Cambio climático, COVID-19 y la transición inaplazable

Covid-19

1. Introducción

La pandemia causada por la COVID-19 tiene un doble impacto en el medio ambiente y la salud del planeta. Si, por un lado, es cierto que los efectos del coronavirus se traducen en una disminución de las emisiones de gases a efecto invernadero (GEI) y una menor quema de combustibles fósiles; además, de dar un “respiro” al planeta en el corto plazo; por otro lado, la pandemia empieza a tener también consecuencias negativas para la acción climática global. Los países que conforman la comunidad internacional han entrado en “guerra” para defenderse de la pandemia del coronavirus de manera poco solidaria, con una cooperación internacional tímida y pidiendo que sus compromisos climáticos globales se pospongan.

En particular, la Cumbre del clima de Glasgow, la COP26, se  pospuso para realizarse en 2021, dejando así en el limbo temporalmente el Acuerdo de París, ya que dicha COP se presentaba como la última opción para perfilar los elementos del acuerdo global más importante para la entrada en vigor del tratado en 2022. Ya estamos viendo comportamientos de gobiernos en el mundo que empiezan a “apoyarse” en la crisis económica provocada por el coronavirus para posponer sus compromisos de reducción de emisiones más allá de 2050. Por ejemplo, la República Checa manifestó su voluntad de aplazar los compromisos climáticos y pidió a la Comisión Europea que se "olvide del acuerdo verde para centrar todos sus esfuerzos en el virus". Otros Estados con una fuerte dependencia económica del carbón se han apoyado en los posibles impactos estructurales de la COVID-19 para posponer la transición energética, argumentando que después de la crisis del coronavirus, las economías serán más débiles y las empresas no tendrán suficientes fondos para invertir, con lo cual varios proyectos energéticos podrían suspenderse y hasta cancelarse. Es probable que estas decisiones políticas den lugar a un deterioro acelerado del medio ambiente y repercutan negativamente en una amplia gama de derechos humanos, como el derecho a la vida, la salud, el agua, la cultura y la alimentación, así como el derecho a vivir en un entorno saludable.

Una decisión cortoplacista como la de interrumpir o “congelar” las regulaciones y las decisiones ambientales para frenar la crisis climática, solo servirá para empeorar la ya débil situación ambiental planetaria. Los científicos advertimos desde años que la deforestación, la agricultura industrial, el comercio ilegal de vida silvestre, el cambio climático y otras formas de degradación ambiental aumentan el riesgo de pandemias del tipo COVID-19, elevando la probabilidad de graves violaciones a los derechos humanos.

Estas consideraciones aunadas a un análisis de tipo histórico sobre otras pandemias de corte global, que bien pueden asimilarse a conflagraciones planetarias, ya forman parte del devenir de la humanidad. En este texto nos remitimos al pasado para comprender mejor el presente y el futuro que cada día transitamos, como si estuviéramos caminando sobre una fina capa de hielo. Esta pandemia tiene que provocar en cada uno de nosotros una profunda reflexión que nos convenza y convoque a impulsar una transición global de profundas dimensiones, donde la energética ocupe un lugar muy particular.

2. Lo bueno y lo malo del efecto coronavirus en la lucha contra el cambio climático

Ciudades sin tráfico ni contaminación, mares y ríos menos contaminados, calles y establecimientos vacíos, fábricas paradas, carros y vehículos estacionados por meses: esto es el panorama idílico en tiempos del coronavirus. Tanto la Organización Meteorológica Mundial (OMM), dependiente de Naciones Unidas y su brazo científico, el IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático), han informado que la COVID-19 ha tenido impactos importantes en la reducción de emisiones contaminantes, desde que empezó a finales de 2019. Contaminantes de vida corta en la atmósfera, emisiones del sector aviación, aire contaminado en las ciudades han caído de forma espectacular en los últimos meses; por lo que la COVID-19 ha logrado lo que en 30 años de esfuerzos de reducción de emisiones no pudo la comunidad internacional. Se calcula que solamente en China, país donde inició la pandemia y que ha tenido fuertes impactos por la COVID-19, desde noviembre 2019 a marzo del 2020 se han reducido 250 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), más de la mitad de las emisiones del Reino Unido.

