Libres, dignos, vivos

Para reforestar la imaginación y descolonizar el imaginario, lo que nos hace falta es un lenguaje, una forma de expresar aquello que es lo que queremos, cómo lo queremos y para qué fin.

Carlos Tornel comparte sus reflexiones sobre el libro Libres, dignos, vivos: el poder subversivo de los comunes y la construcción de otros mundos, más allá de las herramientas del amo.

Carlos TORNE

Este, a mi juicio, es el libro en el que realmente David y Silke lograron transgredir la forma de comunicar cómo es que existen, se forman, subsisten y se mantienen los procomunes. Creo que los esfuerzos anteriores de ambos habían sido muy valiosos, pero esta es la primera vez que logró ver con tanta claridad su forma de comunicar la verdadera radicalidad de los procomunes o commons. Creo que lograron, esto por que la radicalidad de los comunes está no solamente en su capacidad de repensar las estructuras, de ayudarnos a librarnos de los controles externos impuestos del mercado y del estado, sino en la posibilidad que abren de descolonizar nuestros imaginarios y de reforestar nuestra imaginación. Poco a poco, vamos dándonos cuenta de que la única visión del mundo (esto es, la visión occidental) se cae a pedazos frente a nuestros ojos y colapsa en cámara lenta un sistema que ya no tiene mucho remedio. Como dijeron los compas zapatistas, no sólo es que otros mundos son posibles sino que estos otros mundos están constituidos en el aquí y en el ahora, que están más cerca de lo que pensamos y que además son infecciosos.

A mi juicio, hay algunos puntos fundamentales que rescatar de su libro que me gustaría traer a colación y al debate en este espacio. El primero de ellos es la cuestión ontológica. En libros anteriores, Silke y David habían hecho un espléndido trabajo en comprender los procomunes, en expresarlos como una forma alternativa de vida al estado y al mercado, pero faltaba algo. Estaba muy bien leer de ejemplos que parecían distantes, de Wikipedia y de los comunes digitales, cuestionar los derechos de autor, semillas cooperativas, o ejemplos como esos. Pero al menos a mi me dejaban varias preguntas ¿Cómo pueden estos comunes ayudarnos a combatir el capitalismo? ¿De qué forma nos ayudan a alcanzar la transformación radical que necesitamos ante la crisis civilizatoria que enfrentamos?

El giro ontológico

Hoy regreso a estas preguntas (cosas que literalmente escribí en los márgenes de sus libros) con algo de claridad y hasta me parecen ingenuas. En este libro, Silke y David introducen conceptos que elles, junto con otres pensadores de América Latina han desarrollado, como el OntoGiro, las OntoBatallas y el mundo de un solo mundo. Partir de esta visión ontolóigica de los comunes sirve como una especie de pegamento de todos sus argumentos anteriores.

El OntoGiro nos deja ver que muchas de las luchas por el territorio, los conflictos ecológicos distributivos -como los llama Joan Martinez-Alier-, son en realidad luchas por la existencia o re existencia. Vemos en ellos las enormes inconmensurabilidades que están inscritas en las estructuras del Estado, para quienes la naturaleza es poco más que un recurso que puede ser dividido, mercantilizado, explotado o inclusive conservado. Esta última lógica persiste en muchos de los movimientos ambientalistas, quienes ven paisajes enteros como áreas naturales de protección, mientras que para comunidades indígenas y campesinas, estos paisajes, la naturaleza, son su casa, su hogar, son relaciones de las que depende la vida y, a veces, son entidades tan vivas como nosotres. Este OntoGiro nos permite ver estas luchas como OntoBatallas, en donde estas personas buscan reivindicar su forma de ser, de existir y de entender la realidad y, a su vez, revelan la imposibilidad del Estado de realmente producir un cambio. ¿Cómo dialogar con alguien que ve tu casa, tus relaciones y tu conocimiento como un territorio extraíble? 

El giro ontológico es también una forma en la que podemos abrirnos a una realidad distinta. De acuerdo con la lógica del Desarrollo, todes tenemos las mismas necesidades, los mismos deseos, por lo que nos enfrentamos a un mundo en donde los recursos son finitos pero las necesidades son infinitas. Para el modelo de desarollo, la solución es hacer más eficiente la economía, el crecimiento, etc. Esta idea de desarrollo ha funcionado históricamente como un monólogo, en donde no existe el diálogo con otras formas de entender la realidad. Como solía decir Gustavo Esteva, de un día para otro en 1949, dos terceras partes de la población se convirtieron en subdesarrollados.

El desarrollo tiene una herencia colonial-capitalista que instituye una modernidad occidental en el resto del planeta. Pensemos que ser subdesarrollado es muy humillante, por lo que muchas y muchos intentan sumarse a este modelo, transformarlo para hacerlo sostenible, para que podamos lidiar con estas humillaciones. Sin embargo, desde los años setenta sabemos que la idea del desarrollo sirvió como una tapadera de una empresa colonial, extractiva y capitalista, que persiste hasta el día de hoy en América Latina y el resto del Sur global.

