativos de la comunidad para que, como de costumbre, todo quedara bonito. Llegaron los padrinos, les tocó el turno y, ahora sí, eran oficialmente compadres. Después del bautizo, Daniela se acercó a su comadre y por primera vez le pide a la ahijada para llevarla con ella. Carmen le dijo que no porque quería que todos sus hijos crecieran juntos. Le comentó a su mamá lo sucedido y la señora Ana María lo tomó como un juego. Le causó risas diciendo que su nieta era muy bella. Daniela se fue ganando la confianza y entonces invitaba los fines de semana a Maawüi a su casa por un día y, cuando la traía de regreso a su madre, siempre le decía lo mismo. Cuando Maawüi cumplió 7 años, un fin de semana su mamá le dio permiso para que se lo pasara en la casa de la madrina. Era la primera vez que salía de su comunidad a dormir fuera de casa. La atención en la casa de la madrina fue acogedora, ya que ella vivía en mejores condiciones que su familia, empezando por la casa y las comodidades que tenían en su hogar; no les hacía falta nada. Después, ya le daban permiso para pasar más tiempo donde la madrina, cuando esta estaba de vacaciones de su trabajo. Una vez que fue a llevar a Maawüi a su casa, volvió a tocarle el tema a su comadre Carmen para que le diera a su ahijada y viviera con ella, prometiendo que con ella iba a tener una mejor calidad de vida, que iba a estar bien y además no le haría falta nada. Iba a ingresar a estudiar, aprendería cosas nuevas y sería “civilizada”. Pero ¿qué significaba ser civilizada?
En un retorno de Maawüi a su casa, se encontró que su papá se había ido para Venezuela en busca de empleo. La semana siguiente iniciaron los problemas en la casa. La comida escaseaba y Carmen estaba preocupada por el futuro de sus hijos, mientras su compañero conseguía trabajo. La comadre Daniela, conocedora de la situación de Carmen, en ese momento aprovechó la necesidad para insistirle en que dejara ir a la niña con ella, ya que su esposo tuvo que irse en busca de oportunidades y sería de gran ayuda para ella, porque tendría una preocupación menos: ya no tendría que pensar en su hija porque no le faltaría nada. “Es más, reciba mi apoyo incondicional”, dijo Daniela. Maawüi, con 7 años cumplidos, no sabía lo que le esperaba. La decisión ya estaba tomada. Sus padres habían hablado antes del viaje de José, sin que la pequeña niña se diera cuenta de ello.
Llegó el día más esperado para la madrina. Ella estaba muy feliz, por fin se llevaría a la niña a su casa. Maawüi no sabía nada, había notado que su madre había ordenado en una mochila sus mantas y guaireñas¹⁰. Fue entonces cuando Carmen llamó a Maawüi y le dijo: “Te vas a ir a vivir con tu madrina”. Ella inmediatamente lloró sin control, sus lágrimas corrieron por su rostro y mojaron su manta. Se aferró a la manta de su madre y le dijo: “No quiero irme de mi casa. ¡Mamá, nojo, nojo!”. La agarró fuerte del brazo mientras gritaba que no quería separarse de su mamá, sus hermanos ni mucho menos de su abuela, a la cual quería demasiado, eran muy unidas. Su abuela quedó muy triste por lo sucedido. Le dijo a su hija que no quería que lo hiciera, pero que sabía que era lo mejor para la niña. Pudieron más las palabras de Daniela con tantas promesas y esperanzas para un mejor futuro para su hija; Carmen desconocía las causas por las cuales Maawüi no quería irse a vivir con su madrina.
Daniela vivía con su esposo, de cuya unión nacieron 2 hijos. Al momento de llegar la nueva integrante, Julián tenía 13 años y Jairo 10 años, ambos eran mayores que Maawüi. Al llegar a casa, realizó una reunión con su esposo e hijos para formalizar el acontecimiento, junto con una mujer de nombre Magdalena, quien colaboraba en casa de Daniela.