Como muchos científicos ya señalaron, algunos gases, como el CO2, principal gas causante del efecto invernadero, han estado presentes en la atmósfera y el océano durante siglos, por lo que el planeta sigue amarrado a un proceso irreversible de cambio climático, pese a la caída temporal de emisiones experimentada en estos tiempos de coronavirus. Seguimos actuando bajo una situación de crisis climática y las acciones de respuesta y la transición energética tiene que ser inaplazables.

En tal sentido, la reducción de la actividad industrial a causa de la COVID-19 no exime a los países que conforman la comunidad internacional de continuar la lucha contra el cambio climático. Tras el anuncio realizado por varios gobiernos que indican que están reduciendo sus exigencias medioambientales, suspendiendo los requisitos de vigilancia ambiental, disminuyendo la aplicación de las normas ecológicas y limitando la participación pública, entre otros, es importante señalar que el bloqueo “forzado” del sector económico no tiene que “transformarse” en un sustituto de la acción climática y cooperación global en la lucha contra el cambio climático.

Como indicó recientemente el relator especial de la ONU sobre los derechos humanos y el medio ambiente, la pandemia del coronavirus COVID-19 no ha de usarse como excusa para reducir la protección sobre el medio ambiente. "A la luz de la crisis ambiental mundial que precede al COVID-19, estas acciones son irracionales, irresponsables y ponen en peligro los derechos de las personas vulnerables", manifestó el mismo Boyd.

3. La COVID-19 y el futuro de la respuesta internacional al cambio climático

Desde que explotó la COVID-19 en China a finales de 2019, todos los países afectados han reaccionado de manera individual y en total descoordinación uno del otro, olvidando por completo que los mayores éxitos de combate a amenazas globales, como guerras y epidemias, se han resuelto por medio de la cooperación. Y más allá de cualquier modelo predictivo, como señala un recién informe de informe de la CEPAL la acción de los gobiernos latinoamericanos se está llevando a cabo sobre la base de procesos de prueba y error. En algunos casos la crisis sanitaria muestra elementos de crisis política, como se ve en la contradicción frecuente entre autoridades locales y gobiernos centrales o entre países en el seno de bloques de integración regional. En los países pobres, la desprotección de los sectores más vulnerables y las dificultades que enfrentan para obtener bienes básicos imprescindibles ha llevado a estallidos sociales.

En la Unión Europea, Italia se volvió un campo de batalla donde colapsó el sistema de salud con más de 20 mil muertos y tardías respuestas para atender el problema, las cuales han sido replicadas en España, Francia, Inglaterra y, a nivel global en los Estados Unidos de América (EUA). La misma China subestimó el virus cuando empezó en 2019.

Por otro lado, los países y economías de renta media, con problemas estructurales de pobreza y condiciones socio-económicas muy diferentes, como México, India y otros países representativos del sur-global, han preferido adoptar soluciones de administración del riesgo de la crisis epidemiológica por medio de la prevención y la utilización de medidas de restricción anticipada para reducir los efectos del contagio en la población y evitar así el colapso de su infraestructura hospitalaria Sin embargo, habrá que ver cuánto sus economías estarán en posibilidad de aguantar un aplazamiento de los contagios y si la curva de abatimiento sanitario tendrá el mismo comportamiento por el lado económico y monetario. Sin contar que muchas de estas economías, como la mexicana, se apoyan en el sistema extractivo de recursos naturales, como principal fuente de ingresos, el cual pasa por turbulencias continuas en su producción y precios, sujetos a los vaivenes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Al mismo tiempo, como se discutió en ocasión de la reunión virtual de los líderes del G20 en marzo, gobiernos como México, India, Argentina, entre otros, pidieron que la lucha al coronavirus no se transforme nuevamente en una ocasión de profundizar desigualdades entre países ricos y pobres y que la venta de medicamentos y equipo médico esté supervisada por la ONU para garantizar un acceso inclusivo e igualitario a los bienes mencionados para todos los países afectados. Nuevamente, las tensiones tradicionales del sistema de cooperación internacional para el desarrollo entre Norte y Sur global, además de condiciones de unilateralismo político en los países ricos del Norte del mundo, reproducen los esquemas de inacción e ineficacia de la cooperación internacional.