Estas realizaciones dieron paso a entender el desarrollo como una condena en vez de una solución: El sueño americano se convirtió en una pesadilla, en donde perseguir el desarrollo significaba cavar nuestra propia tumba. Desde entonces, economistas como el brasileño Celso Furtado nos advertían que la visión del desarrollo no eran más que abstracciones y promesas sin fundamentos, que jamás sería posible alcanzar a los países sobredesarrollados, puesto que su desarrollo vino a costa del resto del mundo. 

Así, la idea de la acumulación originaria como la había pensado Marx -cuando el capitalismo se apropia de los bienes comunes para desposeer las personas de sus medios y hacerlas dependientes del salario-, no es una acumulación originaria en el sentido de que solo sucede una vez, sino que es un proceso cíclico. Vemos hoy como el capitalismo necesita de cada vez más zonas de sacrificio, aquellos lugares, paisajes, formas de entender el mundo, relaciones socionaturales, que deben ser sacrificadas para mantener la acumulación. Por esta simple razón, el capitalismo no puede depender de la economía circular, verde o sustentable, pues incluso en estos paradigmas las zonas de sacrificio proliferan -pensemos hoy en las zonas de extracción de litio, cadmio y otros minerales raros-.

Las periferias ya no están sólo en el Sur, sino que empiezan a expandirse en el Norte también. Los marginales se multiplican, mientras que los multi billonarios se concentran en cada vez más pocos. Aún así, me sigue pareciendo desconcertante lo arraigado que está en nuestro pensar, en nuestro lenguaje y en nuestro imaginario la idea del desarrollo. Esto es a lo que David y Silke se refieren como el mundo de un solo mundo. Lo pernicioso de este modelo es que realmente nos ha convencido de que sólo hay una forma de ver el mundo, que es muy difícil imaginar una alternativa (o incluso que no hay alternativa, como nos dijo Margaret Tatcher). Esto es por la simple razón que así nos educaron. Nos han hecho vernos a nosotres mismos como homo-oeconomicus, egoístas por naturaleza, que lo que queda es el agandalle y que si no emprendemos, perseguimos el mérito y nos preparamos, no seremos nada ni nadie. Bajo este modelo no somos más que consumidores, sin atributos, dependientes de las y los expertos. Este modelo nos ha arrebatado la posibilidad de entendernos como colectivo, de sanarnos, de aprender y de comer, sustituyéndola por derechos que luego se convertirán en obligaciones y más tarde en estrategias de marketing para empresas.

La propuesta de David y Silke para enfrentar esto es muy atinada: para reforestar la imaginación y descolonizar el imaginario, lo que nos hace falta es un lenguaje, una forma de expresar aquello que es lo que queremos, cómo lo queremos y para qué fin. Las propuestas de los procomunes se tornan esenciales para la construcción de una alternativa. A partir del uso de algunos silogismos como comunalidad, de otras formas ontológicas de comprender la realidad, como el ubuntu y de la lógica de la relacionalidad radical (en donde todas, todos, todes estamos conectados y somos interdependientes) nos permite formular un entramado de conceptos para abrirnos a un pluriverso de alternativas que a su vez es fundacional en la construcción de entramados comunitarios.

Desde esta forma de pensar podemos ver el mundo con otros ojos, podemos resaltar los valores de uso y no los de intercambio, pensar en discursos de transición como el decrecimiento y repensar nuestra existencia misma con relaciones a partir de dejarnos transformar por el otro -como habría dicho el subcomandante Tacho-. Tal vez una forma más gráfica, siguiendo el ejemplo de Silke y David, es imaginar una matriz de puntos y líneas. El monólogo del desarrollo nos dice que lo que importa es el punto, que hay que fortalecer y crecer ese punto, con estudios, dinero, éxitos y méritos y entre más grande sea ese punto, mejor. Lo que el entramado de conceptos del pluriverso nos dice es que lo que importa son las líneas, que sin ellas no hay puntos y que está en estas líneas nuestra capacidad de sostener a la mayor cantidad de puntos posibles.

La ambivalencia

Todavía tengo un montón de cosas que podría decir sobre este tema, pero lo dejaré para después. Agrego que una de las cosas más magníficas del libro son los anexos -no hay nada como un buen libro con anexos. Pues el lenguaje que Silke y David incluyen es tanto visual como escrito, lo que lo hace no sólo más didáctico, sino que nos invita a hacer una verdadera reflexión y un ejercicio de imaginación mucho más avivado.