Las cosas al principio estuvieron dentro de la normalidad. Maawüi era atendida, peinada antes de ir a clases, pero siempre anhelaba irse a casa. Con el transcurrir de las semanas, todo empezó a cambiar para Maawüi. Un día, la Maawüi, llena de miedo, se acercó a Magdalena. Mientras la peinaba, le contó que Julián había entrado en su cuarto y tenía su ropa interior en las manos. Al ella entrar, trató de besarla a la fuerza, pero le dijo que no le contara a su madrina porque la castigaría. Cuando los niños y Maawüi se fueron al colegio, Magdalena aprovechó el momento y dijo: “Señora Daniela, necesito contarle algo”. Le narró los hechos que la dulce niña había contado. Daniela se alteró, despidiéndola, y le respondió: “Meto las manos por mis hijos, han sido bien educados”.
Llegaron los niños del colegio y al rato llegó Maawüi, quien tenía que irse caminando al colegio y le quedaba retirado. Notó que no estaba Magdalena, la única persona con la que entablaba una conversación. Fue a su cuarto y se disponía a almorzar cuando entró su madrina, la que había prometido mejorar su vida. Con una actitud agresiva, le pegó a la niña en la cara, advirtiéndole: “Te pusiste a inventar de Julián, que te hizo no sé qué y no te lo voy a permitir. A partir de hoy, se acabó el hotel, niña. Antes de ir al colegio, te levantarás y dejarás la cocina, los baños y la casa limpia. Te tenía bien, pero ahora se acabó el pechiche”.
Faltaban pocas semanas para volver a casa. Salían a vacaciones, pero, mientras esperaba, los días de Maawüi transcurrían entre oficios domésticos (aseo, lavar los platos, etc.), como si hubiese llegado a ocupar el cargo de empleada doméstica. Los hijos de su madrina no hacían nada, la trataban muy mal, la discriminaban por ser Wayuu. Siempre le decían que le tenían asco por ser una india piojosa, muerta de hambre y pobretona.
Daniela empezó a pedir ropa a sus amigos para su ahijada, con el fin de que no usara su manta, vestimenta tradicional, y le prohibió que hablara su lengua, el Wayuunaiki, porque le daba vergüenza que le dijeran que tenía una indiecita en su casa. Llegó el día anhelado para Maawüi, regresaría a su humilde hogar. Daniela hizo compras para llevar a su comadre y en el camino le decía a la pequeña niña que cuidado iba a andar con la lengua suelta, igual que como con Magdalena había hecho, ya que nadie le creería. Una vez llegaron a la comunidad, las recibieron con los brazos abiertos. También prepararon alimentos para la visita y la comida preferida de Maawüi: una chicha y rico chivo asado acompañaban la mesa. La abuela no se cansaba de verla lo bonita que estaba. Estaba grande, decía, había crecido, pero la mirada triste le llamaba su atención. Luego pensó que era por el tiempo que tenía de no estar en su casa.
El tiempo pasó rápido para Maawüi, ya debía volver al colegio. Nuevamente llegaría su madrina Daniela, la de las promesas bonitas, a buscarla para el regreso. Al momento de irse, se dirigió a donde a su abuela; le dijo que ella se iba porque quería estudiar para ayudar a su mamá y a sus hermanos. La niña se acostumbró a la dinámica y se ponía muy feliz cuando su madre tenía citas médicas y pasaba a llevarle chicha a casa de su comadre Daniela. Ese día Maawüi no hacía nada de su rutina. Su madrina le decía: “No te pongas en eso, aprovecha que la comadre te vino a visitar”. Eso era de satisfacción para Carmen porque su hija estaba bien, pero, una vez ella se iba, todo volvía a la normalidad. Pasaron 3 años y Maawüi no le contaba a su mamá, sabía que no le iba a creer.