La lista de ejemplos de cómo la cooperación no está funcionando con la gestión de la pandemia es larga y alarmante. En abril, el presidente de los EUA, Donald Trump, acusó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de “apoyar” demasiado a China y suspendió los fondos de ayuda a la organización. Durante los picos de la pandemia en Europa y en Norteamérica, los EUA, Francia y Holanda se han dedicado a “confiscar” en las aduanas, sin recato alguno, pruebas médicas, respiradores y mascarillas que otras naciones han adquirido para combatir la pandemia, impidiendo la exportación a otras latitudes de medicamentos y equipos sanitarios o realizando compras masivas de bienes médicos dejando a varios países sin posibilidad de adquirir dichos bienes. La guerra de los cubrebocas, reportada por decenas de periódicos en todo el mundo, ha sido sólo un ejemplo del lado oscuro de la cooperación internacional y la falta de solidaridad. Historia que se repitió con los respiradores. Mientras, países como Australia y Austria bloqueaban sus fronteras para evitar que los migrantes, posibles infecciosos globales, entraran en su territorio. En el medio de esta confusión, Holanda se distinguió por proponer paquetes de rescate a los países europeos más afectados, con medidas de condicionalidad de la ayuda parecidas a los momentos más obscuros de las políticas de cooperación internacional de los años ‘80 en los países latinoamericanos y africanos.

Si la ética y la defensa de la humanidad son pilares de la cooperación internacional junto a otros principios y acciones plasmados en la arquitectura global de la ayuda desde décadas, ¿dónde quedaron éstos en la gestión de la pandemia del COVID-19? ¿Y qué pasaría con el cumplimento de la Agenda climática internacional y los Objetivos de desarrollo sostenible?.

Antes que la COVID-19 apareciera, el año 2020 se consideraba en los círculos ambientales globales como el año decisivo para el multilateralismo y la lucha contra la emergencia climática. El IPCC y el mundo científico en general, llevan tiempo advirtiendo sobre la urgencia de actuar y esta, según los expertos, era la última oportunidad para conseguir planes nacionales e internacionales enfocados en la descarbonización de la economía y la mitigación climática. La COP26 en Glasgow se consideraba fundamental, pero no la única cumbre o evento global en quedar suspendido y aplazado, debido a la coyuntura de la COVID-19. De hecho, la suspensión llega después de que, a finales de febrero, dados los efectos en China, se aplazó la Cumbre de Biodiversidad (CBD) de la ONU en la que se iba a poner en el centro a las soluciones basadas en la naturaleza, como la absorción de carbono, la regeneración de ecosistemas entre otros. También el reporte AR6 del IPCC, el sexto reporte global sobre clima que se tenía que publicar en 2021, tendrá un aplazamiento en su publicación. Por tanto, la mayoría de los eventos que conforman la arquitectura global del cambio climático se han postergado por la crisis de la pandemia. Si en las anteriores negociaciones, los Estados miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) hubieran aumentado sus compromisos ambientales para la reducción de emisiones, ya que desde la cumbre de París (2015) se han sucedido los fracasos en las negociaciones globales y no estamos reduciendo suficientemente las emisiones, no se sentiría tan fuerte el reacomodo actual de la agenda global climática. Sin embargo, hay quien ve en esta crisis una oportunidad para reorganizar la economía con criterios de sostenibilidad, y encontrar una salida “verde” al actual momento. En cualquier caso, la llegada de la COVID-19 está reposicionando un debate político que parecía estancado, sobre la necesidad de seguir con la transformación energética.