El segundo y último punto que me gustaría traer a colación es lo que considero es la gran pregunta que subsiste a lo largo del texto: ¿qué hacer con el Estado? Esta no es una respuesta  fácil, puesto que no es la misma para todos los contextos, sino que es una respuesta que debe ser analizada desde varias perspectivas. En América Latina y en México, por ejemplo, nos hace ruido decir que el Estado debe ser el gestor de varios derechos. Las organizaciones de sociedad civil y algunos movimientos siguen demandándole al Estado acción, la ratificación de tratados y mecanismos de defensa ante el gran capital. Nos dicen que el Estado no es un monolito, que tiene partes que pueden ser utilizadas a nuestro favor (o el de las luchas del territorio), pero creo que a veces el operar así nos hace perder de vista lo supeditado que está el Estado a los intereses y el funcionamiento del capitalismo. Silke y David hacen mención de esto cuando recuperan las observaciones de un compa en Bolivia: “-fuimos ingenuos al pensar que el Estado podría traer todos los cambios que queríamos...” (parafraseando). Vimos como en Grecia y en España los movimientos que tomaron el control del Estado pronto se dieron cuenta de su nula capacidad de tomar las decisiones que quería ‘el pueblo’. En cambio, prevalecen discursos como el que hoy impera en México sobre que el Estado puede ser reformulado y puesto a trabajar para los intereses del pueblo -cuando en realidad lo único que puede hacer el estado es ponernos a trabajar a nosotros-.

En México lo que nos queda es una decepción que muchas y muchos de nosotros ya conocemos. El Estado no puede traer ni atender los principales retos que hoy enfrenta la humanidad, dado que depende del capital - en México, AMLO, a pesar de toda su retórica nacionalsita y antineoliberal, firmó un tratado de libre comercio con América del Norte, anunció mayor inversión de compañías mineras canadienses y ha utilizado a la guardia nacional para el desarrollo y la construcción de megaproyectos, para desalojar a campesinos y comunidades que reclaman derecho al agua o para llevar consultas a modo aun cuando México es uno de los países más peligrosos para defensoras y defensores ambientales.

El Estado es totalmente incapaz de dirigir los nuevos sistemas; tendrá cada vez menos recursos a medida que los límites del crecimiento se vayan estrechando. A fin de cuentas el Estado siempre trabaja principalmente en interés de los ricos -aun el de AMLO-, pues se aferrará en "volver a poner en marcha la economía del crecimiento", mediante políticas que animen a los propietarios del capital a invertir para obtener buenos beneficios, esperando que nos conformemos con las sobras de ese desarrollo (pensemos en el Tren Maya).

Pensar más allá del Estado presenta retos muy grandes: ¿Qué hacemos ante la violencia del Estado, ante las guerras, las armas nucleares? ¿Podrán los comunes atender estos problemas sin el Estado o defenderse del Estado? Lo que nos dicen Silke y David es que en general, pasar a formas alternativas, localizadas y más sencillas desactiva muchos de los grandes problemas globales. Si los procomunes consiguen el suficiente impulso, con el tiempo no habrá necesidad de una lucha constante y despiadada entre las naciones para acaparar más recursos y mercados escasos, lo que desactivará la guerra y el gasto militar que ahora son necesarios para proteger y expandir los imperios. Y por su propia naturaleza, el camino más simple o la frugalidad convivial reduce el poder del Estado. Poco a poco nos volvemos más capaces de determinar nuestro propio destino, tomando el control de más y más de las provisiones importantes, especialmente las no materiales que alimentan la calidad de vida.

Silke y David nos dicen que, a pesar de estas posibilidades, sería un error el ignorar por completo al Estado. Tenemos que lidiar con él, puesto que está presente en la vida cotidiana, pero el error más grande es concentrarse en el Estado o en la toma del poder estatal. A pesar de ello, el Estado y el desarrollo sustentable (pensemos en los ODS) siguen ofreciendo salidas rápidas, pero en mi opinión estas son puertas falsas. La primera de estas salidas es demandar que el Estado intervenga en nuestra ayuda, por ejemplo, con el gran panóptico tecnológico y el capitalismo de la vigilancia. Aun así, el estado puede hacer muy poco. Poco a poco se eliminó la posibilidad de la clandestinidad en la sociedad moderna, los instrumentos que utilizamos para resistir el avance de estas estructuras se han vuelto obsoletos.

La segunda salida falsa surge de aquellos instrumentos que alguna vez fueron útiles ante el combate del capitalismo hace 100, o incluso 50 años. Manifestarse o unirse a una huelga sirve de muy poco cuando el capitalismo cada vez requiere menos y menos de trabajadores, y cuando necesita solamente datos y consumidores. Un estado supeditado a las estructuras del capitalismo, que lo condena a perseguir siempre el crecimiento económico, lo único que puede ofrecernos es ponernos a todos a trabajar.

Finalmente, todo esto recuerda a aquella frase de la poeta feminsita Audre Lorde: “las herramientas del amo nunca podrán desmantelar la casa del amo. A veces nos permiten ganarle en su propio juego, pero nunca nos permitirán ser verdaderamente libres.” Lo que Silke y David nos proponen en este libro es precisamente una forma de construir, imaginar, prescribir y diseñar otros mundos, que va más allá de las herramientas del amo. 

 

Este artículo se publicó originalmente en mx.boell.org