Maawüi crecía y se ponía más hermosa. Julián, con 17 años, no dejaba de mirarla. Un día, aprovechó que Daniela y su padre habían asistido a un compromiso social por la noche, y se metió al cuarto de la niña de 11 años. Comenzó a manosearla y le dijo: “Si gritas, nadie te va a escuchar”. Maawüi, asustada, se quedó callada y llorando. En ese momento, se escuchó el sonido de la puerta. Cuando la abrieron, eran sus padres, estaban por entrar y le advirtió: “Esto lo terminamos, sé que te gustó”. Maawüi cada noche cerraba bien la puerta y en muchas ocasiones no dormía bien porque recordaba el día que Julián la había tocado.
Al año siguiente
Llegaron las vacaciones. La niña regresó a su casa y le dijo a su mamá que no quería volver a casa de su madrina, que ya había pasado mucho tiempo, que extrañaba a su familia. Su mamá le respondió que tenía que regresar, que cómo le iba a hacer eso a su comadre y que ella estaba estudiando, cómo se iba a salir del colegio. La madrina, cada vez que iba de visita a la comunidad, hacía una cara sonriente y feliz con Maawüi. Llevaba cosas como comida, ropa y juguetes, que pedía a sus amistades para los niños pobrecitos de la comunidad.
Pasaron años. Ya Maawüi estaba en bachillerato. Su cuerpo había cambiado, ahora era más hermosa. Julián ya estaba en la universidad y, cada vez que la veía, le sacaba la lengua, el dedo y la intimidaba con su mirada; pasaba el dedo por la boca de Maawüi. A medida que pasaba el tiempo, también empezaron a cambiar los abusos de Julián sobre Maawüi. Ahora agarraba sus partes íntimas en donde estuviera, diciéndole que habían iniciado algo y que debían terminar. Llegaron las vacaciones, las fechas más esperadas por Maawüi para regresar a su casa lejos de los temores, miedos e inseguridades que le producía estar en casa de su madrina Daniela, quien se dirigió a la jovencita diciéndole: “El día que fui a la comunidad, le dije a la comadre que te irías a mediados porque haremos un viaje y tú también irás”.
Un día, en horas de la mañana, Julián se metió al cuarto de Maawüi aprovechando que no había nadie en la casa. Ella le dijo: “Julián, ¿qué haces aquí? Sal del cuarto…”. Ella presentía que él estaba tramando algo. Julián le echó seguro a la puerta, se encimó sobre ella y levantó la cabeza. Maawüi vio en sus ojos la perversión y la maldad que jamás había visto en la vida, se llenó de miedo y su voz se cortaba con su respiración, que cada vez era más rápida. Empezó a gritar y Julián le dijo: “Grita todo lo que quieras, nadie te escuchará”. Maawüi, invadida del miedo que sentía en ese momento, se defendió cuando le empezó a tocar las piernas. Ella le arañó los brazos mientras estaban en la lucha: ella por huir de ahí y él por lograr su hecho pensado. Él tiene más fuerza al final y termina abusando de ella sexualmente. La amenaza con que no diga nada porque dirá que es mentira y, si lo hace, la mata. Maawüi se enferma y no come, no dice nada por miedo a qué iban a decir de ella; tenía temor de ser señalada por parte de los familiares y habitantes de la comunidad. Su vida cambió totalmente ese día, ya no volvió a ser la misma. Quería morir, desparecer del mundo, ya que esa sería la única forma de no recordar nada de lo que sucedió. Sin embargo, la animaba la idea de ser una mujer profesional, pues podría ayudar a que otras mujeres no tuviesen que pasar por lo mismo que ella vivía en ese momento. Pronto terminaría sus estudios de bachiller. Llegó el momento esperado: había obtenido la mejor calificación en las pruebas y el mejor promedio estudiantil. Gracias a su desempeño en sus estudios, logró tener una beca para estudiar lo que siempre deseó y ser una gran abogada.
Capítulo 3. Shi'ya Apünüin¹¹
Resiliencia
Julián cursaba sus estudios universitarios, en los que académicamente le iba muy mal. Le mentía a su madre, le hacía ver que iba terminando su carrera, mientras tenía una vida desordenada llena de trago y excesos, que no le permitían avanzar. Así, encontró un escape en las drogas y el alcohol.