4. La guerra contra la COVID-19 y la ruta hacia la transición inaplazable

Presidentes, como como Pedro Sánchez, Emmanuel Macron,  Boris Johnson y Donald Trump, han coincido en calificar la lucha contra la COVID-19 como una guerra. En esa misma línea Brasil aprobó un presupuesto de guerra para combatir la pandemia, y el secretario general de la ONU, António Guterres, ha dicho que la pandemia requiere una respuesta nunca vista: un plan de plan de ‘tiempos de guerra’. Acontecimientos como estos ya forman parte de la historia de la humanidad. En general se puede afirmar que al menos tres guerras no convencionales contra enemigos invisibles de carácter global se han librado en los últimos siete siglos. La primera comenzó en 1348, la segunda en 1918 y la tercera en 2019. Las de impacto regional, pero igualmente devastadoras convertidas algunas en estacionarias, han sido más frecuentes: Malaria, Cólera, Zika, Chikunguña, Ébola, Fiebre Amarilla, SARS, Influenza, entre otras. No obstante, en este apartado solo se hará referencia a las tres de dimensiones internacionales, para determinar sus impactos y algunas similitudes en términos de procesos de transición.

4.1. Primera confrontación global contra la pandemia “peste negra”, 1348

La primera epidemia de dimensiones globales se llamó la peste negra o bubónica, atribuida a la bacteria yersinia pestis, que circulaba entre roedores salvajes en sitios hacinados. La enfermedad se transmitió de ratas a humanos y se propagó a distancias considerables, a través de embarcaciones que cubrían rutas desde Asia por toda Europa, causando la muerte de aproximadamente 100 millones de personas en Europa, África y Asia y cerca del 60% de la población europea, afectando principalmente a las ciudades más densamente pobladas y desnutridas que usualmente estaban sucias, infectadas de piojos, pulgas, ratas, lo cual ofrecía condiciones ideales para la propagación de infecciones.

La mayoría de las ciudades importantes se vieron obligadas a construir improvisados cementerios para enterrar a la cantidad inesperada de muertos (Walter S. Zapotoczny). Las cuarentenas a las embarcaciones fueron de las pocas medidas con gran efectividad impuestas para detener la propagación de la enfermedad. La atención médica era muy básica y las condiciones de higiene y salubridad de gran parte de la población eran inexistentes. Como lo señala Giovanni Boccaccio en su obra Decameron (1352), “ninguna medicina era mejor ni tan buena contra la peste que huir de ella”. Casi todos los historiadores coinciden en que esa catástrofe impactó de modo determinante en el debilitamiento del feudalismo (siglos XIV y XVIII), moldeando las dinámicas de cambio camino a la modernidad, en una especie de bisagra entre dos épocas, con lo cual se aceleró el arranque del Renacimiento y la modernización de Europa; es decir, condujo a una transición sin precedentes. En lo social, permitió la mejora de los salarios de los trabajadores ante la escasez de mano de obra; dio oportunidad a muchos campesinos pobres de acceder a tierras y propiedades abandonadas. La peste despertó la necesidad de la observación y una inclinación científica para la prevención de epidemias, poniendo en marcha los primeros conocimientos de la epidemiología moderna.

4.2. Segunda confrontación global contra la pandemia Influenza, 1918

En esta segunda pandemia de tipo influenza, mal llamada gripe española, aparecida en plena primera guerra mundial, murieron entre 50 y 100 millones de personas, mucho más que en las dos guerras mundiales. Este evento, quizá el más mortífero de la historia, por su corta duración, tuvo un impacto bidireccional y varias olas. Por una parte, el virus (H1N1) ayudado por las concentraciones de tropas con enfermedades bacterianas, falta de higiene y agua potable, mala alimentación y altos niveles de estrés, se expandió rápidamente a todos los ejércitos, sumándose a la artillería, a los carros de combate y a la aviación para asesinar a la mayor cantidad posible de soldados y población civil, sin pertenecer a bando alguno. Por la otra, se destaca que esos efectos pudieron haber jugado un papel importante en el fin de la guerra, como lo afirma Dan Vergano (2014) en un artículo publicado por National Geographic. Por tanto, si la gran pandemia inclinó el equilibrio de poder hacia la causa de los Aliados, muy probablemente incidió en la rendición el 11 de noviembre de 1918, tema que no agota su debate, explica Terence Chorba (2018) en su artículo Conflict with Combatants and Infectious Disease. Contra este tipo de gripe, ni las máscaras utilizadas para resistir a los gases químicos pudieron frenar su letal poder, que por cierto viajó con los soldados a sus países de origen una vez terminado el conflicto provocando una nueva ola de muertes.

