Dicho esto, Donald Trump es inclasificable e impredecible, por lo que caminando en la oscuridad habría que auscultar sus primeras acciones en el poder y los cuatro aspectos que se vislumbran más conflictivos: México, Venezuela, Cuba y los tratados de libre comercio. En ellos hay una mezcla de elementos internos y externos que confluyen en la nostálgica esperanza de “devolver la grandeza de América”.
Al respecto, fue indudable el retroceso de la influencia de Estados Unidos en el resto del continente durante el llamado “ciclo de gobiernos progresistas”, iniciado con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, con líderes que fueron reclasificados como parte del “Eje del Mal” por George W. Bush luego del atentado a las Torres Gemelas en 2001 (¡sin tener nada que ver!) y señalados hoy genéricamente por los medios, en general de derecha, como “gobiernos chavistas”.
Esta sola mención, aunque se use con resonancia descalificatoria, da cuenta de la enorme importancia de Venezuela en la geopolítica continental. Luego de casi 20 victorias electorales consecutivas, coincidieron la muerte de Chávez, la repentina caída en el precio del petróleo, los errores del propio gobierno y una enorme campaña de desestabilización, lo que hoy tiene al Ejecutivo lidiando con una crisis macroeconómica y con minoría en el Poder Legislativo. Da la impresión que en estas circunstancias Trump quiere incrementar la presión que ejerció Obama y empujar al presidente Nicolás Maduro al despeñadero. Ya ha tomado dos acciones públicas poderosas en tal sentido: la primera,recibir en la Casa Blanca, junto al vicepresidente, a Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, dirigente opositor encarcelado, quien es considerado un preso político por la oposición y un conspirador sedicioso por el oficialismo. Luego de la cita, Trump recurrió a su órgano de información por excelencia -Twitter- para adherir a la causa de la liberación de López e criticar al gobierno de Venezuela.
La segunda es más brutal: la inclusión del vicepresidente Tareck El Aissami en la lista del gobierno estadounidense de personas relacionadas con el tráfico de drogas.El Departamento del Tesoro anunció que luego de “años de investigación” concluyó que El Aissami "juega un papel importante en el tráfico internacional de narcóticos". El gobierno venezolano reaccionó con indignación, exigiendo disculpas, y el propio vicepresidente publicó en The New York Times su respuesta: afirmó que "es absurdo y patético que una oficina administrativa estadounidense, sin presentar evidencias, adopte una medida que congela bienes y activos que no poseo en absoluto". Agregó que las autoridades estadounidenses han sido "engañadas" por sectores políticos" y grupos de presión que intentan evitar que Venezuela y EE.UU. recuperen sus relaciones diplomáticas, congeladas desde 2010, y que "no solo carecen de evidencias para demostrar las acusaciones extremadamente graves" contra él, sino que además "criminalizan" al Gobierno de Venezuela a través de su persona.
Mientras esto sucede, en otro frente Trump concentra absurdamente en los inmigrantes de México en Estados Unidos algunos de los más graves males de la sociedad estadounidense: la falta de empleo para los obreros blancos (que es consecuencia de la globalización que contrata mano de obra barata en países pobres), la violencia y la falta de recursos en el erario público. Todo ello, sin molestarse demasiado en presentar pruebas. Mirado en perspectiva, se trata de una acción cruel e injusta, pues el país de la región que ha seguido con más entusiasmo los designios de Estados Unidos, a través del FMI y el Banco Mundial, ha sido precisamente México, luego de firmar hace dos décadas el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Desde entonces, ese país ha buscado el típico objetivo de la economía hegemónica -el crecimiento sostenido- sin conseguirlo y sin reducir la pobreza. Si se considera que varios economistas consideran a ésta como una de las causas de la migración de mexicanos a Estados Unidos, es fácil reparar en lo macabro de la situación.
Pero sin lugar a dudas, la decisión de mayor alcance mundial del gobierno de Trump ha sido el retiro de su país del TPP. Porque vuelve a barajar las cartas del comercio y de la hegemonía en la zona del Océano Pacífico y porque era, junto al TTIP y el TISA, el trío de tratados de nueva generación con el que se quería radicalizar el libre comercio mundial. En lo que respecta a América Latina, tres de los cuatro países que conforman la llamada “columna vertebral de Estados Unidos” (Chile, Perú y México) habían suscrito el acuerdo, mientras otro país que venía saliendo del eje de los llamados “gobiernos progresistas”, Argentina, ya había explicitado su interés por sumarse al tratado. Ante la decisión de Trump, Chile, considerado uno de los países más neoliberales del mundo, organizó para este mes de marzo una reunión con los 12 países suscriptores del Tratado, a los que se sumó a China, Colombia y Corea del Sur, para darle cauce al marco en que se forjó el TPP.
¿Cuál será, en ese contexto, la política comercial de Trump respecto a América Latina? Su gobierno ha anunciado la voluntad de avanzar en una serie de acuerdos de libre comercio bilaterales, en condiciones asimétricas que podrían ser muy perjudiciales para los países de la región, aunque sus gobiernos digan lo contrario. Hay, en paralelo, una gran incertidumbre sobre el rumbo que dará el magnate al proceso de acercamiento con Cuba, iniciado por su antecesor, mientras el debate sobre cómo proceder en estas circunstancias ya se ha abierto públicamente entre algunos presidentes latinoamericanos ¿Unidad o dispersión para relacionarse con Trump?
Sobre el autor
Patricio López, periodista, coordinador Plataforma Chile Mejor sin TPP.
López también es conductor en Radio Universidad de Chile y profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.