Maawüi vivía en otra ciudad, donde estudiaba y le iba muy bien. Se graduó como abogada, volvió a casa de su madrina a informar que ya había recibido su título, pero luego se fue porque el lugar le traía malos recuerdos. Se fue a su comunidad. Llegó con mucha nostalgia y con la idea de agradecer a su abuela por sus consejos. A su madre le contó todo lo que había vivido durante el tiempo que vivió donde la señora Daniela. Ahora volvía a salir de su hogar con sus hermanas, a quienes les daría la oportunidad de estudiar en la universidad y mensualmente le enviaba a su madre para que nunca más se acostaran sin comer.
Decidió tomar el camino correcto, hizo un proceso de sanación interior y, sin pensarlo, determinó que esa era una señal de Maleiwa (Dios), con el objetivo de ayudar a las mujeres que sufren de violencia sexual o cualquier tipo de violencia. Empezó a conocer nuevas personas, era invitada a distintos espacios a compartir su experiencia. Un día, una compañera la invitó a una reunión que tenía su mamá. Aceptó sin saber que esa reunión era de mujeres y que el tema era la violencia basada en género.
Maawüi estaba muy afectada. Al escuchar algunas historias, recordó lo que a ella le había ocurrido. Salió a tomar aire y su amiga Claudia la invitó a volver al salón. Cuando retornó al auditorio, escuchó el testimonio de varias mujeres, las cuales denunciaron. Por esto, se animó a seguir el proceso de sanación que no había sido capaz de hacer. Había quedado en su mente una frase que había dicho una de las mujeres: “La denuncia es algo reparador, limpiar nuestro nombre, que no nos culpen, que no nos juzguen”. Al terminar la actividad, Claudia le presenta a Maawüi a su mamá. Le dijo: “Mira, ella es mi amiga de la que te hablé”. Maawüi dijo: “Sí, mucho gusto, señora Marta. Me alegra mucho encontrar mujeres como usted que se preocupan por mujeres que son juzgadas por la sociedad, que premia al violador justificando la acción, diciendo que es culpa de las mujeres, como se ríe, como se viste. Y a las mujeres que les suceden estos hechos en espacios seguros, ¿qué tendrán por decir?, ¿qué es mentira, acaso?”.
Pasaron 2 meses Maawüi, se convirtió en asesora de la alcaldía de su municipio en el tema de derechos de mujeres. Un día la invitaron a la emisora. Después de una conversa amena, la presentadora del programa le preguntó: “Doctora Maawüi, ¿qué la motivó a que hoy día usted esté trabajando por los derechos de las mujeres?”. Sintió un nudo en la garganta y con lágrimas en sus ojos retomó narrando la historia que ella había vivido. Con este testimonio, la madrina Daniela se enteró de lo ocurrido con su hijo Julián, quien se había convertido en su sufrimiento: nunca terminó la carrera y hoy seguía en el mundo del alcohol y de las drogas. Daniela nunca quiso creer lo que Magdalena le contó y tomó represalias en contra de la niña. La sometió a castigos por más de 8 años. Al terminar la entrevista, alguien esperaba a Maawüi en la puerta: era su madrina Daniela, quien entre lágrimas y sollozos le pidió perdón por no haberle creído. Le dijo que ella tenía responsabilidad por su dolor. Maawüi le dijo que no guardaba rencor hacia ella, pero que ojalá nunca más en la vida ponga en duda la palabra de una mujer, que si hubiera hecho lo correcto muchas cosas hubieran sido distintas. Daniela le dijo que ella no se iba a disgustar por la decisión que tomara, porque nada reparaba el daño que le habían ocasionado.
La doctora Maawüi poco a poco fue ganándose el reconocimiento y empoderándose en todo lo relacionado. Se vinculó con personas que defendían estos procesos sin ser de esos territorios ni tener ningún vínculo sanguíneo con las poblaciones que trabajaban. Esto le permitía enseñar y fortalecerse, a través de capacitaciones, talleres y círculos de comadreo. Tenía claro que el desconocimiento de estos hechos y de cómo afrontarlos facilitaba que surgieran estos tipos de acciones.