Esta catástrofe global respecto de la que aún se investiga, transformó el sistema de salud mundial dándole una perspectiva diferente. Dennis Shanks afirma, en referencia a la primera guerra mundial, que fue "un momento clave en la transición hacia la medicina científica". No obstante, los significativos avances logrados a partir de la implementación de las medidas de asilamiento, lavado de las manos, uso de mascarillas, prohibición de reuniones y eventos públicos y, posteriormente, desarrollo de la microbiología, los tratamientos a través de vacunas, antibióticos, y la creación y fortalecimiento de una institucionalidad y gobernanza nacional e internacional para la salud, su alcance continuó siendo poco efectivo y limitado, particularmente en los países más pobres.

Esta crisis sanitaria se desarrolló en el contexto de la segunda transición energética global, caracterizada por el desplazamiento progresivo del carbón por parte del petróleo, proceso que se consolidó después de la segunda guerra mundial. Hacer esta precisión es importante porque, en definitiva, lo que ocurrió fue la captura del petróleo de un conjunto de actividades vinculadas a una sociedad que estaba dejando atrás un estilo de vida, en muchos países todavía rurales, para dar un salto gigantesco hacia la modernidad, lo cual exigió mucha energía, misma que solo el petróleo podía ofrecer. El carbón lejos de desaparecer se apropió de ciertos espacios que conserva con mucha fuerza y el gas natural, al entrar en escena a partir de la década de los 60, cierra el círculo de una sociedad que se hace adicta a los combustibles fósiles y termina desestabilizando el planeta, debido a los cientos de miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero vertidos a la atmósfera. De este modo, se han neutralizado muchos avances en los sistemas de salud alcanzados después de la segunda guerra mundial, debido a la contaminación del medio ambiente, a la presión sobre los ecosistemas, al deterioro generalizado de la salud y a la pérdida de la inmunidad individual y colectiva.

4.3. Tercera confrontación global contra la pandemia COVID-19

La tercera confrontación global, ahora contra el Coronavirus, comenzó en 2019 en China y ya ha infectado en el mundo a más de 6 millones de personas y más de 400 mil han muerto, según los datos del Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas (CSSE) de la Universidad Johns Hopkins. Ahora bien, ¿qué se espera de esta nueva pandemia?

Aunque aún es temprano para atreverse a dar cifras, un modelo desarrollado por el Instituto de Evaluación y Métrica de Salud (IHME) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, reveló en uno de sus primeros reportes que aproximadamente 151,000 personas morirán en Europa y el Reino Unido durante la primera ola de la pandemia. Sin embargo, nuevas actualizaciones proyectadas para agosto de este año colocan a los EEUU sobre los 134 mil fallecimientos. El dato que más llama la atención es que el país europeo que tendrá mayores decesos sería el Reino Unido, con cerca de 74 mil, siendo el que comenzó a sufrir más tarde el avance de la COVID-19. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los países han alcanzado los picos e iniciado el descenso. De hecho, Latinoamérica y África, donde las miradas y las preocupaciones crecen debido a mala calidad de sus sistemas de salud y de servicios públicos, podría esperarse que las cifras sean muy altas.

No obstante, como lo explica Terence Chorba, hoy nos encontramos en una posición mucho mejor que antes. Existe mayor conocimiento y vigilancia respecto de la propagación de los virus de la Influenza, por tanto, no es probable que millones de personas mueran nuevamente. Es importante destacar, que para atender la actual crisis sanitaria, además de las medidas puestas en práctica en la pandemia de 1918 (aislamiento, distanciamiento social, uso de mascarillas), con algunas novedades, como los test (PCR), que detectan el genoma del virus, y los test inmunológicos, que detectan las proteínas (antígenos) del virus, nuevas tecnologías se han hecho presentes por primera vez dando a conocer al mundo creaciones tecnológicas de la Cuarta Revolución Industrial, como una muestra del potencial de cambio que las acompaña.

Un Informe del Parlamento Europeo explica cómo las tecnologías de la información digital y vigilancia se han desplegado de una manera sin precedentes para recopilar datos y evidencia confiable para apoyar la salud pública y la toma de decisiones. La inteligencia artificial, los robots y los drones, operan para ayudar a rastrear la enfermedad y aplicar medidas restrictivas; mientras que los científicos aplican frenéticamente la edición de genes, la biología sintética y las nanotecnologías en un intento por preparar y probar futuras vacunas, tratamientos y diagnósticos.

Todos hemos visto asombrados en los medios de comunicación, cómo la tecnología móvil permite contar con herramientas de recopilación de datos para facilitar el rastreo de contactos, verificar síntomas y predecir brotes y vulnerabilidades. Kuldeep Singh Rajput, CEO de Biofourmis, un especialista en terapéutica digital con sede en Boston explica que la solución que ofrecen basada en inteligencia artificial (IA) funciona a través de un sensor que los pacientes usan en el brazo y que puede capturar más de 20 señales fisiológicas que luego se envían a la nube, se procesan y quedan disponibles para los médicos, a través de dispositivos inteligente. Nanotech Surface ha diseñado una herramienta de detección para identificar pacientes "en riesgo" o "libre de riesgo" de COVID-19, para ayudar a aliviar la carga de los profesionales de la salud y permitir que los recursos se dirijan a quienes más lo necesitan. La empresa Respilon ha desarrollado una máscara facial hecha de nanofibras y óxido de cobre, que puede atrapar y destruir todos los virus.

La crisis creada por la COVID-19 va a desafiar aún más a la ciencia y al desarrollo de nuevas tecnologías para la detección temprana de nuevas pandemias y otras enfermedades. Pero, además, va a sacar provecho de importantes destellos de cooperación y alianzas impensables antes de esta crisis, incluso entre grandes corporaciones y empresas rivales. Tal es el caso de la colaboración tecnológica que han emprendido Apple y Google, para aportar tecnología a sus plataformas de teléfonos inteligentes que alertará a los usuarios si han entrado en contacto con una persona con COVID-19. Esta tecnología, que se ha probado en China, Corea y otros países, está diseñada para frenar la propagación del nuevo coronavirus al decirles a los usuarios que deben ponerse en cuarentena o aislarse después del contacto con un individuo infectado.

No obstante, los avances tecnológicos que representan útiles herramientas para combatir la actual COVID-19 y futuras pandemias, un hecho incuestionable afectará su efectividad y tiene que ver con las abismales diferencias entre naciones ricas, pobres y emergentes que verán limitado el acceso a esos avances científicos. Tal como se pregunta Frank Snowden, considerado el mayor experto en historia de las epidemias, en referencia a las medidas más básicas, como lavarse las manos o aislarse en una favela de Río de Janeiro o en las barriadas de la Ciudad de México o de Bombay, o de Sudáfrica. ¿Cómo reaccionamos a un consejo que no pueden cumplir millones? Sin desmeritar la sugerencia, su reflexión va en dirección a las privaciones de acceso a servicios básicos, como el agua potable, la electricidad, atención médica, etc.

5. La transición necesaria en la post-COVID-19

¿A qué tipo de transición nos conducirá la COVID-19? es una pregunta que a todos nos atañe y sobre la cual tenemos que reflexionar, sin olvidar las responsabilidades que cada uno tiene y debe asumir.

En sentido amplio, el ser humano se ha convertido en el devenir de su evolución en un agente patógeno para el sistema climático. Él mismo ha buscado antídotos y vacunas tan inofensivas que han fracasado. Esas vacunas no atacan el genoma completo del problema o tienen un período de prescripción. Por ejemplo, contra los clorofluorocarbonos (CFC) productos derivados de hidrocarburos causantes del “agujero en la capa de ozono” en la atmósfera, se promovió y firmó en 1986 el Protocolo de Montreal con el propósito de eliminar su uso, con relativo éxito. No obstante, un reciente estudio demuestra una disminución continua en la recuperación de la capa de ozono, con lo cual los esfuerzos podrían perderse, convirtiendo una vacuna efectiva en inocua, como si una mutación hubiera ocurrido.