Comenzó como docente universitaria. Pasado un tiempo, se llevó a cabo un evento en el cual iban a premiar a personas por su rol activo en la sociedad civil, docentes y universitarios. Un grupo de jóvenes estudiantes de la universidad postuló a la profesora Maawüi para hacer parte de las mujeres y así lograron incluirla en el selecto grupo. Era una realidad: la profe estaba entre los finalistas nominados al reconocimiento por su tarea incansable en defensa de las mujeres y de los derechos de las mujeres víctimas de violencia sexual, que no tenían acceso a la justicia. Llegó el día de la ceremonia de premiación. Llamaron a los 3 finalistas e hicieron la presentación de cada nominado. Finalmente, el premio fue otorgado a la doctora Maawüi, quien en medio de lágrimas agradeció a sus alumnas por el premio, sin ellas no hubiera sido posible. Estaba feliz y dedicó su premio a su madre, quien la acompañaba en la ceremonia, y a la memoria de su abuela por siempre haber creído en ella.
Se volvió feminista y defensora de los derechos de las mujeres. Su lucha apenas estaba iniciando en el mundo del empoderamiento femenino para visibilizar las VBG que se viven en los territorios. No fue nada fácil para ella hablar abiertamente sobre este tema. Al recibir su diploma de maestría, lo dedicó a cada una de las mujeres que luchan en silencio y que no son capaces de narrar su historia.
Después de un tiempo, Julián buscó a Maawüi para pedirle perdón y le comentó que su vida había fracasado desde aquel día en que él la abusó. Dijo que se dejó llevar por un compañero, con el cual hizo una apuesta, pero que eso pesó, que nunca terminó su carrera. Por su sentimiento de culpa, se arrodilló. Llorando, la tomó de la mano y pidió perdón. Suavemente, Maawüi levantó a Julián y le dijo: “Ya te perdoné”. Él no era capaz de mirarla a los ojos. Le contó que, después de que su madre la escuchó en la emisora, se enfermó. Al año murió. En su lecho de muerte, le rogó que se arrepintiera; no sabía que él se arrepintió después de lo sucedido.
A pesar de todo lo que le tocó vivir, Maawüi es como el cactus (cardón): que nace, crece y vive en medio de un desierto bajo el sol árido. Ella, en su sabia supervivencia y en un territorio donde escaseaban las lluvias, floreció. El fruto del cactus es la iguaraya, de color rojizo, como la sangre y como las cornalinas que nunca se quitó Maawüi de su tobillo, porque eran un regalo que le hizo su abuela. El ishoo (rojo) representa el color de la sangre y el amor que le tocó reconstruir para surgir en medio de las cenizas.
Nuestra raíz, nuestro andar y nuestros sueños están ligados al rol de la mujer Wayuu como madre, ella nos heredó el ser Wayuu. Ella es la sabiduría mayor.
Wourula, kakua otta wa’lapüin, peipaajiraasü sümaa tü sukua’ipakaa tü jieyuu kachonkoo waya, kapaalakaa wamüin wayuuwaakaa aa’in. Shia tü atijalaa mülousukoo.
¹ Vestidos largos típicos Wayuu.
² Casta. Los nombres que aparecen en el presente texto no son reales, se han utilizado seudónimos. Cualquier parecido con nombres reales es pura coincidencia. Es importante destacar que el uso de seudónimos no altera la veracidad de los eventos narrados ni la validez de las ideas expresadas
³ Tejidos de figuras geométricas estilizadas.
⁴ Lagunas artificiales que recaudan agua de las lluvias.
⁵ Tierra.
⁶ Capítulo 1 en Wayuunaiki.
⁷ Algodón.
⁸ Capítulo 2 en wayuunaiki.
⁹ Médica tradicional.
¹⁰ Calzado estilo alpargatas hecho con hilo y caucho. Hay muchos estilos según el género
¹¹ Capítulo 3 en Wayuunaiki