Día a día el ser humano ataca la hidrósfera y la litósfera vertiendo basura altamente contaminante sin mayores escrúpulos. A través de la persistente deforestación y la sobreexplotación de suelos y recursos naturales se arremete contra la biósfera, poniendo en peligro la biodiversidad que la acompaña. Contra tales acciones promueve algunos tratamientos, como: acuerdos internacionales, tratados, normativas nacionales, sin que sus resultados tengan algún el impacto deseado como el que se desprende de sus contenidos.

Lo cierto es que el deterioro del clima y el acelerado calentamiento global antropogénico continúa avanzando pese a los esfuerzos de la comunidad internacional. En efecto, desde 1972 a partir de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, se han impulsado diversas iniciativas para combatir el cambio climático y sus consecuencias: al menos 25 Conferencias de las Parte (COP), el Protocolo de Kioto, el IPCC y el más reciente, Acuerdo de París sobre Cambio Climático, sin que haya podido encontrarse la “vacuna efectiva”. Claramente esos esfuerzos jurídicos y muchos otros desplegados a escala nacional, constituyen un intento de buena voluntad, pero, lamentablemente, no son capaces de detener la arremetida constante contra el medio ambiente.

La actual crisis ocasionada por la COVID-19 que el Fondo Monetario Internacional FMI califica como un shock sin precedentes, desde la Gran Depresión de los años treinta del pasado siglo, medida en muertes, pérdidas de empleo, colapso de la economía, en inversiones para paliar sus efectos sociales inmediatos, así como la inmensa cantidad de recursos monetarios y financieros que se necesitan para reactivar el aparato productivo global, son incomparables con los efectos positivos que a largo plazo tendría la transformación de nuestro estilo de vida respetando el sistema climático, modificando el sistema energético internacional para estabilizar el clima y la vida sobre la tierra. La COVID-19 en su estela destructiva y en su declaratoria de guerra que ganaremos, tiene que hacernos reflexionar para impulsar esa ruta, pues otra COVID podría estarse incubando con efectos aún más devastadores. Los daños causados son suficientes, no se requieren más pruebas para darnos cuenta de que el tiempo para transitar hacia una sociedad descarbonizada es ahora. Debe imponerse la racionalidad para tener claro que sería una estupidez, como dijo Albert Einstein, seguir haciendo las mismas cosas y esperar un resultado distinto.

6. Conclusiones

Los impactos visibles “positivos” del coronavirus sobre el clima, ya sea en forma de mejora de la calidad del aire o de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son sólo temporales, porque se derivan de una aguda desaceleración económica y un trágico sufrimiento humano. Una vez que las economías globales comiencen a reactivarse, seguiremos con la vieja película del aumento descontrolado de las emisiones y la lucha de los sectores ambientales para controlar el aumento de las temperaturas globales y sus consecuencias. El desfase temporal de la COP-26 podría provocar un caos en el seguimiento de la agenda global climática. Es entonces el momento de que el modelo de respuesta ambiental a la crisis sea más intenso y el mensaje de la transición energética, más contundente.

Si de algo debemos estar convencidos es que después de superada esta crisis sanitaria, no podemos seguir haciendo las cosas de la misma manera y esperar resultados diferentes. Es importante entender que esto ha sido un quiebre, un punto de inflexión, que no puede dejar pasar el impacto social y transformador que ha tenido y puede seguir teniendo la solidaridad y la cooperación colectiva demostrada por millones de ciudadanos y empresas en el mundo, incluso más que los Estados. Los políticos y los gobiernos tienen que asimilar lo sucedido para dar respuestas apropiadas a una población cuyo deseo de cambio va a quedar fortalecido. Por ello reiteramos que la transición es inaplazable, debe ser, además, no solo energética sino global. El mundo en la era pos-COVID-19 no es para recuperar la normalidad que nos hundió en esta crisis sanitaria y acelera el cambio climático. La transición es para producir grandes transformaciones en lo social, político, económico, tecnológico y cultural.